Octubre del 2003, los canales locales reflejan parte de esta guerra, periodistas que suben a la ciudad de El Alto, situada a unos 30 minutos de La Paz. Amas de casa preocupadas por la falta de abastecimiento en sus cocinas, choferes faltos de gasolina y un país que inevitablemente se desploma. “FUERA EL GRINGO”, gritan en las calles marchistas, pidiendo la inmediata renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Pero la realidad era aún más cruda, más tajante e inquietante.
Esta historia ya muchos la conocen, sabemos cómo empezó esta guerra, y sabemos también cómo terminó, sin embargo lo que permanece oculto para muchos es el dolor, y la ignominia, que se vivió durante aquellos días. Aún más importante, la fuerza y el coraje con que muchos lucharon.
Durante esos días la apacible ciudad de El Alto, atormentada la mayor de las veces tan solo por el tráfico vehicular y la dinámica de sus habitantes, atravesó por momentos innombrables. Mientras el sol calentaba aquella ciudad altiplánica, hermanos y hermanas se enfrentaban: unos cargados con fusiles, otros tan sólo con piedras y palos.
Recuerdo claramente cómo las fuerzas del orden disparaban a quemarropa, cómo las mujeres de El Alto, elegantes como siempre, pollera y sombrero, se quejaban del dolor y del cansancio. Cómo los gases lacrimógenos alcanzaban niños, mujeres y ancianos; la manera en la que el pánico, el temor y la incertidumbre merodeaban por entre avenidas y calles. Pero recuerdo también las miradas.
Mientras caminaba a lo largo de avenidas bloqueadas por piedras y troncos, la mirada de los alteños era altiva, segura de sí misma, podría inclusive afirmar que era intimidante. Recuerdo pasar frente al cuartel situado cerca de Rosas Pampa; ahí vi cómo los soldados, se alejaban de su propia reja, casi asustados y un tanto perplejos, mientras pasaban por fuera los marchistas, en busca de su consigna gasífera.
Con los pies ampollados por la larga caminata, no podía quejarme de mi devenir, sino por el contrario, sentirme orgullosa de estar ahí y presenciar la fuerza con la que el pueblo luchaba; sin miedo ni fusiles, con pura fuerza de voluntad… y hambre. No me era posible pensar más que en sacar a la luz el abuso y la prepotencia con la que el gobierno atacaba cruelmente a su gente, gente que había aprendido a desconfiar, ciudadanos dispuestos a dar la vida por su causa.
Mi historia cuenta así: El Alto sumergido precipitadamente en caos, alteños lanzando piedras y botellas, pero como única y verdadera arma el escudo de valentía que los reflejaba, encegueciendo a su enemigo.
Hoy, cinco años mas tarde, aún me estremezco cuando recuerdo la llamada que recibí una de esas mañanas de desconsuelo. Una mujer me habló para que mi colega y yo, que habíamos presenciado esta cacería el día anterior, asistiésemos a la procesión en honor a los caídos.
Las mujeres llevaban puestas polleras negras, los hombres cargaban los féretros, y las lagrimas y el dolor embargaban a todos los presentes. Recuerdo la impotencia que sentí, la forma en que estas pérdidas se hicieron también mías. Todavía puedo palpar la mirada de mi colega, y como ésta me decia que la diferencia entre nuestra presencia el día anterior y ahora había cambiado, puesto que habíamos querido cubrir la historia, gritarle al mundo para que se entere de este atropello. Ahora estábamos presentes como individuos, cargando como nunca nuestro sentido de humanidad, sintiendo como aquellas balas no sólo habían asesinado a unos, sino que también habían logrado aniquilar una gran parte de todos los presentes.
Cinco años mas tarde, y ahora sentada en un escritorio al otro lado del hemisferio, puedo aun sentir el respeto y compañerismo adquirido a lo largo de esas jornadas, la forma en que los locales cuidaron de mi colega y de mí, nos dieron agua y resguardo tras cada ola de gasificación.
Octubre del 2003 tuvo como resultado una solida democracia que ha logrado plasmar en la conciencia del colectivo, su capacidad de cambiar el curso de la historia de un país. Del mismo modo, logró demostrar la voluntad y fuerza que tienen los pueblos cuando enfurecidos luchan por su causa.
Una guerra, muchas historias. La mía es más sencilla, en mí esta lumbre fecha dejo la inquitud de vivir para reportar, para caminar con zapato plano, y contar con corazón abierto lo que veo y siento cuando en algún lugar del mundo hay, como hubo en estas fechas, dolor e injusticia. Mi historia sencillamente me transformó de periodista en periodista con humanidad.