Analistas opinan que de haber “ruidos” en el normal funcionamiento del Canal de Suez, paso ahorrativo para el comercio entre Europa y Asia, los precios del petróleo se dispararían a $200. Las revoltosas circunstancias sociales de dos países a africanos (Túnez y Egipto, este último sede del canal) “entusiasman” los cálculos de algunas proyecciones, y lo cierto es que ya el barril petrolero alcanzó los $100.
Cuando Irak, en víspera de la caída de Hussein y la invasión a su país, mucho se especuló con que el hombre volaría los pozos petroleros para que el invasor, en caso de triunfar en sus objetivos, no pudiese gozar de sus beneficios..., aunque se firmase también la sentencia de no poderlos utilizar para usufructo propio. Como se recordará, los precios del crudo se fueron a las nubes, ya de por sí elevados por la situación de guerra.
Y cuando el capítulo de la guerra en Georgia, a través de quien EEUU y las potencias europeas intentaron hacerse con el oleoducto BTC (Baku-Tbilise-Ceylan), además de la geoestratégica región Cáucaso-Mar Negro-Mar Caspio, la historia no fue distinta. Subió el petróleo. 1,4 millones de barriles diarios de petróleo a través del oleoducto estaban amenazados en su tránsito hacia Europa.¹
Y ni hablar de Irán, Golfo Pérsico. El tormentoso fantasma de la guerra contra el país petrolero es una circunstancia que infla con cada ademán los guarismos del precio petrolero. De pesadilla es para los países consumidores de petróleo (¡Europa!) la amenaza del gobierno iraní de bloquear el Estrecho de Ormuz (un pasadizo de 100 Km. de ancho en la costa de Irán), por donde circula el 40% del petróleo que se vende en el mundo, a saber, unos 15 millones de barriles diarios.
Ahora es Egipto y su Canal de Suez, es decir, la ruta de conexión entre Europa del este y el codiciado petróleo del Golfo de Irán, vía Mar Mediterráneo-Mar Rojo, esto es, la vía de tránsito del 26% del petróleo de la importación mundial. Como si de la sangre del mundo se tratare, el petróleo define la importancia de las arterias de circulación y marca como zonas de operaciones quirúrgicas y de conflicto (guerras) los puntos que amenacen a su fisiología como organismo de la economía mundial, tanto en su distribución como generación. Son los mares y ríos del mundo las arterias no precisamente hídricas, sino de plasma petrolero; y son los países y regiones contentivos de los yacimientos de hidrocarburos, la generativa médula ósea de la economía mundial. Cualquier afección nodular de los puntos críticos afecta el sistema global, disparando las alarmas de la intranquilidad mundial, generando pánico, sueños o pesadillas de guerra, desatando la maliciosa especulación y aumentando precios.
En lo que a Venezuela concierne, primera reserva mundial de hidrocarburos,² aparentemente ajena a escenarios de combate o de desestabilización que afecten las propiedades correosas del vital líquido (que ya dije, vale mucho más que el agua), la impresión no puede resultar más fraudulenta. Es cierto, para aclarar la mención de Egipto en artículo tan negro sobre el petróleo, nadie dirá que su ambiente levantisco se deba a razones esencialmente petroleras, aunque posea importantes yacimientos, además de gas. Padece convulsiones de carácter social y económico, las ya conocidas secuelas de la exclusión y depauperación generadas por el sistémico modelo capitalista. ¡Pero cómo pesa en la balanza de las consideraciones de los países europeos y consumidores de petróleo la imaginación de que ese país pierda la estabilidad, no tanto por su condición de aliado o país con ciertas reservas de hidrocarburos ─nada desdeñable─ como por su importantísimo canal de transporte! ¡Cómo duele en el bajo vientre que encarezca el oro negro por razones tan estrictamente no petroleras, como revueltas sociales, hambre, transiciones políticas, etc!
