Diciembre de 2009 constituye una inflexión socio-temporal de cristalización y crecimiento de los primeros cuatro años del gobierno de los pueblos originarios y los movimientos sociales de Bolivia que han asumido protagonizar su historia, creándola y construyéndola con sus organizaciones comunitarias, sociales y sectoriales unificadas en el Instrumento político y con la conducción de Evo Morales Ayma, desde 2005 primer Presidente indígena de América.
La revolución democrática y cultural de Bolivia, popular, antiimperialista y latinoamericanista es un proceso de reapropiación del poder por los de abajo: una reapropiación de la capacidad de poder hacer en aras de la vida propia, de la humanidad y la naturaleza, promoviendo la equidad, la justicia y la solidaridad entre los pueblos y entre la humanidad toda. Raizalmente democrática, la revolución boliviana constituye un claro bastión de vida. Esta es su impronta clave. El triunfo reciente reafirma, precisamente, la voluntad colectiva de continuar en su determinación de inventar-construir un nuevo modo de vida, cualidad que definen como la de “vivir bien”.
A diferencia de la clásica concepción capitalista del “bienestar”, centrada en el acceso a bienes materiales y económicos, el “vivir bien” incluye indicadores que parten de la afectividad, el reconocimiento y el prestigio social, expresa el encuentro fraternal entre pueblos y comunidades, respetando la diversidad e identidad cultural. Propone una convivencia comunitaria con interculturalidad y sin asimetrías de poder. Se trata también de vivir en armonía con la naturaleza. Es un “vivir bien” entre nosotros, que es diferente del ‘vivir mejor’ occidental, que es individual, separado de los demás e inclusive a expensas de los demás y de espaldas a la naturaleza.
Tal es, en apretada síntesis, la cosmovisión que los pueblos indígenas incorporaron al gobierno, a través del MAS y el Evo -como llaman con orgullo al Presidente sus hermanos y hermanas-, abriendo un tiempo de oportunidades con una conciencia forjada en años de lucha contra la exclusión, la pobreza, la sumisión y el saqueo, por la igualdad de derechos de todos los ciudadanos y ciudadanas, contra la discriminación racial, por la justicia social, por la identidad, por el reconocimiento y respeto a la diversidad de culturas, contra la dependencia y el sometimiento.
Entre los primeros cambios estructurales fundamentales impulsados con éxito por el gobierno revolucionario se cuentan tres que considero claves para impulsar otros cambios: la nacionalización de los hidrocarburos; la convocatoria y realización de la Asamblea Constituyente con la aprobación popular de la Nueva Constitución; y la alfabetización universal. Articulado a lo anterior, se ha elaborado un novedoso Plan Nacional de Desarrollo para el período 2006-2010, orientado a poner fin a los “males” sociales heredados, acumulados y presentes. La propuesta, en gran medida ejecutada, es una verdadera obra maestra de la interrelación entre economía, sociedad, política y cultura de nuestros pueblos, y prueba la necesidad de abordar integralmente las soluciones a la exclusión y la pobreza, junto con el desarrollo.
Su éxito radica en que no aceptan ningún “modelo de desarrollo”, y abren las puertas a la creatividad colectiva de los pueblos para construirlo. Es por ello vital la articulación programática integral de las transformaciones políticas y socioeconómicas con los procesos de construcción (re-apropiación) de poder desde abajo por los pueblos, sus organizaciones comunitarias y movimientos sociales.
La construcción del Estado descolonizado y la Nueva Constitución Política del Estado
Una de las apuestas fuertes es la construcción de un Nuevo Estado. Este es concebido como potencia transformadora del cambio, expresión de un nuevo poder surgido de los sectores indígenas, populares, y de todos aquellos sectores sociales marginados y oprimidos durante siglos. Y para que este se realice, se hace necesaria la construcción de una estructura de poder, desde abajo, que haga presentes a todos los pueblos y culturas en las decisiones económicas y políticas del Estado. De ahí la trascendencia de la realización y aprobación de la Asamblea Constituyente. Y consiguientemente, del triunfo electoral de los candidatos del pueblo, Evo y Álvaro, en este 6 de diciembre, hito histórico que marca la profundización de los cambios, re-comenzando el proceso político revolucionario ahora fortalecido con la aplicación de las transformaciones promovidas y estipuladas en la Nueva Constitución, que respalda la participación de todos y todas los bolivianos y bolivianas, y reconoce el legítimo derecho igual de cada pueblo a vivir según sus culturas y tradiciones ancestrales, inter-articulándose en una Bolivia colectiva, plurinacional, intercultural.
El llamado es a todos y todas, sin tapujos ni dudas. La única exclusión es la autoexclusión. Y esta palidece frente a la grandeza de la obra presente y por venir. Todas las energías y saberes son necesarios. Consciente de ello, el proceso profundo y trascendente de la revolución boliviana no olvida ni relega a los sectores medios, sabiéndolos parte de su reserva cultural, y sector social que concentra valiosos recursos humanos. Por razones históricas de fragmentación social e intereses inculcados, su participación colectiva en el proceso revolucionario no es ni será sencilla, y reclama un llamado positivo y convocante. Consiguientemente, el haber logrado una nutrida y creciente presencia y participación activa de los sectores medios en la epopeya colectiva, resulta una conquista política y una gran enseñanza del proceso revolucionario boliviano y su conducción estratégica, para procesos similares del continente.
La construcción estratégica de la conducción colectiva del proceso
La revolución democrático-cultural de Bolivia muestra que los pueblos todos, con sus diferentes identidades y puntos de vista, toman en sus manos la construcción de una nueva civilización humana, cuando confían en sus capacidades y fuerzas para crear y motorizar los cambios. Y esta es otra de las grandes enseñanzas del proceso boliviano: la convergencia de movimientos sociales, con organizaciones de los pueblos indígenas y las de sus comunidades, como sustrato de su constitución, con Gobierno y Estado, dotándose de las herramientas político-sociales para ello: la herramienta político partidaria capaz de intervenir en el ámbito parlamentario-institucional (el MAS), y la fuerza social extraparlamentaria, al decir de István Meszaros, fuerza sociopolítica de liberación, nervio motriz y conducción estratégica, capaz de impulsar el proceso de cambios hacia objetivos mayores. De conjunto conforman el Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos, fuerza sociopolítica organizada que resulta cada vez más vital en sentido estratégico, y que -con sus logros-, se ha (auto)colocado en la necesidad de crecerse en su protagonismo, avanzando en su conformación del actor político colectivo central, dinamizador y profundizador del proceso revolucionario.
Esta constituye hoy una de las enseñanzas palpables de Bolivia y también uno de sus desafíos mayores, puesto que la interrelación entre los pueblos organizados y su representación institucional presupone tensiones y contradicciones, y estas se mantendrán aun con los avances que, en este sentido, tendrán lugar a partir del presente período gubernamental marcado por la entrada en vigor de la Nueva Constitución. Esto es parte de la larga transición hacia lo nuevo, que se produce desde las entrañas del capital.
Perseverar y crecerse en este empeño, vencer a la reacción interna y al imperialismo multiplica la epopeya de los pueblos del país andino: Conscientes de que el camino se hace al andar, ellos, junto a sus recientemente confirmados gobernantes, persisten, fortalecidos, en sostener y profundizar el rumbo iniciado. Cuentan para ello con la admiración, el apoyo y la solidaridad de los pueblos de nuestra región y del mundo.
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