Sentimientos encontrados luchan en mi mente luego de ver el documental "Invasión" del cineasta panameño Abner Benaim. Por una parte, se siente satisfacción y algo de júbilo de que el acontecimiento ha saltado por fin al debate público y de la manera monumental que sólo el cine puede lograr, después de veinticinco años acompañando a las víctimas y sus familiares, la mayoría de ese tiempo en grupos minúsculos ante la indiferencia generalizada. Por otra parte, queda un sinsabor de que justamente toda la tragedia que significó la invasión del 20 de Diciembre de 1989 puede haber quedado disuelta entre escenas graciosas y anécdotas triviales.
Que nadie se equivoque, Benaim no ha hecho ninguna apología vulgar de la invasión. No. Eso no sería digno de un cineasta de la calidad de Abner, que empieza a colocar al cine panameño en el ámbito internacional. En el sentido técnico, dicho desde un espectador completamente lego en los secretos de ese arte, la calidad de las imágenes y la concatenación de las escenas son tan buenas que la tensión se mantiene hasta el final. Supongo que no es fácil de lograr la atención del público durante 90 minutos, basados fundamentalmente en entrevistas, sin que se pierda el hilo de la narración y sin aburrir. Ahí no hay discusión, Benaim es un maestro.
"Invasión" de Benaim, es la punta del iceberg de una especie de "primavera cinematográfica" panameña a la cual estamos asistiendo en estos momentos, y que se complementa con el documental "Héroe Transparente", de Orgun Wagua, e "Historias del Canal", obra colectiva de ficción de los directores panameños Carolina Borrero, Oinky Mon, Luis Franco Brantley, Pituka Ortega y el propio Benaim, producida por los argentinos Ileana Novas y Pablo Schverfinger.
La tragedia del 20 de Diciembre de 1989 habla en el documental de Benaim a través de algunas de sus voces: Colamarco, que defiende el papel de los Batallones de la Dignidad y reivindica a los caídos; está el caso de las víctimas, como la señora (Luz Corpas de Lee) en cuyo apartamento en Colón fue abatido por un misil yanqui, perdiendo un ojo su hija e hiriendo a toda la familia; también la señora de El Chorrillo, que cuenta cómo su familia tuvo que saltar de un balcón en llamas; está el ex convicto de la modelo, que vio a los soldados yanquis disparando contra civiles desarmados; el forense del Santo Tomás que contabilizó hasta 800 cadáveres y atestigua que el cuaderno de registros fue robado; Manduley, que explica la labor detectivesca para armar una lista parcial de los muertos. El propio Noriega ("en off") termina haciendo la moraleja de cierre.
Sin embargo, como contrapartida tenemos, no tanto a los "rabiblancos" que defienden la invasión, sino el ridículo por parte de "testigos" populares que hacen reír al público, lo cual puede ser bueno como técnica cinematográfica para descargar tensión, pero malo porque resta dramatismo a la tragedia que se narra. Siendo que las víctimas principales de la invasión fueron gente pobre, el sobrepeso en el documental de escenas que les ridiculizan, ya sea por la manera de hablar o por las gesticulaciones, o imágenes que no venían a cuento (como la del vómito que señala Gilma Camargo), termina produciendo, no empatía, sino alejamiento del espectador hacia las víctimas.
Mi hija Natalia me hizo notar que este problema se ve reforzado por la propia actitud del público, compuesto mayormente por personas de "medio alta" que asisten a esas salas de cine ("malls"), o por jóvenes para quienes no sólo el sexo, sino la historia de su país, constituyen los tabúes sobre los que no se les habla en las escuelas, para quienes la invasión es un hecho que le pasó a otros y que no tiene nada que ver en sus vidas.
No me gusta la forma en que es encuadrado el testimonio de mi amiga Olga Cárdenas y conduce a la pregunta de si los "batalloneros" eran personas que actuaban por convicción antiimperialista o simles peones de los militares. El testimonio de Roberto "Mano de Piedra" Durán, aunque admite con sinceridad que esa noche estaba dispuesto a tomar las armas para enfrentar la invasión, al narrar graciosamente (como él es) que estaba borracho como una cuba y que su familia lo amarró a la cama, lleva al espectador a la conclusión de que sólo los locos o los beodos sarían enfrentarse al ejército imperialista, lo cual degrada el heroísmo de quienes murieron combatiendo.
Lo peor, la entrevista de Mario Rognoni cuando dice que todo lo que sacaban al aire en Radio Nacional la larga madrugada del 20 de Diciembre "era mentira". Yo no recuerdo a Rognoni. Sí recuerdo a Murgas, que tuvo valor de dar la cara y la voz esa noche en lo que fue la emisora de la "resistencia" por algunas horas. Yo mismo hice una declaración en la emisora en nombre del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), llamando al pueblo a oponerse a la invasión y que la lucha contra el régimen de Noriega no era excusa que la justificara, que ese era un asunto que debíamos resolver los panameños sin intervención extranjera. También recuerdo a Graciela Dixon hablar en nombre de Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), y muchas personas más. Nosotros no mentíamos, señor Rognoni.
