Estemos claros: un premio corona a quien ciudadano ejemplar con su acción u obra fomente valores de conservación del sistema que lo otorga. Puede inclusive ensalzar la crítica, siempre y cuando con su luz apunte a la recuperación o perpetuación del sistema político y social sobre cuyas bases se erige. Otórguese en el área que se otorgue, incluso reconociendo méritos en el campo científico, aspecto donde no debería privar el criterio político o ideológico a la hora de sentenciar, dado que no existen enigmas naturales físico o químicos propiamente capitalistas o socialistas...
Pero ya sabemos, hombre y sistema social ─por más civilizados que se cataloguen─ poseen severos aportes de animal instintualidad, directriz esta orgánica de su naturaleza. Sigamos claros. No de otro modo se entiende por qué una altísima civilización como la occidental haya sido capaz de lo que fue recientemente: las guerras más terribles, la bomba nuclear, las persecuciones políticas y los campos de concentración. Como si la civilización y la cultura fueran el despecho de la naturaleza animal del hombre, que no termina por desaparecer del todo. Se traga el avasallador progreso a las selvas primigenias y sus animales, pero no puede acabar consigo mismo, el ser humano, otrora pájaro selvático. O no se atreve del todo. La alta y etérea intelectualidad está soportada sobre fundamentos animales.
Tal es la contradicción civilizatoria. Los hombres son esas elevadísimas criaturas civilizadas que no pueden desprenderse de esa maldita condición animal que los acompaña o, mejor dicho, aqueja, con toda su infraestructura natural de temores, limitaciones y debilidades. Cerebros luminarias por un lado, capaces de cualquier utopía, rozantes con lo divino, y cuerpos actorales por el otro, ejecutantes de lo odioso animal, encarnantes de la debilidad terrenal en general, de la vergonzosa huída, del apenante grito, de la traidora mentira por la vida propia, del silencioso arrodillar por el placer profano, profano intelectual...
El animal humano está allí en la carne propia, con su carga de pavores y fulgurantes estampidas, imposibilitando que hasta el más alto místico fornique triunfalmente con Dios.
De forma que (dicho lo anterior sobre la humana debilidad animal) habrá que sentar que dificilmente una naturaleza conspirará contra sí misma, llámese hombre, hombre animal, hombre intelectual, sociedad, civilización, cultura y hasta barbarie, para hiperbolizar un tanto. Así, pues, no es fácil entregar ese premio a hombres, obras o corrientes contrarios al sentido ideológico que lo propulsa, so pena de incurrir en un “autosuicidio”, para utilizar una maravillosa expresión de un conocido expresidente venezolano, famoso por su brutal ilustración. Y déjese constancia de que lo dicho no es producto de una ardua intelectualidad que parió una gran conclusión, ¡va, pamplinas!, sino una soberana pendejada con todos los viso de una animal perogrullada.
Ninguna bestia, por más ilustrada que se perfile (según lo anterior, no es un contrasentido), se tenderá una celada a sí misma, menos una cúpula de la alta intelectualidad civilizada occidental (la Academia Sueca) intentando cultivos de valores adversos. Ya de eso existe un sinfín de muestras en materia de Premios Nobel (para volver a lo nuestro), la más emblemática el premio jamás concedido a Jorge Luis Borges por aquello de piropear a la Revolución cubana en momentos en que el macarthismo jineteaba por doquier y el comunismo había sido conceptuado como la plaga de los siglos contra la sociedad del progreso, léase capitalista.
Por supuesto, la Academia Sueca está por allá y los EEUU por aquí, pero hay que ser ese pedazo de animal de la selva que se lleva por dentro para no comprender que la derecha política (de la que hemos estado hablando siempre en el texto) es un ser viviente globalizado no precisamente desde el advenimiento de la Era de la Información, sino desde la invención de la idea y de los bandos.
No sólo desfalleció la Academia Sueca cuando obliteró para siempre al argentino, sino a muchos otros que usted seguro conoce o investigará, estimado lector. Ella, la Academia, atalaya de la civilización y cultura occidentales, en virtud de su triste condición animal (hay que imaginarse a esos sublimes académicos lamentando su condición de humanidad animal) y desde que empezó a repartir premios, ha venido flotando en diversos mares desde su fundación: la contradicción (silogística contradicción), el temor (temor cultural o de civilizaciones) y la confusión (confusión de lo sublime con lo profano, o, mejor dicho, de lo sublime con lo político).
