El silencio y las disimuladas justificaciones de los ataques criminales que la OTAN ha protagonizado contra el pueblo de Libia, son una demostración no sólo de las alineaciones con “algunas” prácticas imperiales, sino también de las desviaciones ideológicas que pueden convivir dentro del proceso revolucionario que intenta consolidarse en medio de tales contradicciones.
Mientras unos sectores, de manera abierta y diáfana condenan la intervención extranjera, a pesar de las diferencias sustanciales con las políticas entreguistas del propio líder Muammar Al Gadafi, otros menos invisibilizados, escudan sus argumentos en la condición de “dictador” del líder libio. Lo cual de una manera u otra justifica a su juicio el crimen que se comete en ese país norafricano. Casi dicen: bien hecho…eso es por culpa de Gadafi…esperemos que Gadafi se vaya y luego recogemos los cadáveres…después celebraremos. E incluso son capaces de comparar las dignas manifestaciones populares que se produjeron en Egipto, Tunes, Bahrein, etc. (las cuales casualmente Estados Unidos no apoyó) con el golpe de estado progresivo financiado y armado por el enemigo natural de cualquier revolucionario: el imperialismo.
Claro que sabemos quién es Gadafi, también sabíamos quien era Noriega, para cuya captura le fue necesario a Washington bombardear a la población panameña de El Chorrillo y masacrar a miles de inocentes. Y nos preguntamos ¿acaso el imperio diferencia entre un presidente demócrata como Allende y un dictador como Sadam Husein? Por supuesto que no. Estados Unidos no tiene amigos. Utiliza a los gobernantes a su antojo y cuando no le son ya útiles o representan intereses contrarios a los suyos los derroca y asesina. A la Casa Blanca no le preocupan los pueblos ni la democracia, precisamente.
La revolución verde, liderada por Muammar Al Gaddafi, quien de alguna manera ocupó en un tiempo el lugar de Gamal Abdel Nasser – luego de su muerte- con la propuesta del Panarabismo, fue perdiendo posición y respeto en el mundo árabe, debido principalmente a las flexibilizaciones que provocó la presión y constantes ataques militares contra Libia por parte de Estados Unidos. Libia, después de haber ocupado un lugar en la lista de países terroristas, se unió al coro de naciones que no sólo se consideraban “aliadas” de Estados Unidos y Europa, sino que además se le consideraba para sufragar gastos de campañas electorales, como fue el caso de Nicolas Sarkozy en Francia.
En tiempos de amistad con la Unión Soviética, Gaddafi -en la década de los 80- fue objeto de ataques por parte de los gobiernos de Estados Unidos. Durante el bombardeo ordenado por Ronald Reagan (1986) fue muerta una de las hijas del líder libio. Si fue por las presiones o por sus propias contradicciones, Gaddafi a finales de los 90 fue “perdonado” por las potencias occidentales que borraron a Libia de los países señalados como parias, para incluirlo como miembro pleno de la llamada comunidad internacional. Entonces los presidentes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido e Italia se hacen sus “amigos”. Esto unido al ingreso en Libia de las transnacionales petroleras, a las cuales se le entregó en gran medida el negocio del crudo, lo hizo el aliado de Washington y Europa en el corazón de la Africa árabe.
Gadaffi, además le dio la espalda a las luchas de los grupos de liberación de Palestina; persiguió a los africanos que intentaban ingresar al viejo continente, huyendo del hambre. Eso lo sabemos, como sabemos de la sociedad de Sadam Husein con Estados Unidos y de las masacres contra la población kurda. Pero como no tiene justificación ninguna estas desviaciones tampoco los crímenes de lessa humanidad, por ello no se puede apoyar que fuerzas extranjeras bombardeen un país, masacrando a la población civil, devastando la estructura e imponiendo el gobierno que le venga en gana.
El asalto contra Libia es además una embestida contra la unidad de los países del Africa; una agresión contra los proyectos de integración Sur-Sur; un ataque a la moneda única para el continente negro. En fin, es la continuación de los planes de desintegración que Washington anunció desde hace un tiempo. Se pretende así darle un nuevo rostro al Medio Oriente y Muammar Al Gaddafi es una excusa más.
Si los llamados “rebeldes” actúan de manera legítima porqué han sido apoyados por los sionistas. Porqué el mercenario intelectual Bernard-Henri Lévy, amigo y aparentemente asesor de Nicolas Sarkozy le convenció de apoyar a los “rebeldes” libios y ha tenido abierta participación en los sucesos en Bengasi. Levy además es uno de los responsables del burdo montaje de la supuesta toma de la plaza verde.
Los ataques contra la residencia del embajador de Venezuela en Libia, Afif Tajeldine y contra nuestra embajada en Tripoli, dan cuenta de que los supuestos “rebeldes” que hemos visto besando la bandera de Estados Unidos son realmente terroristas, mercenarios a los pies del tío Sam, que a sangre y fuego pretende apropiarse de los recursos naturales, minerales, energéticos de todos los pueblos del mundo.
Quién puede asegurar si Sadam Husein merecía el final que tuvo; quizás Noriega; tal vez Muammar Al Gaddafi, pero estamos seguros que el pueblo inocente de Libia no. No es momento de condenar a Gaddafi sino de defender sin miramientos al pueblo libio perseguido por los terroristas financiados por nuestro enemigo natural, el imperio. No podemos justificar lo injustificable.
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