Mientras en este mudo haya un gobernante que se congratule, sienta emoción y pasión como beneplácito por anunciar que se le ha dado muerte a una persona, reconozcámoslo, es porque existen raíces podridas que enferman el árbol y no le permiten un desarrollo sano de todos sus órganos. Cuando un político utiliza la muerte de un adversario para especularla y tratar de garantizar su reelección presidencial, está reconociendo que en el mundo siguen imperando las causas de la violencia social y que ésta sirve de escalafón a los gobernantes imperialistas para hacer realidad sus planes de expoliación a otras naciones. Cuando con bombos y platillos se anuncia, derrochando alegría desbordada, la muerte de un contrincante se está reconociendo que no existe una paz que garantice el más absoluto respeto del derecho a la vida. Cuando se sale a las calles a celebrar la muerte de una persona se está reconociendo que existen contradicciones antagónicas entre clases sociales diferentes. El mundo de hoy, mucho más que el de ayer, continúa rigiéndose por los principios de la lucha de clases y ésta, lleva en su entraña el germen de la violencia social aunque todos los pacifistas del planeta se unan para condenarla.
Vamos a creer que Osama bin Laden haya muerto en la operación militar que el Presidente Obama y su gabinete vieron en vivo desde la Casa Blanca y que les produjo a los hombres una eyaculación divina como a las mujeres un orgasmo inmutable. Aceptemos que nos puedan estar metiendo un mojón del tamaño del mar donde, supuestamente, lanzaron el cadáver del terrorista más solicitado en el mundo. Pasemos, en esta oportunidad, por alto que no nos presenten ninguna prueba fotográfica o de video que muestre el cuerpo hecho cadáver, porque de presentar una prueba lo más seguro es que se comprobaría que lo desfiguraron a plomo limpio luego de capturarlo con vida. Sin embargo, millones de personas no se desarmarán de la duda aunque el Presidente Obama esté tan seguro del muerto como el propio Osama bin Laden esté convencido de su cadáver. Osama bin Laden no nació terrorista. Fue el imperialismo estadounidense quien lo hizo para combatir a los soviéticos en Afghanistán. Era un convicto y confeso anticomunista cuyo antiimperialismo lo hacía acometer actividades que favorecían a la derecha reaccionaria y no a la izquierda revolucionaria. Por encima del carácter de terrorista individual de Osama bin Laden estaba el terrorismo de Estado, que era quien le dirigía sus actividades particulares y grupales y que lo llevaron, por una u otra razón, a convertirse en enemigo del imperialismo estadounidense. Saddam Hussein no se hizo un dictador déspota contra su pueblo por obra y gracia de una mala interpretación del Islam. No, fue el imperialismo quien lo adoctrinó para tal finalidad hasta convertirlo en su propio enemigo. Y así, muchos mandatarios en el mundo. Mubarak gozó durante más de tres décadas de los favores y el subsidio del imperialismo estadounidense hasta que se transformó en un obstáculo para sus designios debido a la reacción masiva del pueblo egipcio contra su mandato. A Fidel, lo combatieron desde su comienzo como líder de la Revolución Cubana, porque jamás se prestó para hacer realidad los planes imperialistas en Cuba.
Osama bin Laden fue muerto en un lugar de Pakistán. Eso dicen. Pero todas las versiones que han dado los imperialistas sobre su muerte, son falsas, son tergiversadas, son mentirosas, son engañosas. Creer, ya rodeada la casa donde se encontraba Osama bin Laden, que le gritaron que se rindiera y le garantizaban la vida, es una felonía. Osama, en condición de preso de los imperialistas, hubiera comprometido en demasía la historia golpista y terrorista del Estado estadounidense. Este lo formó, lo adoctrinó, lo preparó como un experto terrorista para que acometiera actos terroristas sin contemplación contra los soviéticos que injustificablemente invadieron a Afghanistán sin tener velas en ese entierro. Salieron de allí los soviéticos derrotados como están saliendo los yankees de Irak y de Afghanistán. Quienes crean que pueden someter a los afghanos, aprovechándose de su atraso socioeconómico y de sus contradicciones ideológicas, religiosas y políticas, se cae de un coco. Ningún pueblo en el mundo sabe ser tan paciente ante un invasor como los afghanos. El invasor se cansa, se agota y llega a quedar sin base social. La historia del colonialismo así lo ha demostrado.
Osama bin Laden ha muerto. Murió como luchó. El mismo había solicitado que alguno de sus propios compañeros lo matara en caso de necesidad para no caer con vida en manos del régimen que más tortura, que más viola los derechos humanos, que más actividad de terrorismo ejecuta, que más humilla a sus víctimas: el imperialismo estadounidense. Osama bin Laden, vivo y preso en manos de los imperialistas, hubiese resultado ser una alegría de tísico para sus carceleros.
