Las múltiples fórmulas que el ser humano ha encontrado para unificar a sus pueblos, a fin de contrarrestar las intenciones y acciones extranjeras, han estado cubiertas de glorias, seguidores/as, analistas y, en la mayoría de las veces, de caídas. Estas últimas, no siempre son definitivas y en cierta medida, hacen renacer a los pueblos para hacerlos despertar del letargo dentro del cual habían estado sometidos, bajo el espejismo de los que dicen crear un mundo mejor.
¿Es este el caso del panarabismo?
Muchos son los acontecimientos presentes en la historia árabe que dan cuenta de los estadios de lucha contra los imperios sedientos de territorio y poder. El fin de la segunda Guerra Mundial (1948) fue crucial para el inicio de una de las tantas estrategias imperialistas –y de sus colaboradores- para minar los espacios del mundo árabe: se crea el Estado de Israel, y consigo la partición de Palestina. Naciones Unidas, había tenido sus manos metidas en el asunto. Y aquella que había estado en manos de otomanos y luego de Gran Bretaña, se veía sometida a otra “fuerza imperial”. Israel se declaraba Estado independiente bajo la presidencia de David Ben Gurión el 14 de mayo de ese mismo año, siendo reconocido inmediatamente por Estados Unidos.
¿Resultados? Algunos pueblos árabes se levantan contra dicho establecimiento. Los enfrentamientos son frecuentes entre árabes e israelíes. El pueblo palestino fue obligado, prácticamente, a salir de sus territorios. Luego, sucede la gran batalla por el Canal de Suez: Gran Bretaña y sus aliados interesados, deseaban continuar en el poder. La respuesta de los egipcios, ante tanto desmán, fue labrada con el impulso de las ideas panarabistas que junto a Gamal Abdel Nasser, quien asume el poder en Egipto durante 1952 luego de derrocar al dictador rey Faruq I, se hicieron eco de un movimiento nacionalista, por tanto, anti-imperialista y además socialista.
Nasser, inicia una nueva etapa en la historia árabe. Nacionalizó (1956) y administró la Compañía del Canal de Suez, cuestión necesaria para eliminar la penetración británica en la región, contribuyó en la formación del Movimiento de Países No Alineados, construyó la presa Alta de Asuán y tomó medidas de reforma social que bastaron no solo para ganarse el respeto, admiración y sentimiento de unidad de muchos pueblos árabes, sino también el odio de los que vieron en él, una de las peores amenazas a sus intereses económicos. Todo ello terminó por acabar físicamente con Nasser, pero la historia no concluye allí.
Las agresiones imperialistas han continuado su accionar en todo el mundo árabe. Sin embargo, hemos visto el impulso revolucionario de algunos pueblos del norte de África en las rebeliones suscitadas entre 2010 y 2011. Se levantan en contra de la dominación estadounidense y el sionismo. A inicios de 2011, la muerte del joven Mohamed Bouazizi, fue el principal detonante del pueblo tunecino para acabar con la dictadura de 30 años de Zine el-Abbidine Ben Ali; y a este suceso le seguiría el derrocamiento de Hosni Mubarak en Egipto, por parte de los movimientos populares.
Mientras tanto, el imperio siguió tejiendo sus redes y para imponer la contrarrevolución en la región, Estados Unidos e Israel, recurrieron al clan de los Sudairi1; éste, haría de las suyas en Libia, terminando con la vida de Muamar Gadafi, lo cual representaría un nuevo golpe al panarabismo y a toda esperanza de unión de los pueblos árabes.
Pero, ¿ha muerto el panarabismo? Aunque seguimos viendo los desmanes que cometen los imperialistas y sus colaboradores, también hoy más que nunca asistimos a las propuestas y avances de unidad. El pueblo de la América Latina o Abya Yala, ha iniciado un camino hacia la unidad; aquella que había nacido con las ideas de Miranda y Bolívar hace más de 200 años. Si este pueblo ha despertado de su letargo y ha empuñado la bandera del socialismo (en algunos casos); el pueblo árabe, también ha de hacerlo. Los hechos nos indican que lo está haciendo. Las ideas nunca mueren, y si éstas están a favor de hallar “la mayor suma de felicidad posible” para los pueblos del mundo, jamás se marcharán de las mentes, corazones y deseos de los/as humanos/as.
“Me apresuraré a manifestar que no se trata de una misión de caudillaje, sino de una misión de acción conjunta y coordinada, de experimentación con todos los factores que en ella participan, de una misión encomendada a nosotros para que pongamos en movimiento la poderosa energía latente en cada rincón de este vasto territorio del mundo y utilicemos esa fuerza tremenda haciéndole desempeñar un papel decisivo para mejorar el futuro de la Humanidad (...)”2. Gamal Abdel Nasser, 1953.