ALAI-AMLATINA 23/01/2006, Buenos Aires.- Asume Evo Morales, no sólo con
el acto oficial de práctica, sino ante el pasado y el presente indio,
en Tiwanaku. Muchos de los que asistieron a esta última ceremonia,
transmitieron a los periodistas un talante que combina la expectativa
con la exigencia, en la idea de que el nuevo presidente tendrá que
ratificar con los hechos la pretensión de iniciar un corte histórico
con un pasado de siglos de desigualdad e injusticia. En su discurso,
Morales pareció tomar nota de ese estado de ánimo, cuando llamó a que
lo acompañen, y si es necesario, a que lo empujen.
América del Sur está asistiendo a cambios importantes en cuánto a las
fuerzas políticas que acceden al control del aparato del estado. Luego
de las crisis provocadas por las políticas neoliberales y el
consecuente desprestigio de las fuerzas abiertamente de ese signo en la
mayoría de los países, comenzó a quedar clara la insatisfacción in
crescendo con democracias cuyos resultados más evidentes, al menos para
la cada vez más numerosa población pobre, eran el desempleo, la
precarización, el deterioro catastrófico de la calidad de vida. Cuando
fracasaron propuestas pretendidamente contrarias al neoliberalismo que,
ni siquiera en el plano discursivo se atrevían a marcar un corte con el
'Consenso de Washington', como los gobiernos de Fernando de la Rúa en
Argentina y Alejandro Toledo en Perú, el cuestionamiento de las
prácticas y discursos de la dirigencia política tradicional se volvió
tan extendido como atronador, y amenazó proyectarse hacia las
relaciones de poder radicalmente injustas cuya protección constituye su
base de sustento.
Fue en esas circunstancias que terminó de abrirse el camino para que
corrientes provenientes de la izquierda radical llegaran por primera
vez al gobierno de sus países. Dado lo crítico de la situación, esto
fue si no esperado con ansia, al menos consentido por las fuerzas del
establishment, con el gran empresariado local en primer lugar. En
Brasil y Uruguay, el PT y el Frente Amplio venían de reiteradas
derrotas electorales y de un prolongado proceso de automoderación de
sus programas y des-activación de sus bases de apoyo en las clases
populares organizadas. La 'larga marcha' hacia la conversión en fuerzas
políticas 'serias' capaces de garantizar 'gobernabilidad' en el plano
institucional y 'seguridad jurídica' a las inversiones, fue finalmente
premiada con el acceso al gobierno, que parte de las burguesías locales
acogió con visible beneplácito, mientras otros sectores optaron por
cierta resignación expectante, actitud que excluyó claramente
oposiciones cerriles e intentos golpistas. El camino de la
confrontación abierta ya fue probado contra Chávez, con el resultado de
los repetidos fracasos del golpe, el paro petrolero, la guarimba y el
referéndum constitucional. Nada justificaba su repetición por parte de
las estructuras de poder del Cono Sur, atentas tanto a aquella fallida
experiencia como a la casi ilimitada carga de moderación que
arrastraban las izquierdas locales a la hora de acceder al gobierno.
Los más lúcidos dentro de ellas comenzaron a vislumbrar una posibilidad
de renovación de estructuras institucionales que crujían al borde de
una crisis terminal.
La trayectoria reciente de ambos países viene colmando con creces las
esperanzas de los poderosos. Sus gobiernos han sido siempre cuidadosos
de parecerse lo menos posible al de Venezuela, donde Chávez se 'coló'
inesperadamente en los intersticios dejados por una crisis muy profunda
del sistema de partidos, y accedió a la presidencia sin recorrer los
pasos que convirtieron en 'elegibles' a las izquierdas uruguayas y
brasileñas. Se vuelve aplicable a estos confines sudamericanos lo que
Istvan Meszaros escribió pensando en Gran Bretaña y el laborismo:
'Difícilmente el capital encontraría un arreglo más conveniente que
aquel en que el partido de las masas trabajadoras está en el gobierno
en cuanto el propio capital permanece, mejor atrincherado que nunca, en
el poder.'
Algunas voces se han alzado a profetizar la inexorable convergencia de
la experiencia boliviana con la protagonizada por los gobiernos de Lula
y Tabaré Vásquez. Nada está tan definido, y ello debiera hacerse
evidente si se acerca la mirada a los fuertes matices existentes entre
los otros casos y el boliviano. A diferencia de sus vecinos brasileño y
uruguayo, Evo Morales y el MAS no llegan al gobierno en medio del
reflujo de los movimientos sociales, sino en medio de un vasto proceso
de organización y movilización de un movimiento social que ha mostrado
su fuerza desatando vastas protestas a partir de la 'guerra del agua',
y luego llegó a derrocar dos gobiernos. El camino hacia la 'moderación'
y el 'realismo' que el MAS emprendió luego de ser derrotado en los
anteriores comicios presidenciales, y amagó reforzarse durante el
interinato de Meza, se vio sustantivamente alterado por un nuevo
estallido de rebelión popular que, al menos tácitamente, puso en tela
de juicio la actitud de Morales hacia ese gobierno, incluyendo la
posición adoptada en el referendum sobre el gas.
