Mubarak y Noriega

La revolución está de vuelta, y habla en árabe. Quienes creyeron el cuento de que las revoluciones eran cosas del pasado deben estar pasmados. Allí a la vista de todo el mundo, en términos literales y gracias a la magia de Al Jazeera, en El Cairo y demás ciudades egipcias, antes en Túnez, se está desarrollando un proceso social y político que no admite otro concepto mejor que lo interprete que el de Revolución. Son las masas actuando, poniendo el pecho a las balas, imponiendo la democracia en las calles, a punta de consignas y pancartas, mítines y marchas.

Revolución de envoltura democrática, pero de esencia anticapitalista

Como todas las revoluciones, estas revoluciones árabes, de la cual la egipcia es la más notable hasta ahora, ha empezado con demandas simples (el programa mínimo, decían antes): libertad y democracia. Pero, por debajo de esa envoltura aparentemente inocente y digerible para el “sistema”, lleva el engendro que amenaza la esencia del capitalismo pues su actor central son la clase trabajadora y cientos de miles de jóvenes obreros condenados al desempleo y la miseria, gracias a la globalización capitalista. Junto a las demandas de libertad y democracia, marchan bien de la mano las exigencias de empleos y mejores salarios, que el capitalismo en crisis agónica no puede dar.

Una combinación que recuerda a la Revolución Rusa de 1917, movida por las consignas de: “Paz, Pan, Tierra y Libertad”. Algo semejante podría decirse de la Revolución Mexicana de 1910, la china, la cubana, la vietnamita y tantas otras del siglo XX. Carlos Marx también está de vuelta, aunque en realidad nunca se había ido, pues él planteó con claridad que todas las contradicciones sociales del mundo moderno tienen como actores centrales a dos clases, el proletariado y los capitalistas.

Triunfo la “Revolución de Febrero” en Egipto, falta la “Revolución de Octubre”

Lucha de clases que, en últimas, se dirime en el terreno político en una lucha a muerte entre capitalismo y socialismo, aunque aún esos pueblos no lo tengan claro en sus conciencias. Revolución que, si no encuentra una dirección revolucionaria que la guíe, puede terminar desviada, congelada o postergada, pero cuya esencia apunta contra el corazón del sistema capitalista. Después de todo, las demandas por más empleos y mejores salarios de los egipcios, son las mismas del proletariado europeo, Norteamérica y latinoamericano.

Podemos decir que, siguiendo el modelo clásico de la Revolución Rusa (como proponía el revolucionario argentino Nahuel Moreno), en Egipto, con la caída de Mubarak, acaba de triunfar la Revolución de Febrero, la revolución democrática que derriba al régimen totalitario; pero para que esta avance a la resolución del problema social que está de fondo, transformándose en socialista, para que triunfe su Revolución de Octubre, se requiere un partido obrero revolucionario que la guíe.

Ahí está el problema de las últimas décadas y el por qué la mayoría de las revoluciones triunfantes se han congelado en su “febrero”, es decir, en su fase democrático burguesa

En Egipto está en jaque el orden mundial imperialista

Lo más interesante de la Revolución Egipcia es que socava uno de los pilares del orden mundial que el capitalismo imperialista había construido en una de las regiones más estratégicas para sus intereses: el Medio Oriente. Porque Hosni Mubarak fue el principal socio de Estados Unidos e Israel en el control de la mayor zona productora de petróleo del mundo.

Ahora que el imperialismo yanqui, el hipócrita Obama y la Unión Europea intentan resarcir su prestigio alejándose del dictador, conviene recordar que el régimen de Mubarak no hubiera durado 30 años sin el sistemático apoyo de la “democracia” norteamericana y europea. Igual que la dictadura tunecina y argelina, o las monarquías repugnantes como la Arabia Saudita y Marruecos.

La revolución se contagia cual gripe porcina, por todo el norte de África y el Medio Oriente. El pueblo egipcio nos devuelve la esperanza y muestra el camino, no sólo a los otros pueblos árabes que viven bajo regímenes dictatoriales, aliados de Washington e Israel, sino que pronto cruzará el Mediterráneo, donde ya el pueblo griego, francés y español han hecho sus primeros pininos, aunque en Europa la trampa “democrática” todavía confunde las conciencias.

