La raíz es pueblo. Es una categoría desprestigiada por la crítica elitista. En el Brasil, llegó a la política con Getúlio (Vargas), vinculada al “trabajador”. Pocas décadas después de la abolición de la esclavitud – el país que más tardó en abolirla en el continente –, Getúlio pasó a interpelar a los brasileños como “trabajadores del Brasil”. Con su gobierno, el Estado asumió los derechos sociales como responsabilidad suya, pocos meses después de que un presidente nacido en Río (de Janeiro) y adoptado por la oligarquía paulista como Fernando Henrique Cardoso, Washington Luis, afirmara que “la cuestión social es una cuestión de policía”.
El pueblo entró en la historia brasileña de la mano – del discurso, de las políticas – de Gétulio. Por eso nunca será perdonado por las elites, pese a que él promovió como sector hegemónico del Brasil a la burguesía industrial, nacida del vientre del Estado.
El pacto político que refundé el Estado brasileño incluía, por vez primera, a sectores populares (aún todavía minoritarios). Un proyecto de industrialización descolocaba a la oligarquía primario-exportadora, con la exportación de café financiando ese proyecto, El Estado se adecuaba a las necesidades de la industrialización, asumiendo su papel de fomento de la producción, de formación de mano de obra, de extensión del mercado interno. El proyecto se correspondía con el discurso nacional, popular y de desarrollo económico.
La dictadura militar eliminó el carácter popular y nacional del proyecto, manteniendo el desarrollismo. El estado fue militarizado, el pueblo fue reprimido, sus salarios congelados y, por eso mismo, cayó el mercado interno de consumo popular. La palabra pueblo fue barrida, junto con las fuerzas populares. Todo se transformó en “populismo”. La doctrina de seguridad nacional que orientó a la dictadura criminalizó al pueblo, a lo popular, y las políticas económicas privilegiaron el consumo de lujo y la exportación, al mismo tiempo que represaban el salario del pueblo.
Con el fin de la dictadura, el predominio de los discursos se centró en la democracia, pero el pueblo continuó ausente. Poco o nada fue recordado que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Como máximo, la palabra ciudadano entraba en los discursos, pero el pueblo, no.
Cuando llegó el Plan Cruzado, reaparecieron las voces condenando el control de precios como populista. Violaba las sagradas leyes de la economía, una mentalidad que comenzaba a imponerse. En realidad, es populista es atender a las necesidades populares, violando esas leyes. Cuando los gobiernos definen por decreto la tasa de interés, por ejemplo, violan las leyes del mercado; que deberían dejar fluctuar también el precio del dinero.
Sin embargo, de esa manera violan las leyes del mercado a favor de los sectores no-populares. En ese caso, nunca se habló de populismo.
Cuando el Plan Real, algunas voces dijeron que se trataba de un populismo cambiario. Se financiaba el consumo de la clase media y de la burguesía con un precio artificial de la moneda. El control de la inflación se alcanzó a costa de un brutal déficit público. LLevaron al Estado al borde de la quiebra, justo quienes decían que “el Estado gasta mucho, el Estado gasta mal”, hay que pasar la página del getulismo (entiéndase bien: del populismo).
Pero el retorno del pánico del populismo vino de otros países. La victoria de Hugo Chávez fue la señal para la nueva operación destinada a criminalizar conjuntamente al populismo y al nacionalismo. Criminalizar al pueblo y a la Nación, con todo el significado ideológico que contiene: antinacional y antipopular.
Sí el nacionalismo es malo ¿qué es lo bueno? ¿El internacionalismo? No, porque lleva al comunismo. La globalización. Pero el nacionalismo actual, para dificultar todavía más las cosas a los globalizadores de turno: es un nacionalismo que promueve la integración regional. No privilegia los intereses de su país contra los otros dos, sino que privilegia los intereses de la región sobre los de su propio país. Lo que fue el eje de la integración, europea, por ejemplo. Allá el nacionalismo – que es de derecha – se opone a la integración. Aquí el nacionalismo la promueve. Telesur, Petrosur, Petrocaribe, gaseoducto continental. Entonces se habla de ultra nacionalismo, para tratar de causar mayor aprehensión.
La utilización de los recursos económicos para promover políticas sociales – la prioridad de lo social, una característica del postliberalismo – es calificado de populismo. ¿Por qué? Porque los recursos económicos deberían ser utilizados para aumentar la autonomía de la economía, sin promover los derechos sociales. Ésta es la concepción neoliberal. Negarse a ella es populismo.
Sí el populismo es malo ¿cuál es su antónimo? ¿Qué es lo bueno? Antipopulismo, antipopular, antipueblo. No populistas son las políticas que favorecen al capital y no al trabajo, a las oligarquías y no al pueblo.
En el caso del Brasil, el espectro del “chavismo” pasó a sobrevolar el gobierno de Lula, como riesgo, como tentación. Después de que las elites se aseguraron de haber liquidado la imagen de Lula, quedaba para el presidente apenas la hipótesis de utilizar los recursos públicos para buscar apoyo popular. Como les falta contacto y sensibilidad popular, no se dieron cuenta de que las políticas sociales del gobierno habían conquistado bases populares de apoyo, que luego se reflejarían en las encuestas.
Condenan políticas que favorecen a los intereses del pueblo. Condenan políticas que fortalecen a las naciones, en el marco de la integración regional.
Mejor que disolver el pueblo y lo popular en el populismo es hacer el camino opuesto: remitir el populismo a lo popular y al pueblo. Que debe ser la referencia para la democracia: gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez