Los ataques en Estados Unidos contra ciudadanos afroamericanos son parte de todo un sistema moral caduco y peligroso.
Amparados en la segunda enmienda constitucional, la cual textualmente reza: “Una bien regulada milicia es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y poseer armas no debe ser violado”, ciudadanos y residentes legales de ese país tienen en su poder cerca de 200 millones de armas de diverso calibre.
Pocos son los requisitos para hacerse con una pistola 9mm o un rifle de alto poder. De acuerdo con las afirmaciones del dueño del negocio donde el joven coreano responsable de la matanza de Virginia se apertrechó de armas y municiones, “esto (la tragedia) no hubiera ocurrido si las armas estuvieran permitidas en el campus”. Es decir, el argumento de este experto descansa sobre las bondades de una población totalmente premunida de pertrechos de guerra, capaz de reaccionar a tiros ante cualquier amenaza.
El problema, sin embargo, tiene otras dimensiones. Y a pesar de que se podría politizar el comentario y satanizar la cultura estadounidense a partir de los delirios belicistas de su ala republicana, no sería justo con una buena parte de su población, cuya vocación de paz y democracia ha prevalecido en las últimas encuestas contra la guerra.
Para entender el fenómeno, cuyas manifestaciones han dejado ya de ser casos aislados, es preciso medir el impacto en las nuevas generaciones de un sistema de vida hedonista, más orientado a priorizar sus necesidades de consumo y de entretenimiento-basura que dar una atención preferencial al cultivo de la mente y del espíritu.
A esto se suma -¡oh, colmo de la libertad empresarial!- una total falta de control en la creación, promoción y comercialización de películas y videojuegos destinados a absorber la atención de niños y adolescentes justamente en su etapa de formación de valores, y cuyo tema central son los más sofisticados métodos de aniquilación de otros seres humanos, usando para ello toda clase de armas letales.
El derecho de poseer y portar armas de fuego ha sido defendido por los miembros de la poderosa Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos, pero estos señores no están solos. Su postura –y también la vigencia de la Segunda Enmienda- cuenta con el apoyo de muchos ciudadanos que ven en esta actitud heredada de sus ancestros uno de sus derechos sagrados, una forma de libertad.
La libertad, así como la democracia, es un concepto relativo y su significado se interpreta de muy distintas maneras. Pero este concepto filosófico ha sido también la excusa esgrimida por muchos líderes para aniquilar a otras culturas, para dominar otros territorios, para adquirir otras riquezas y, de paso, para asesinar a quienes quedan atrapados en medio.
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