Poco a poco, sin que nos demos cuenta, gracias a la habilidad de Abner Benaim, el documental va derivando hacia dos tópicos que son la forma en que la sociedad panameña dirigida ideológicamente por la oligarquía (y su "tata yanqui") puede procesar mentalmente la invasión del 20 de Diciembre: el saqueo y sus anécdotas (que desvían la atención del genocidio) y Noriega como el único responsable de los sucedido (con lo que se exonera al imperialismo yanqui).
Ese es el problema, que entre imágenes y anécdotas, se difumina la magnitud del genocidio, la responsabilidad del imperialismo yanqui, los objetivos políticos reales de la invasión, la pregunta de cuál es la actitud correcta frente al hecho de parte de una nación que lucha por su independencia y soberanía desde 1903.
La reiteración hasta el final de la imagen del hombre cargando la nevera por la Peatonal (ave. Central); al igual que la del "piedrero" con la supuesta silla presidencial, hecho que está en duda (sí recuerdo la foto de una silla en Vía Argentina, famosa pero por la persona que la arrastraba); así como el discurrir un buen tramo sobre la historia de Noriega en la Nunciatura; y la escena en que los muertos (el director se negó a usar imágenes reales) son sustituidos por algunos chorrilleros con efectos poco convincentes; todo ello contribuye a diluir el drama con que empieza la narración.
Tal vez porque "Invasión" de Abner Benaim no se formula las preguntas incómodas y no levanta el dedo acusador, es que el documental logra el éxito que ha tenido, la aceptación por la prensa oficiosa, su presentación en la salas comerciales muy cerradas a cosas serias, incluso ser propuesto para ser considerado en los premios Oscar. Es lo bueno y lo malo a la vez.
Por eso es un documental distinto al de Bárbara Trent, "Panama Deception", el cual ya fue premiado por el Oscar en 1990, pero que hasta el día de hoy no se presenta en la salas comerciales panameñas.
Si alguien le reclamara a Benaim se defendería alegando que es un documental sobre "la (s) memoria (s)", lo que cada quien recuerda de la invasión ("imaginación y remembranza") recursos que "pueden dejar lugar para la duda y permite (n) la exploración en búsqueda de 'la verdad', sin pretender alcanzarla", como ha dicho a Daniel Domínguez (La Prensa, 18/9/14). Como él mismo confiesa en el documental, en diálogo con Rubén Blades, no le importa si los entrevistados están mintiendo o no, porque en últimas no se busca la "verdad objetiva".
Esa aparente neutralidad, que pretende escuchar todas las verdades sin tomar partido, es parte del movimiento cultural posmoderno, que Benaím maneja muy bien, y que deriva en el relativismo en su máxima expresión condenando toda búsqueda de la verdad como "metarrelato". Claro que, al optar por unas imágenes o escenas, y desechar otras alternativas, ya constituye una toma de posición en sí. En realidad no existe la tal "neutralidad valorativa", ni en arte ni en ciencias sociales, la propia neutralidad es una toma de posición.
El problema es que para la historia (como ciencia) y para la justicia nacional e internacional (el genocidio no prescribe) las responsabilidades específicas no se pueden borrar a punta de relativismos.
A pesar de los pesares, incluidas las críticas aquí expuestas, prefiero terminar positivamente, celebrando la aparición del documental "Invasión" de Abner Benaim porque, a parte de estar bien hecho, tiene el mérito de colocar el tema en la palestra pública, como ha señalado Trinidad Ayola, quien ha encabezado el Movimiento de Familiares de los Caídos del 20 de Diciembre durante 25 años.
Como reconoce el propio Abner a Diana Hernández refiriéndose a su obra: "Esto no es todo lo que pasó en la invasión y aquí no se cierra el asunto; aquí se abre. La cinta no viene a decir 'mira mi película porque aquí está todo lo que tienes que saber sobre la invasión" (Ellas, 3/10/14).
A lo que agregamos que, contrario a lo que cree Benaim (La Prensa, 18/9/14) en Panamá sí ha habido bastantes obras sobre la invasión del 20 de Diciembre, y si no las encuentra en las librerías a las que acude la "élite ilustrada" es porque han sido censuradas, como casi toda la producción nacional, o porque él mismo no ha hecho bien su trabajo de búsqueda (como le dije a su asistente cuando me llamó para la entrevista y no sabía que yo había trabajado un libro testimonial sobre el hecho).
En ese sentido, en este 25 aniversario de la sangrienta invasión, hay que rendir homenaje al trabajo que en su momento realizó el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), dirigido por Marco Gandásegui, que compiló y publico múltiples obras sobre le tema; y a la Asociación de Estudiantes de Sociología, presidida por Briseida Barrantes, que fue la primera organización que dio voz y tribuna a las víctimas de la invasión en la Universidad de Panamá, trabajo del cual nació el libro "La verdad sobre la invasión".