Para el señor Barak Obama, lo que caracteriza “un día muy bueno para Estados Unidos” es la muerte de un enemigo, incluso, por encima de una jugosa elevación de ganancia en la Bolsa de Valores o de una catástrofe de sus fuerzas militares en una región donde actúen como impostores. Los mandatarios de las naciones más desarrolladas del capitalismo festejaron la muerte de Osama bin Laden. También lo hizo el Secretario General de la ONU pero, igualmente, bailaron en una pata derrochando alegría mandatarios como Juan Manuel Santos que sufre de manía persecutoria y delírium trémens viendo terroristas y bandidos por todos sus entornos. Ningún gobernante de los que celebran la muerte de Osama bin Laden tiene el coraje, claro no les conviene, de reconocer que ellos hacen terrorismo perverso y criminal a través del Estado burgués. Hay un dicho que dice: quien ríe de último, ríe mejor.
La venganza es una fuerza violenta que en muchos casos puede resultar muy mala consejera. Una razón de venganza inventada puede coronar éxitos en lo inmediato pero a largo plazo vuelve el filo de -las navajas contra su propio pellejo. El mundo político y militar, casi entero, sabe que las torres gemelas en New York no fueron derribadas por el terrorismo de Osama bin Laden. Tal vez, o más que seguro, nadie como los sionistas que abandonaron a tiempo las torres conocen la verdadera verdad de su derrumbe. Los imperialistas, como los más expertos en terrorismo de Estado, saben tanto más que los terroristas individuales que el asesinato de un ministro o de un Presidente no derroca a un sistema político, porque inmediatamente otra persona sustituye la vacante y la política continúa su curso a través de nuevos personajes. Así mismo, la muerte de Osama bin Laden no será causa que acabe con el terrorismo de Al Qaeda como grupo político. Dicen los analistas internacionales que el sustituto de Osama bin Laden es mucho más radical y con mayor ansia de acometer atentados terroristas. ¡Allí está ese trompo en la uña! Mosca con las zarandas que bailen desprevenidas gozándose la muerte del creador de Al Qaeda. Y esas masas que bailan, festejan y brindan en las calles por la muerte de Osama bin Laden, no se olviden que la mayoría de sus integrantes son víctimas de las atroces políticas del imperialismo capitalista salvaje.
El Presidente Obama habla como si su cerebro fuese el mismo de Bush y en gran medida es lo mismo. Dice, refiriéndose a los sucesos que derrumbaron las torres gemelas o el World Trade Center, lo siguiente: “Ese día, cuando niños fueron obligados a crecer sin sus padres, nos unimos como una familia y prometimos proteger nuestra nación”. Olvida, Obama, que si algún Estado es responsable que millones de niños y niñas crezcan sin sus padres, sometidos a toda clase de calamidades, es el estadounidense haciéndole guerras de exterminio y de rapiña a otras naciones. ¿Habrá pensado, el señor Obama, sobre los niños y las niñas de Irak o de Afghanistán y, ahora, en los de Libia, que quedan sin padres por las bombas asesinas de su gobierno y de otros gobiernos imperialistas? ¿Qué puede decir Obama de dejar unos padres sin sus hijos y unos abuelos sin sus nietos? ¿Acaso la majestuosa manifestación de duelo y tristeza por la muerte del hijo y los tres nietos de Gadhafi, y de ira contra los criminales, no es una prueba evidente de que en Libia no quieren a los imperialistas y si quieren a Gadhafi?
Pero el señor Obama, en su condición de principal vocero político del imperialismo más belicoso del mundo, no se detuvo allí, fue mucho más allá para con cinismo decir: “Nuevamente se nos recuerda que Estados Unidos puede hacer lo que se proponga. Esa es nuestra historia”. Claro que esa es la historia más que de Estados Unidos es de su Estado, la de amenazar, realizar terrorismo de Estado, hacer guerras de conquista y de rapiña, tumbar gobiernos progresistas, hacer bloqueos económicos contra todo pueblo que intente hacer valer su derecho a la autodeterminación, violar descaradamente los derechos humanos de otros pueblos. Sepa Obama y sepa el mundo, que eso siempre no será así, porque la historia marcha hacia adelante aunque tenga tropiezos, flujos y reflujos, victorias y derrotas.
Nosotros hemos fijado, desde que existimos como organización política, nuestra indeclinable posición sobre el terrorismo como forma de lucha política. Nosotros jamás levantaríamos la bandera del terrorismo para alcanzar los objetivos revolucionarios de la lucha de clases pero jamás, igualmente, nos declararemos voceros del pacifismo que termina resignándose a los designios –aun violentos- del capitalismo. Creemos en la variedad de la lucha política de clases y por ello, hoy más que nunca, creemos en que un fin justo necesita de medios justos para alcanzarlo. Por eso no compartimos la idea de que un fin cualquiera justifique cualquier método de lucha política de espalda a las circunstancias concretas de tiempo y lugar. Y nosotros creemos que el terrorismo, de Estado o de grupo o individual –por lo general- marcha en contravía al sueño de emancipación social de la humanidad.
