La paz, el más grande anhelo de la humanidad a través de todos los tiempos. Tuvo en los años sesenta y setenta del siglo XX su más masiva expresión, cuando bajo las banderas del movimiento hippie, toda una generación de jóvenes en el mundo, se levantan en un clamor por la paz y el amor.
Movilizado por el Rock, música contestataria producto de la fusión de las melodías de la resistencia del arte negro y el radicalismo blanco norteamericano. Y en base al alto nivel tecnológico del capitalismo desarrollado en cuanto a avances de la instrumentación electrónica y de la alta capacidad de masificación a través de los medios de comunicación. Ese arte, esa cultura, ese cuestionamiento revolucionario, hace estremecer los “valores” mismos del capitalismo. Es “la música que estremeció al mundo”
Profundo contenido revolucionario albergaba el movimiento hippie. Haciendo propio el emblema del cohete nuclear encerrado en un círculo, ideado por Bertrand Russel. Levantando las banderas de la paz, en la fase imperialista, final y última de un sistema cuya esencia es la guerra y tratándose un movimiento de multitudes juveniles, especialmente en los países capitalistas desarrollados, aquello guardaba un profundo contenido subversivo.
Ya la humanidad había presenciado horrorizada el holocausto de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. El demencial desarrollo del poderío nuclear por los estados terroristas del planeta y la inminencia de la posibilidad de la destrucción total, hicieron que toda una generación juvenil, especialmente en esos países desarrollados se rebelara a favor de la vida. Produciéndose entonces toda una cultura, una actitud en la existencia que iba desde la apariencia personal, las costumbres, el arte, los gustos, hasta las formas de sobrevivencia y producción.
Pero aquella ola como llegó se marchó. La ausencia de proyectos transformadores, de consignas que atacaran la esencia misma del sistema a superar y propuestas a desarrollar, el culto al espontaneismo y la ausencia de bases verdaderamente políticas. Fueron haciendo desaparecer el movimiento. La droga por un lado, como elemento disociador de la realidad y la comercialización desmedida de su principal y más valiosa producción: su arte. Hicieron que finalmente “Arkansas se quedara sin sus héroes” como se queja Allen Ginsber en su “Aullido”.
Estamos hablando de
toda una generación, que producto de las contradicciones mismas del
sistema capitalista alcanzó inusitado protagonismo, razón por
la cual la arremetida posterior del poder fue aplastante. Aprendieron
y procedieron de manera de que nunca más volviera a ocurrir. Estamos
hablando también de los jóvenes estudiantes del mayo francés, que
convirtieron los adoquines de París en herramientas de acción poética,
política, e hicieron estremecer hasta sus cimientos la V República
gaullista.
Estamos hablando de la Revolución Cultural china, que movilizó a miles de jóvenes comunistas en el reclamo contra lo que consideraban las desviaciones del proceso revolucionario. Los tiempos posteriores vienen demostrando que tal vez por allí vengan las cosas. Hasta contaban con la aprobación del Gran Timonel o por lo menos de su esposa. Estamos hablando de esa “Nueva izquierda” que luminosa y activa invadió los salones y auditorios de las universidades y liceos norteamericanos y que muy cercana al movimiento hippie puso en verdaderos apuros a los guerreristas de esa gran potencia del norte, con la consigna de la paz.
Obviamente la victoria de Vietnam, se le debe antes que todo a su heroico pueblo acertadamente conducido por el Partido Comunista y el Presidente Ho Chi Min y a la solidaridad de los pueblos del mundo. Pero un factor importante sin duda fue la desmoralización entre el pueblo norteamericano, el ver cómo regresaban sus hijos por grandes cantidades en bolsas plásticas, otros enloquecidos, destruidos moral y psicológicamente. Y con un vigoroso movimiento juvenil, los hijos de ese pueblo, quienes por centenares de miles quemaban su libreta de enrolamiento frente al capitolio Federal en Washington. Un rotundo y masivo cuestionamiento que caló profundo en ese país contra aquella guerra.
Pero hoy en día lamentablemente no hay nada de eso. Pareciera que no hay o muy poco las organizaciones capaces de realizar aquellas grandes movilizaciones por la paz. Los jóvenes soldados norteamericanos, el soldado mejor equipado del mundo, y el más aterrado, se están suicidando en masa. Otros muchos regresan nuevamente en bolsas plásticas o locos de Irak ó Afganistán.
Ahora estamos ante la inminente posibilidad de una confrontación nuclear, de dimensiones impredecibles como todas las guerras.
El Comandante Fidel Castro en su reciente participación en la Asamblea Popular Cubana formuló tres preguntas; La primera: ¿Uds. Creen que los norteamericanos una vez con su flota en el Golfo Pérsico, van a renunciar a requisar a cuánto barco entre o salga de la República Islámica de Irán? La segunda: ¿Uds. Creen que los iraníes se van a dejar requisar por los norteamericanos? Y la última: ¿Habrá forma de disuadir a Barack Obama a estas alturas de los acontecimientos? O sea: ¿Será posible que humildes mortales detengamos una conflagración nuclear?
Tal vez cuando seamos muchos, cuando exista la posibilidad de un movimiento por la paz con la fuerza de aquellos jóvenes de la segunda mitad del siglo XX que de alguna manera colaboraron para la victoria de los pueblos del mundo. Hoy por hoy se trata de una sociedad aterrada por sus amos. Entre tanto evoquemos a aquellos estudiantes de la película “Las fresas de la amargura” quienes sentados en el piso del gimnasio, esperaron la arremetida policial, mientras acompasados por las palmas pedían un chance a la paz.
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