En el fragor de la lucha verbal entre dos gobiernos con visiones de Estado diferentes y en la víspera de la toma de posesión del nuevo Presidente de Colombia escribo estas líneas y en una especie de profunda meditación ideológica quiero inferir, sin miedo alguno, que nuestros pueblos no deben hacerse ilusiones con la llegada de este nuevo gobernante. Y cuando habló de nuestros pueblos me estoy refiriendo, fundamentalmente, a aquellos que han avanzando en la construcción de verdaderos sistemas y modelos políticos, abiertamente de tipo revolucionarios.
No esperemos una metamorfosis ni del gobierno ni del Estado colombiano, ni muchos menos de sus estamentos políticos, militares y religiosos; pues se trata simplemente de un cambio de piel, o de traje en este caso, porque en el fondo es y será el mismo gobierno de Uribe (continuación), con sus mismas políticas, sus mismas miserias, su misma política exterior, con sus arrastres, con su narcopolítica, su narcoparamilitarismo, sus falsos positivos, con sus bases norteameri-canas clavadas en el rostro de su piel. Es y será el mismo Estado que vende su soberanía, que bombardea territorios de países vecinos, que es ciego para ver coordenadas de guerrilleros en su propio territorio, pero que también es paralítico para responder a las demandas de su pueblo.
Es y será un gobierno con su propia meta y campo electro-magnético-ideológico bien definido hacia el capitalismo, cobijado en una estructura de fachada que esconde la falsa democracia y donde predomina la apariencia y se oculta la esencia de las realidades. Esa es Colombia, con casi sesenta años de graves conflictos internos, agravados con la elaboración y distribución de drogas y el paramilitarismo, supuestamente desmovilizado, pero que está más vivo que nunca. Esa sería la esencia del escenario donde se desarrolla la vida de la sociedad colombiana en general.
Vemos entonces que son verdades intrínsecas del Estado colombiano que no se pueden cambiar ni tampoco disimular. Decir que con la llegada del nuevo gobernante se liquida la herencia del gobierno pasado, es una especulación semántica o tal vez una frase que ya está trillada en el campo de la ciencia política. Razón tenía Noam Chomsky cuando refiriéndose a la transición presidencial en Norteamérica, dijo: el gobierno de Obama será la continuación del gobierno de Bush. Realmente no se equivocó en tal aseveración porque el imperio norteamericano sigue con su metodología de violencia y terror contra los pueblos del mundo, matando niños y aniquilando pueblos enteros.
En Colombia se suceden las caras, pero es el mismo corazón de la derecha que late, que bombardea sangre al corazón de la violencia de Estado, reflejada en las fosas comunes con cientos de cadáveres, que alguna vez fueron hombres y mujeres a quienes el gobierno y el mismo Estado debieron cuidar pero que terminaron matándolos con tiros de gracia o tal vez cayeron bajo la metralla de los falsos positivos. A qué santo rogarían para que les perdonaran la vida, pero al parecer, lamentablemente, los ruegos no llegaron a tiempo y se perdió la vida en medio del llanto. Oremos por Colombia porque el que llegó no es santo de mi devoción.
*Politólogo
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