El Estado difuso contra las Repúblicas Bolivarianas

El futuro del planeta, tal y como se asoma en el presente, pareciera de fácil predicción. Pudiera "resolverse" a través de un conflicto de alta intensidad pero soterrado, al más puro estilo de una fulgurante "guerra fría", elevada a un nivel superior. Con campos de batalla aguachinados, difusos, promiscuos; infestados de terrorismo, bandas criminales, paramilitarismo, narcotraficantes, contrabandistas, empresas de seguridad, mercenarios, sicarios, contratistas, falsos positivos, falsas banderas, lobistas, banqueros, etc. Todo de violencia extrema. Detonando lo que se conoce, dentro de la estrategia bélica imperial, como "guerra de perros", la que al final arrojará los mismos resultados de una guerra abierta a gran escala, cosa de que nadie sabe a ciencia cierta, qué es lo que está ocurriendo en nuestras narices; tal como sucede con la guerra mediática, destinada a manipular la realidad al punto de que nadie la conoce sino en pequeños segmentos, ni nadie puede aprovechar lo que realmente interesa de ella. Salvo que se es consciente, como en este caso, de que la guerra brota por todas partes. Es decir, una guerra a escala planetaria (esta vez realmente mundial), en donde las posibilidades de subsistencia de la especie humana se reduce a su mínima expresión.

Si los grandes intereses imperiales, presionados por los pueblos, sus movimientos sociales, sus inagotables reservas morales y la masa crítica mundial, logran ver la inmensa utilidad política de entrar en la transición hacia la multipolaridad y el multicentrismo, habrá solución oportuna al conflicto de la sinrazón o guerra imperial. A menos que haya una alternativa de sobrevivencia al postconflicto global (producto de la crisis terminal del capitalismo) que solo sus gurúes conocen.

La multipolaridad o el multicentrismo es el paso previo a las justas, pacíficas y progresistas relaciones internacionales de nuevo cuño, las que aspira la humanidad por mera inercia evolucionista. Pero ellas no pueden estar subordinadas solo por las condiciones económicas (el dios mercado), y los intereses geopolíticos y militares de los centros de poder. Estos bloques de desarrollo humano, solo, o en primer término, deben estar fundamentados por las áreas culturales que las definen. He aquí uno de los grandes problemas a resolver del futuro orden mundial, pues el capitalismo global no reconoce a la cultura en su acepción identitaria, es su acérrimo enemigo (cuando oye su nombre saca una pistola), y mucho menos a la diversidad intrínseca en su pluralidad, condición irreductible para la existencia de los pueblos.

Pero antes de ocuparnos del bloque de poder que se perfila en el sur del Abyala como área cultural signada por la impronta bolivariana, además de poseer una base cultural de poder anterior a a la invasión española (lo que será en otro texto), hablaremos del desarrollo de algunos procesos que trae a colación el ilustrarnos sobre el método, según la doctrina de guerra imperial, que será empleado para detener o tratar de extirpar el bolivarianismo integrador e insurgente de este siglo 21, necesariamente socialista.

Cuando los intereses imperiales que se disputaron el recién colonizado Caribe en los años postreros a 1492, se plantearon un escenario de confrontación en los confines del mar oceano, las metrópolis involucradas, no encontraron otro remedio que mimetizar a sus ladrones en las acciones de saqueo que ellos consideraron legitimas con la institucionalización de la colonia, evitando enfrentarse abiertamente en un vasto territorio, totalmente desconocido y por lo tanto adverso. Es así como la real armada británica inventó a los "piratas" y luego a la "piratería" como colateralidad de las fricciones marítimas. Pero realmente era el uniforme con que su oficialidad se disfrazaba para robarle a sus colegas europeos. Fue la forma de llevar a cabo una guerra falsa.

Pero Francia iría más allá y crearía las "Patente de Corso". Es decir, la legalización de sus criminales, los que se enfrentaban a otros que igual perpetraban el mismo saqueo amparados por la impunidad que les proporcionaba la ilustrada y santificada colonia. Cualquier parecido con la realidad actual es puro reflujo del pasado.

Luego, piratas y corsarios, serían barnizados por una delgada moralina occidental, elaborada desde su incipiente industria cultural, la que utilizó buena parte de su potencial literario, para tratar de darle un puesto en la historia a quienes con la misma brutalidad del conquistador, continuó con el despojo sobre el más grande genocidio que haya conocido la humanidad, a tal punto que hoy, unos y otros, son asociados al mundo de la fantasía infantil, aun cuando sus prácticas continúan incólumes como siempre, con algunas mutaciones en el tiempo, y ahora con otros nombres.

Los "terroristas", tan viejos como la maña, cobran vigencia en la actualidad, atosigados por los afanes del imperio. Son los mismos piratas y corsarios del pasado. Cumplen las mismas funciones, tienen el mismo papel en la historia del saqueo mundial de todos los tiempos, y al igual que sus antecesores, serán excomulgados por algún subterfugio, híbrido entre lo legal y lo cultural.

El EI (Estado Islámico) ese adefesio creado por occidente en su empecinada guerra civilizatoria, como bien lo admitió Hollande en su pequeño discurso absolutorio después de los ataques en Paris, es uno de los torcidos caminos hacia ese objetivo. Por un lado crean un escenario de confusión total, donde se vale todo, como en una inmensa zona de tolerancia. Inhibidos de todo tipo de responsabilidad, pueden atacar a amigos y enemigos indistintamente, en función de una apropiación material. Por otro, criminalizan al enemigo histórico, sobre el cual recae la culpa del colosal desastre causado en su propio desmedro. A su vez van lavándole la cara a sus compinches, los autores materiales de los crímenes. Ya no serían los simpáticos y audaces piratas y corsarios, ni los desalmados terroristas (quienes en algún momento acompañaran los cándidos sueños de los niños y niñas en ese detestable proceso de reivindicar a los socios delincuentes), sino que se convertirán en auténticas expresiones de gobierno, validas fórmulas de autonomía y soberanías emergentes, asociadas a la justa demanda de autodeterminación de los pueblos. Serán pues, Califatos, Incanatos, Cacicazgos traducidos a la formula universal de la democracia occidental: El Estado. Allá es el Estado Islámico para destruir la cultura musulmana. Acá serán las Repúblicas Bolivarianas para destruir la naciente pero irreversible cultura chavista.

En fin, serán los Estados Difusos, creados a la medida de la necesidad imperial, unas veces fallidos, cuando no obedecen a sus intereses, y otras veces proclamados por la urgencia de sus fuerzas de choque. En ambos casos el control lo mantendrá el imperio y ambos serán reducidos a escombros, en donde la cultura desaparece como primer paso para darle curso a la barbarie de la periferia.

El chavismo es emancipación cultural.



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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