La victoriosa revolución egipcia devuelve las esperanzas especialmente al sufrido pueblo palestino, pues las cadenas que hoy sufre las han impuesto Estados Unidos e Isrtael, con el apoyo activo de los regímenes antidemocráticos de Egipto, Jordania, Arabia Saudita, etc. Por eso la principal demanda desde Palestina al nuevo régimen egipcio es que levante el bloqueo sobre Gaza.

Egipto 2011 y Panamá 1984-89,  la lucha por democracia y contra el capitalismo neoliberal

 

Todas las comparaciones son odiosas, pero uno no puede dejar de comprender las cosas nuevas sin compararlas con las viejas experiencias. La situación egipcia me hace recordar un proceso semejante que vivimos en Panamá durante los años ochenta, que conviene recordar ahora, se pueden sacar lecciones que ahorren energías.

La crisis panameña de los 80 se inició, al igual que la egipcia, de una lucha social contra la crisis capitalista y el neoliberalismo. La diferencia es que a mediados de los 80, el “modelo” neoliberal, como fórmula para enfrentar la crisis capitalista, estaba en sus inicios, empezaba apenas el derribo de las conquistas sociales keynesianas, mientras que en Egipto ahora, ya el neoliberalismo ya es un modelo agotado y sin salidas.

Los historiadores oficios de la burguesía panameña, al igual que hacen los medios de comunicación con la revolución egipcia, sólo enfocan la crisis de los 80 sobre el aspecto democrático y ocultan la esencia social del inicio de la crisis.

Resulta que en Panamá ambos factores se combinaron en 1984, cuando en acuerdo entre el gobierno norteamericano y los militares panameños (Noriega a la cabeza) se impuso mediante un fraude electoral a Nicolás Ardito Barleta, quien venía de ser presidente del Banco Mundial para América Latina a imponernos un duro plan de ajuste estructural, como se llama en aquella época a las medidas neoliberales. Por ello, Estados Unidos nunca cuestionó esas fraudulentas elecciones y, por el contrario, rápidamente reconoció al gobierno de “Fraudito”. Es más, por ello, los medios de comunicación cuando hablan del régimen militar hoy, omiten hablar de Barletta, quien pasa por respetable empresario y banquero.

Pese a las protestas, incluso los muertos de aquel proceso electoral, la verdadera crisis se inició cuando en su primer acto de gobierno Barletta impuso la Ley 47, en duros términos neoliberales. Ley que fue rechazada por un enorme proceso de huelgas de empleados públicos (en ese entonces la FENASEP sí hacía huelgas), de gremios magisteriales, médicos, estudiantiles y obreros. El primer “round” fue ganado por los trabajadores y Fraudito tuvo que derogar sus medidas, en noviembre de 1984. La crisis había empezado y el gobierno del Salinas de Gortari panameño, quedó castrado.

1985 vería en Panamá el mayor proceso de huelgas que se tenga memoria, efecto que duraría hasta marzo de 1986, con la mayor huelga general de la historia, contra las Leyes 1, 2, y 3 que reformaban el Código de Trabajo. Para entonces la movilización popular combinaba las demandas económicas con las democráticas, pues con el asesinato de Hugo Spadafora, en septiembre de 1985, quedó claro que Noriega era el poder real, y los presidentes eran meros títeres. De nada valió reemplazar a Barleta por su vicepresidente Del Valle, pues ya estaba instalado en la conciencia de la gente el grito de “¡Abajo Noriega!”

Noriega y Mubarak, hijos legítimos de Estados Unidos

 

Así como vemos a Barack Obama y a Hillary Clinton tomar distancia del apestado Mubarak, sostenido largamente por Washington, así antes fueron tomando distancia del general Manuel Noriega en Panamá. Noriega al igual que Mubarak fue hijo predilecto de los intereses norteamericanos: agente de la CIA desde que era suboficial, luego temido agente del G-2 y a partir de 1983 al frente de la Guardia Nacional , siempre fue respaldado por el departamento de estado y el Pentágono. Los datos muestran cómo, entre 1983 y 1987, la financiación norteamericana apoyó fuertemente la transformación de la Guardia en Fuerzas de Defensa.