Nosotros no nos alegramos ni festejamos la muerte de Osama bin Laden, pero tampoco compartíamos su concepción de creer liberar el mundo islámico a través del terrorismo. De la misma manera, hemos dicho que no congeniamos con la concepción de vida del islamismo y, especialmente, de los talibanes o del gobierno iraní, pero rechazamos y condenamos, por atroz y criminal, el intervencionismo bélico de los imperialistas en los asuntos internos de los afghanos como de cualquier otra región del planeta como condenamos, igualmente, al nazismo y al sionismo por ser dos caras de la misma moneda imperialista racista. Ninguna Revolución en el mundo ha triunfado por medio de los métodos del terrorismo político, aunque toda Revolución se ve en la necesidad de recurrir a métodos de coerción política o de autoritarismo político para defenderse de sus enemigos, esencialmente, foráneos. Quien no lo crea y sea partidario del capitalismo y enemigo acérrimo del socialismo, sólo debe leer algunas páginas de la historia de la Revolución Burguesa Francesa de 1789 para que le recuerden las actividades a que hubo de recurrir la burguesía contra el cerco bélico feudal que intentó derrocarla en sus inicios y evitar que las ideas revolucionarias burguesas de ese tiempo se propagaran por Europa y el mundo. Y mucho más creemos que mientras exista capitalismo habrán razones suficientes, sin que se deseen, para que se materialice el terrorismo, bien sea de Estado, de grupo o individual, porque están en la explotación del burgués al obrero, en la opresión política de los Estados burgueses sobre los pueblos, en el exagerado nivel de injusticias sociales que empobrecen a los muchos y enriquece a los pocos, en la criminalización de las protestas populares, en la desprotección social que el capitalismo hace real contra la mujer, la infancia y la vejez y otros elementos, las causas que general la violencia social en sus diversas expresiones. Para nosotros, sólo el socialismo desapareciendo las clases sociales, extinguiendo el Estado, resolviendo las contradicciones entre el campo y la ciudad como entre el trabajo manual y el intelectual, llevando al museo de las antigüedades todos los fetiches capitalistas, es decir, creando una cultura y un arte universales crea los cimientos indestructibles para acabar con toda manifestación de violencia social o de luchas políticas.
Para nosotros, los que estrellaron los aviones contra las torres gemelas, los que han colocado bombas en trenes o aeropuertos, los que han hecho estallar explosivos en lugares públicos y producen muertes innecesarias son terroristas y son, al mismo tiempo, tan criminales y abominables como lo son los mandatarios que ordenan bombardear territorios o lugares de otros países (terrorismo de Estado) matando gente, derrocando gobiernos o conquistando posiciones geográficas que no les pertenecen. Si Al Qaeda es un grupo terrorista, que realmente lo es y comete crímenes de lesa humanidad, igualmente los cometen los imperialistas con sus guerras de conquista y de rapiña pero con el agravante que gozan, hasta ahora, de impunidad política y jurídica para tal finalidad.
No nos extrañe, contrariando los postulados del Islam, que de pronto Osama bin Laden sea convertido, por pocos o muchos de sus creyentes y como sucede con muchos muertos que fueron en vida huesos duros de roer por los organismos de seguridad de Estados, en un hacedor de milagros, aunque jamás El Vaticano lo beatifique. Para nosotros, por mucho que respetemos a los muertos y a sus creyentes, no existen los milagros hechos por fuerzas extrañas a la naturaleza y al género humano. Sólo creemos en los milagros que hacen los pueblos cuando se deciden hacerse libres para siempre. Pero, al mismo tiempo, creemos que a ninguna potencia imperialista y, especialmente, Estados Unidos le conviene que se ponga fin al terrorismo (particularmente de inspiración islámico), porque así considera que se reúnen las condiciones necesarias para abrogarse la potestad de intervenir militarmente en los asuntos internos de esas naciones debido al ansia de dominio sobre sus riquezas naturales.
Igualmente, no nos extrañe que aparezcan una serie de nombres de políticos en los computadores, ya en poder de los imperialistas y que supuestamente pertenecían a Osama bin Laden, para implicarlos en actividades de complicidad con el terrorismo y, especialmente, políticos que mantienen una postura de condena al terrorismo de Estado estadounidense como, también, contra su intervencionismo bélico en los asuntos internos de otras naciones. El imperialismo, así como no solicita permiso de ningún Estado o gobierno para incursionar militarmente en territorios ajenos (tal como lo hizo en Pakistán), es capaz de inventar cualquier falacia para lograr sus cometidos salvajes y criminales.
Por último, luego de escuchar muchas opiniones de voceros gubernamentales sobre la muerte de Osama bin Laden, nos solidarizamos totalmente con las declaraciones emitidas por el Vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, Elías Jaguar, por considerar que recoge el espíritu o sentimiento de una posición política que se fundamenta en el verdadero respeto a la autodeterminación de los pueblos y, por lo demás, denuncia con argumentos irrefutables esa política criminal del imperialismo que disfruta, baila y se embriaga de emoción matando a los que tiene como adversarios políticos y que el mismo imperialismo ha creado como terroristas.
¡Contra la criminalidad imperialista, viva la lucha revolucionaria internacionalista!
¡Contra las guerras imperialistas, viva la revolución proletaria!
¡Contra la parcialidad dela ONU, a favor del imperialismo, viva una Internacional Comunista!
¡Sin justicia social, la paz será siempre una utopía!