También a diferencia de Brasil y Uruguay, la coalición gobernante
boliviana sí va a necesitar tomar en cuenta a una izquierda más
radical. Un sector al que no habría que vilipendiar unilateralmente por
ultraizquierdismo o 'fundamentalismo indígena', ni desechar sus
posicionamientos en bloque con motivo de la pobreza de sus resultados
electorales. También anidan allí organizaciones populares considerables
que jugarán en dirección contraria a las presiones muy fuertes que
impulsarán a Evo a adoptar el 'realismo' resignado, ese que acepta los
límites de posibilidad que fijan no una supuesta realidad objetiva,
sino el núcleo duro de los intereses de las clases dominantes.
Las contradicciones sociales bolivianas son singularmente profundas, y
el margen de maniobra para 'soluciones pactadas' con el establishment
económico, social y cultural es menor que en otros países de la región.
De todos modos no hay que excluir que sectores lúcidos del empresariado
y la dirigencia política tradicional estén dispuestos a hacer
concesiones buscando la prevalencia de soluciones moderadas, que
permitan que la burguesía local y las trasnacionales sigan recogiendo
ganancias; aun a costa de concesiones parciales. Lula y Kirchner, a su
vez, están propuestos como potenciales 'factores de equilibrio' de
cualquier tentativa de radicalización, o de las malas 'influencias' que
pudieran emanar del colega venezolano.
La presidencia que se inicia es, en suma, un camino abierto con
diferentes direcciones posibles, y se abren al menos dos interrogantes
desde los cuáles será plausible evaluar el carácter que adopte: ¿se
radicalizará la democracia potenciando nuevos espacios de iniciativa
popular y de organización autónoma que aporten 'gobernabilidad' desde
abajo? ¿se tomarán medidas efectivamente conducentes a que el poder
económico, y con él el político y el cultural no sigan en manos de una
pequeña minoría local y de socios trasnacionales?
Como bien recordara Atilio Boron hace unos días, las revoluciones no
son actos únicos sino procesos sociales prolongados y para nada
lineales; y sus cimientos se construyen en parte con reformas decididas
y radicales. La reinstauración del cultivo de la coca, la relación con
las empresas que explotan el petróleo, la actitud ante los
regionalismos de signo conservador de Santa Cruz de la Sierra y Tarija,
el manejo del precio del gas, serán cuestiones fundamentales a las que
el nuevo gobierno deberá enfrentarse desde el primer día. Pero tan
importante como ellas será la construcción de espacios de poder para
los movimientos populares, los esfuerzos que se desplieguen para
radicalizar la democracia, para convertirla en base del mejoramiento
integral de las condiciones de vida y la capacidad de decisión y
gestión de las mayorías populares. El camino que se siga en todos estos
campos no resultará del planeamiento de expertos y tecnócratas, sino de
una lucha social que, en forma sorda o abierta, se desatará desde el
primer día en torno a la orientación a seguir no ya por el gobierno,
sino por el conjunto de la sociedad boliviana.
Los medios masivos de nuestros países ya vienen construyendo un Evo a
su medida, en el que la simpática 'chompa' a rayas y otras apelaciones
a las tradiciones indias deberían acompañar a una silenciosa adaptación
del nuevo gobierno a las fronteras de lo posible, definidas en
exclusiva por las estructuras de poder regionales y mundiales. Se va a
abriendo paso una apuesta 'dialoguista', que aspira a brindar al
gobierno del MAS la oportunidad de canjear el abandono de las
descalificaciones que se le han aplicado hasta hace poco, por una
aceptación de las relaciones de poder preexistentes que limite las
reformas a 'corregir' los resultados más despiadados de su
funcionamiento.
La activación del 'abajo' social y la escasa propensión a tolerar
postergaciones y conciliaciones de los sectores movilizados del pueblo
boliviano, marcan sin embargo una posibilidad relevante de que los
impulsos radicales no sean neutralizados por las presiones hacia la
'moderación'. La suerte no está, en absoluto, echada. Los evidentes
signos de 'realismo' al gusto dominante desplegados en la reciente gira
internacional no tienen por qué marcar una orientación tan global como
definitiva, quizás sean más una mezcla de manejo táctico ante el poder
internacional con manifestación de tensiones irresueltas dentro de la
coalición que apoya a Evo. El 'abajo' reclamará y presionará, y el MAS
es un movimiento heterogéneo, con bases activas, no un partido 'atrapa
todo' largamente entrenado en distanciarse de un electorado tan
mediatizado como pasivo.
Se trata por tanto de un proceso abierto, cuya suerte se jugará en los
próximos meses y años. La actitud de la izquierda sudamericana, nos
parece, no debe ser la de festejo anticipado de un 'cambio histórico'
que nada autoriza a dar por descontado. Menos aún, la de aguardar que
se cumplan las peores profecías de claudicación y retroceso, con el
amargo consuelo de denunciar una nueva 'traición', que habilite a
insistir en un radicalismo ahistórico, que no sabe de tiempos ni de
relaciones de fuerzas. Que primen los impulsos anticapitalistas o que
se despliegue la creencia ilusoria en el "capitalismo andino" será algo
que definirán, sobre todo, las luchas. Queda la posibilidad de una
apuesta, comprometida con las realidades cotidianas, activa sin dejar
de ser critica, al inicio de un tiempo nuevo, cuya clave no se halla en
los sillones presidenciales, sino en el aliento vigilante de las
multitudes rebeldes.