 

Contrario al mito tejido después de la invasión de 1989, por algunos “izquierdistas” del PRD y la socialdemocracia, seguido de muchos incautos de la izquierda latinoamericana, Noriega jugó un papel activo contra la Revolución Nicaragüense y centroamericana. Inclusive, a inicios de 1987, cuando aún dirimía el poder con el general Roberto Díaz Herrera, asistió al encuentro organizado por los empresarios de la APEDE (CADE) a insinuar que aquél era el hombre peligroso a desplazar y él era el hombre de confianza para el empresariado.

Otro mito bien tejido por los amanuenses del colonialismo mental afirma que Estados Unidos siempre condenó al dictador y apoyó la democracia en Panamá. Nada más falso. El proceso fue similar al que vemos ejecutarse hoy en Egipto. Igual que sucede con Mubarak, la diplomacia norteamericana fue cambiando, forzada por la movilización popular, de un apoyo total a Noriega hacia un tímido pedido de que pusiera una fecha para su retiro, hasta una confrontación directa sólo cuando la camarilla de Noriega se negaba a retirarse poniendo en peligro intereses superiores del capitalismo panameño.

Por supuesto, saldar la crisis con una invasión a Egipto, como se hizo en Panamá, no es una opción imperio sumido ya en dos invasiones en las que está empantanado: Irak y Afganistán. Pero es una opción de última instancia, lo han dejado entrever los sionistas israelíes, en especial, si presienten que el poder pueda caer en manos de la poderosa organización de los “Hermanos Musulmanes” equivalente de Hamas para los egipcios.

El imperialismo construye un recambio burgués

 

El principal problema para el imperialismo yanqui es cómo construir una dirección política de recambio para Egipto que sea medianamente creíble para las masas y que las pueda contener. Al parecer allá barajan varias opciones, la primera dar continuidad y estabilidad con el vicepresidente Suleiman y la cúpula del ejército, mientras se negocia con la “oposición” burguesa y moderada.

En Panamá, cuando fallaron como figuras de apariencia legítimas los propios personeros del régimen, empezando con los vicepresidentes de Barleta (Del Valle y Esquivel), incapaces de contener el descontento popular, y ante la falta de credibilidad que adolecían partidos opositores (como la Democracia Cristiana y el Panameñismo), la embajada norteamericana ayudó a construir un movimiento político de referencia en asocio con los gremios empresariales: la Cruzada Civilista Nacional.

Ese factor fue clave en el proceso panameño, y empezó en junio de 1987, porque cerró las puertas a cualquier salida de izquierdas a la crisis. Con la ayuda de los medios de comunicación, los dirigentes de la Cruzada fueron construidos como el recambio en la mente de las masas.

La izquierda, la mayoritaria en ese entonces, por la vía del Partido del Pueblo y la izquierda “torrijista” del PRD, quedó bajo la dirección incoherente del general Noriega quien, para sostenerse en el poder apeló a una fraseología inconsecuentemente antiimperialista, pero que en los hechos cargó el peso de las sanciones económicas sobre los trabajadores. La izquierda “crítica, combativa e independiente” quedó atenazada entre el norieguismo y la Cruzada sin poder construir un proyecto propio.

Esta situación hizo en Panamá imposible el triunfo de nuestra revolución democrática contra el régimen militar. En Panamá no hubo Revolución de Febrero, pues la Cruzada Civilista llevó a las masas a la parálisis y luego permitió las condiciones para la invasión militar norteamericana, con la consecuente imposición de un régimen político bastante controlado y poco democrático como el que tenemos.

La existencia o la ausencia de una dirección revolucionaria en procesos como los de Egipto y Túnez es muy importante para definir el futuro de esas revoluciones. Aparentemente, allá no existe y apenas ahora empezará el esfuerzo de construirse esa referencia política indispensable para conducir el proceso revolucionario hasta sus últimas consecuencias. Por eso podemos afirmar que la revolución árabe, apenas reinicia, pero su culminación no será inmediata.

En Panamá, nos ha tomado 20 años de opio “democrático”, para que la izquierda independiente inicie el proceso de constituirse en un referente político alternativo, al menos para un sector de las masas y su vanguardia. De la forma cómo se manejen estas direcciones dependerá que la revolución panameña tenga un futuro o sigamos empantanados.

olmedobeluche@yahoo.es



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Olmedo Beluche


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