Esbócese: la Fundación Alfred Nobel rinde homenaje a quien enaltezca la inteligencia, humanidad y arte digamos de la especie humana, pero el fundador legó a la posteridad uno de los dispositivos de guerras más arrasadores de la vida inventados. No obstante, acéptese que se actúa por remordimiento y véase en esto un rasgo sublime del hombre. Los Premios Nobel coronan casi exclusivamente a esas luminarias de la especie humana que pertenecen al partido digamos cultural, en la línea de la expresión “guerra de civilizaciones”, y se ciñen en cabezas del bando contrario cuando se declaran afectos al alto estamento occidental político, lo cual equivale a decir que premian la disidencia y en muchos casos a traidores. Difícilmente se puede concebir un reconocimiento a los inventores de la bomba atómica si ésta hubiese sido lanzada sobre la humanidad de la etnocéntrica cultura occidental.
Los Nobel boquean cuando todo su estamento digamos premiante, en todas las ramas de la divinidad humana, pujan como para crear una suerte de premio político, resumen de todas las contradicciones que privan en la mecánica de concesión de los otros premios. Al presente, tal confusión de lo político con lo sublime o viceversa, se ejerce cuando se toma la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz. Sin más palabras, piénsese en el otorgado a Barack Obama, lo cual nos pone también a viajar en el tiempo y a imaginar los frustrados ánimos académicos por no habérselo podido otorgar a Joseph Raymond McCarthy en su época, por su “encomiable” labor de perseguir comunistas, animales humanos estos portadores de ideas contrarias al “progreso humano”, es decir, a la corriente política, cultura y civilización propias.
Pero no son los académicos suecos (o los que postulan candidatos) los únicos animales que se dejan abrumar por sus naturales brios o culturales a la hora de premiar a sus héroes... Es la derecha política mundial que está en crisis y hace aguas, colocando a toda su institucionalidad en el trance de pervertir sus valores y asumir la guerra política en todas sus esferas. La guerra total, de balacera, ideológica y cultural, esa que suelta que si no estás conmigo estás en contra. Se derrumba el sistema económico capitalista que soporta al político y es posible ya que ande difundida la pesadilla de ver a unos académicos suecos otorgando premios a criaturas socialista o comunista descubridoras de enigmas cósmicos de la misma nacionalidad ideológica. ¡Horror e hipocresía de este mundo! Cojea y teme la derecha política mundial y es fácil constatar por doquier el ejercicio del cinismo y la conveniencia. Un premio de la paz que es en realidad de la guerra, o un premio de literatura que es en realidad de conveniente apoyo ideológico, en medio de una líquida estampida ideológica institucional en crisis. Es decir, un Nobel de Literatura que no es de literatura, sino político.
Así, el premio otorgado al escritor Mario Vargas Llosa parece encuadrar en las últimas palabras, restándole brillo a su figura, en vez de sumarle. En el contexto de los enunciados temores animalescos de la civilización occidental y de la consecuente politización de los criterios de la Academia Sueca, detrás de la concesión del premio habrá que sospechar que no se premia su obra tanto como su accionar político, conocido por todos anticomunista, antisocialista, concretamente en el tiempo presente cuando sus posturas han sido muy específicas en contra de Venezuela y su Revolución bolivariana, y han sido prolongadas en contra de la cubana. Y precisamente en una región del planeta que parece fracturarse del esquema capitalista de la derecha política mundial.
Nadie tendrá que interpretar que la obra del escritor no merece reconocimiento como aporte histórico y sociopolítico en el ámbito latinoamericano (La casa verde, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo), pero hay que denunciar, ¡caramba!, que después de la concesión del Nobel de la Paz a Obama los otros premios de la Academia figuran como suertes de caramelos repartidos en un circo. Se perdió la compostura. Se dirá, con todo lo que pueda faltar en este breve artículo para la argumentación, que el premio dado a Vargas Llosa es político antes que literario. Una razón: el escritor estaba prácticamente retirado y su obra, con toda su importancia, ya figuraba como espacios cubiertos en los anaqueles de las bibliotecas. Otra: el comportamiento en sus últimos años de retiro literario ha sido principalmente político, de defensa del sistema neocolonialista y capitalista mundial (siendo él peruano de origen), circunstancia que lo llevó hasta a candidatearse a la presidencia de su país.
¿Quién puede creer que lo premian inocentemnte por escritor y no por político, ahora precisamente que él mismo había confesado haber abandonado la escritura y tener dificultades para ejercerla? A punto está la Academia de implantar la modalidad post mortem de concesión de premios, según los cadáveres postulados evolucionen hacia posiciones políticas de férrea defensa del sistema, es decir, a propósito de esta fabularia conversación, de humanos hacia perros, perros cancerberos.
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