La solidaridad no sólo es la voz común que apunta hacia la resonancia de nuestros principios y convicciones, que deja crecer su lado más humilde para encontrarse con él y con la otra. Pero también lo es. Las distancias y las dinámicas de lucha que nos separan físicamente también nos colocan en la convicción de sentirnos la humanidad toda, y así nos acercan. Y nosotras, mujeres revolucionarias del mundo, hemos asumido la tarea inagotable de encontrar, investigar, apoyar, luchar y creer en cualquier llama que alumbre el camino de la emancipación de nuestros pueblos.
Esa llama, que nosotras llamamos esperanza, es la que nos ha permitido sobrevivir al embate diario de un sistema de opresión religioso, cultural, económico y político, que entiende al hombre y a la mujer como instrumento de su propia destrucción, como cosa enajenada que busca su salvación individual en medio de los más perfeccionados sistemas de alienación, ultraje, explotación y saqueo de nuestros cuerpos, mentes y espíritus; así como de nuestros territorios y horizontes de vida.
Nuestra lucha como mujeres y como clase nos ha dado la certeza de la fuerza que tiene la solidaridad, entendida como las múltiples expresiones que un pueblo puede dar a otro desde la más sincera condición de apoyo consciente y útil, comprendiendo que la lucha justa de cualquier causa es la lucha de todos y todas; no importando las distancias culturales y territoriales que nos alejan. Desde las mujeres pobres del mundo, desde las mujeres luchadoras del mundo hemos sabido que sólo la solidaridad nos hace colectividad en proceso de liberación, que sólo en la comunión de las mujeres y los hombres en condiciones de equilibrio y dignidad es que podremos construir una sociedad distinta.
Es así como hoy, desde un país que ha vivido las duras pruebas de las políticas neoliberales, de los despotismos gubernamentales, y la cultura patriarcal naturalizada, nosotras, mujeres feministas, defensoras de la vida y la justicia, extendemos nuestras manos solidarias a las mujeres milicianas del YPJ Kurdo, al pueblo Kurdo todo, por la lucha que desde hace siglos ha asumido este pueblo por el reconocimiento de su identidad y su historia nacional. Así como la lucha por la liberación definitiva de la opresión fascista, capitalista y cultural que ha sometido a las mujeres Kurdas durante generaciones a las peores condiciones de exilio, destierro y sumisión. Reconocemos no sólo el valor de enfrentar con victoria a los grupos fascistas armados del ISIS y a las fuerza represoras de los Estados de Turquía, Irak, Iran y Siria; sino también la propuesta de sociedad libertaria que proponen, sustentada en el confederalismo democrático y la participación en términos de igualdad de mujeres y hombres para el bien común, en el marco del conglomerado de diversidades religiosas, lingüísticas y culturales en definitiva que caracteriza al pueblo Kurdo y a los pueblos hermanos con los que han compartido territorio, víctimas también de la represión y ultraje de sus gobiernos. Reconocemos y valoramos con entusiasmo el aporte indiscutible de la lucha de liberación de las mujeres y los hombres de una sociedad patriarcal como elemento fundamental de la Revolución de Kobane.
Las milicianas Kurdas hoy son esa llama, desde Venezuela, donde la lucha feminista a tomado fuerza en la medida que ha sabido asumirse parte de las luchas de las mujeres más pobres, de las que ahora hacemos parte consciente de la construcción de una política participativa, y que desde diferentes espacios asumimos la tarea de formarnos, crecer y liderar nuevas perspectivas de liberación, como la Comuna, alternativas al poder despótico, que ha sometido a nuestra tierra a la explotación de sus recursos, vendidos al capital trasnacional, afirmando así la cultura de la renta, de la mercantilización de la vida y la división de clases. Entendiendo también que en nuestra historia a las mujeres revolucionarias nos ha tocado asumir la lucha armada para defender las causas de la libertad del pueblo, donde cientos de nosotras murieron en combate, sembrando los campos y las ciudades de nuestro país de la más alta dignidad y compromiso.
En memoria de todas las mujeres que han alzado su voz, que han entregado su vida, su pensamiento y su alma en defensa de las luchas de sus pueblos, como mujeres, como revolucionarias, como clase trabajadora de las montañas, los mares, las ciudades, las selvas y los llanos, nos solidarizamos con el fuego que habita las milicias Kurdas, con la hermosa esperanza de ser libres de cualquier opresión, con la llama viva que desde el Kurdistan nos habla de nuevos tiempos, de nuevos caminos abiertos para la libertad de los hombres y mujeres del mundo.
¡Vivan las milicianas Kurdas y su Revolución!
¡Vivan las mujeres revolucionarias del mundo!
¡Venceremos!