Todavía Allende no había sido elegido democráticamente presidente de Chile, cuando el Roberto Marinho de ese país, Agustín Edwards, dueño del periódico El Mercurio, se reunía en la Sala Oval de la Casa Blanca, en Washington, con el por entonces presidente de los EE UU, Richard Nixon, y el entonces secretario de Estado, Henri Kissinger. Después de su relato de lo que sería el gobierno de Allende y de los riesgos que representaría para lo que ellos consideraban un Chile democrático, Kissinger sentenció:
- Es necesario salvar a los chilenos de sus locuras.
Ahí se empezó a planificar el monstruoso golpe militar que acabó con la vida de la democracia chilena –la de más larga trayectoria de América Latina- y del propio Salvador Allende, substituyéndolo por el más sanguinario dictador, Augusto Pinochet.
Pinochet se propuso materializar el objetivo de Kissinger: "salvar a los chilenos de sus locuras" democráticas, con sus métodos y sin tener que apelar a elecciones para legitimarse. Podría "encarrilar de nuevo el destino de Chile", a su manera y en los carriles en que él consideraba que debía estar Chile. Llamó a los Chicago Boys y su país pasó de ser un modelo social para América Latina, a ser un infierno para la gran mayoría.
Temer dice que su falta de ambiciones electorales y su disposición a tener el 5% del apoyo, siempre que "sitúe a Brasil de nuevo en los carriles oportunos", son un mérito, con el que él cuenta. El problema es lo que él considera que deben de ser los carriles sobre los que debe transitar Brasil. No dispone de ninguna idea. Repite el sentido común, después se desmiente y vuelve de nuevo atrás. Su sentido común, por lo visto hasta ahora, es el que diga Meirelles. Quién, a su vez, se comporta como si el mundo fuese el mismo de hace cuatro décadas, cuando el neoliberalismo surgió, vigoroso, proponiéndose pasar una página de la historia y cambiarlo todo, de forma radical y definitiva. Bastaría controlar la inflación y el gasto público y el mundo entraría en los carriles adecuados.
No se habían producido los fracasos del modelo neoliberal puro y duro en Brasil, Argentina, México, Europa. No se había producido la crisis internacional del capitalismo, la más duradera en décadas, sin plazo para finalizar, perpetuada por las políticas de ajuste y austeridad. No habían existido los gobiernos que demostraron que es posible crecer y redistribuir la riqueza, que el potencial de Brasil es grande, que la intensificación de los intercambios regionales y las relaciones con China y Rusia son la mejor forma de reintegrar a Brasil en el mundo.
No existían ni los BRICS ni su Banco de Desarrollo, ni los EE UU habían dejado de ser el gran socio comercial –del que México es una víctima privilegiada-. No existía el fracaso anunciado de la recuperación de un modelo semejante en la Argentina de Macri. Lula no continuaría siendo el único gran líder popular de Brasil, como expresión del éxito de su gobierno.
Meirelles actúa como si la historia hubiese acabado realmente, como si el Consenso de Washington hubiese demostrado que cualquier gobierno serio se centra en ‘hacer los deberes’ del ajuste fiscal. Es un ser fuera del tiempo, igual que el mercado, que se considera un bien permanente, atemporal, el ‘mejor gestor de los recursos’, sea cual sea el país, el tiempo y las circunstancias.
Si considera la hipótesis de tener el 5% o menos del apoyo, es porque Temer sabe que aplica un programa tremendamente antipopular, que afecta directamente a los intereses de la gran mayoría de los brasileños y obedece a los intereses del 1% más rico. Debería saber que los carriles en que quiere colocar a Brasil son los carriles del capital especulativo, que no produce ni bienes ni empleos, que vive del endeudamiento de los gobiernos, de las empresas y de las personas. Que perpetúa la recesión y el paro.
Temer desea salvar Brasil de los brasileños, de que decidan lo que quieren para si mismos y para nuestro país. Considera locura la democracia, la redistribución de la riqueza, la educación, la salud, la vivienda y el bienestar para todos. Dio el golpe para que eso no ocurriese. Quiere acabar con los derechos de todos para encintar al país en la vitola de los lucros de los grupos financieros. Lo que sólo se puede hacer mediante de un golpe.
Los brasileños no necesitan ser salvados por nadie y menos por un golpista aventurero. Los brasileños saben decidir los caminos de su salvación, que son los caminos de la democracia, por eso repudian, al unísono, al golpista que quiere salvar a los más ricos, los intereses extranjeros, los políticos corruptos y a él mismo y a su gente. Temer se quiere salvar él y a su gente a costa de Brasil, de los brasileños, de la democracia, del patrimonio nacional, de los derechos de todos. Por eso no es respetado, nunca tendrá más del 5% de apoyo y terminará siendo castigado, de forma dura y justa, por los brasileños.
Emir Sader es columnista del periódico Brasil 24/7 y uno de los principales sociólogos y politólogos brasileños