Egipto pasaría en el tren del olvido con sus convulsiones presentes de no ser por los revestimientos dichos: algo de hidrocarburos en las arcas y, sobremanera, la importancia geoestratégica de su canal. Ergo, no es locuaz inferir que las preocupaciones tejidas en su entorno político tengan un cariz de maquiavélica amistad, de amor interesado, de cariño hidrocarburante ─digásmolo así─, ése que no deja al viento ningún cálculo afectivo sobre el tablero de la energía mundial. Pero cálculo al fin, con fallas, al que sólo le interesa que funcione mecánicamente el Canal de Suez, sin preocupación por lo interno, por los afectos, los sentimientos, la salud política de la nación, como se corresponde con los amores interesados, que suelen separar la cabeza y el corazón para hacerlas bolsillo.
No es descubrimiento del agua tibia o gélida, sino simple realidad: nada de lo que haya ocurrido o pueda ocurrir en el país africano puede desconocer la hoja de cálculo en que lo han incluido los poderosos países “amigos”, interventores u omisos según conveniencias. El amor simplista de los aliados, ese al que le interesa el petróleo y el canal, ha estado encima de cada detalle social y político del país desde hace décadas, pero omitiéndolo, haciéndose de la vista gorda, tolerando la fractura de los derechos humanos ciudadanos y apoyando a un régimen de eterna iniquidad social, como si eso fuese algo lejano sin el poder para afectar sus intereses. Y ahora que la burbuja social y política explota, ellos siguen sobre los detalles (¡todos los detalles!), haciéndose todavía de la vista larga, practicando omisiones, desoyendo los reclamos populares, siempre apoyando al régimen aunque tambaleante, preocupados nomás por la funcionalidad geoestratégica del aliado Mubarak, del petróleo mundial y de su canal de circulación.
Así mismo puede hablarse de Venezuela. Ella está ahí, aparentemente en paz, en tanto no ha levantado un fusil para defender su soberanía o riquezas, como se dijo de la zona del Cáucaso, Irak, Irán, etc. Uno que otro problemilla de carácter social la aqueja, seguro la inseguridad (y valga la rima), probablemente la falta de vivienda en muchos de sus compatriotas, viviendo una especie de utópica revolución humanista (así lo señalan sus detractores) que levanta ronchas por doquier, con gran certeza desestabilizada por una factoría opositora desmontada del poder político tradicional, que con ayuda extranjera... Problemas corrientes de los corrientemente llamados países del tercer mundo o en desarrollo.
Como de Egipto, nadie dirá que sus problemillas tengan como nodo los hidrocarburos, el gas, el petróleo, sus reservas, su mercado, sus precios, más allá de que se le acuse de no diversificar su economía y padezca la fluctuación social y económica consiguiente de la cotización del rubro negro en el panorama mundial. Pero está allí, podrida de petróleo, y es aparente e hipócrita que de ella no importe otra maravilla que su petróleo. Hay que decirlo. Como Irak o Egipto, en guerra por el petróleo o en medio de convencionales crisis sociales propias de países tercermundistas pero sin sustraerse de su importancia económica petrolera, respectivamente, Venezuela es un país absolutamente monitoreado en el mapa de la guerra mundial por los hidrocarburos y del posicionamiento geoestratégico de las potencias militares, especialmente de las que ya no tienen hidrocarburos (o no se bastan con el que tienen) y lo buscan con ansiedad mortal.
De forman que no podrá decirse nunca que país adentro, fortuita o inocentemente, le “sucedan” cosas, cosillas, problemas, problemillas, como que se diga que es inestable económica o políticamente porque grupos u organizaciones se quejen a diario de restricciones de la propiedad privada o de la libertad; que sea terrorista, guerrillera o narcotraficante, más allá de mote de comunista o izquierdosa, reliquia argumental-imperial que se tragaron los tiempos. Así como en Egipto detalles como los mencionados se obliterarían (como de hecho se hizo) por tratarse de un país aliado de las potencias occidentales, en Venezuela se fomentan, más cuanto si el país proclama su independencia económica, social y política de la baza colonialista. Para muestra el mechón: tras bastidores, EEUU apoyó el golpe de Estado de 2.002 en Venezuela, el ajetreo en la plaza Altamira, el paro petrolero, todos actos aparentes de desestabilización propios de un país tercermundista; nada serio, un simple país con problemas sociales. La otra cara de la moneda es la ansiedad por sus yacimientos de hidrocarburos, la geoestrategia que brindaría el sometimiento de Venezuela y la incomodidad del “comunismo trasnochado” (como dicen) de Hugo Chávez.
De hecho, y a propósito, el paro petrolero infló los precios del barril de petróleo en su tiempo, tema del que hablamos y con el cual terminamos. Podría decir la gente en la calle, despectiva o agradecidamente, según su inclinación política: “Ese Chávez si es suertudo, siempre lo salva el aumento de los precios del petróleo”, comprendiendo que la economía del país está sustentada en la salud del petróleo como mercancía. Se dirá que a su llegada al poder subieron los precios, pero no se mencionará que viajó al viejo Oriente para posicionar y fortalecer el producto; se dirá que cuando requiere un dinero extra, los precios suben, fortaleciéndose su mandato, y no se dejará de decir que, ahora mismo que existe una contingencia interna con los afectados por las lluvias, le cae de perlas el aumento de los precios por causa de los eventos en Egipto. Como decir: alegría propia por mal ajeno, unos celebrando a la calladita, otros, arrancándose las greñas con presunta indignación.
No obstante, tal escrúpulo moral es tema para otra hora y espacio. Lo que concierne a la presente reflexión es el siguiente remache, de inmediata supervivencia: el destino de Venezuela se ha sellado como país petrolero (acéptenlo o no los intelectuales e idealista), un recurso que en breve desaparecerá de los intestinos de la Tierra. Es asunto de supervivencia o muerte, de borrado o remarcado nacional, más allá de diferenciaciones políticas. Luchar contra semejante “colocación” colonialista como país surtidor, intentar diversificar el sustento nacional explotando otra fuente de riqueza, procurar sustraerse a semejante destino tentacular imperial, siempre será un asunto de guerra y revolución (decía Lenin que toda revolución implica guerra). Lo será incluso el intentar salvaguardar, ahorrar o autogestionar el recurso, para el caso que Venezuela decida no depender en lo sucesivo de los hidrocarburos (si ello fuera ipso facto posible), esto es, venderlos. Romper filiaciones o dependencias siempre será un acto de revolución. Ello representaría una declaración de guerra para los dependientes, y en breve se le intentaría obligar a la venta o a una guerra defensiva contra la invasión.
En la medida que se complique el panorama de los hidrocarburos en el mundo, sea en su circulación, distribución, yacimientos, precios, de modo que la apetencia de las potencias imperiales, industriales y militaristas se frustren, en esa medida el hado de la desgracia virará el rostro hacia nosotros y empezará a ventearnos como a pintorescas playas tropicales de manso suministro. Debemos prepararnos.
Notas:
¹ Oscar J. Camero: “Operación Osetia para Bolivia” [en línea]. En Animal político. – 29 ago 2.008. - [Pantalla 1]. - http://zoopolitico.blogspot.com/2008/08/operacin-osetia-para-bolivia.html. - [Consulta: 8 feb 2.011].
² Traigo a colación unas cifras rápidas: “Según estimaciones del servicio de geología de los EEUU 513 mil millones de barriles sólo en la faja del Orinoco; 80 mil millones de barriles en reservas convencionales; 30 mil millones de barriles equivalentes de gas natural” (Tomado de Joel Sangronis Padrón: “Repercusiones de la revolución árabe en Venezuela” [en línea]. En Prensa indígena. – 3 ago 2.011. - [Pantalla 1]. - http://www.prensaindigena.org.mx/?q=content/venezuela-repercusiones-de-la-revoluci%C3%B3n-%C3%A1rabe-en-venezuela. - [Consulta: 8 feb 2.011]).
Más del autor en Animal político
camero500@hotmail.com