El peligro es que Donald Trump, acorralado por acusaciones de traición y por la odiosa impopularidad que lo carcome, termine haciendo lo que hacen todos los presidentes estadounidenses en semejante trance: una guerra. La historia reciente es un abanico en la materia que huelga detallar. Con la excepción de Vietnam, han fungido sus guerras como tapaderas de popularidades desbancadas.
Una guerra desvía críticas y atenciones, y conduce a que lo que argumenta el atacante interno parezca un detalle banal comparado con la "seriedad" de la agenda exterior, la cual pide la automática solidaridad. Que Trump quiera joder a los latinos y se gane por ello montones de enemigos ha de terminar pareciendo una minucia cuando el país se encuentra en una situación delicada contra el "terrorismo" internacional o el poder nuclear de un asiático megalómano.
En la medida en que su popularidad se constriñe, está en el ambiente la explosión de unas nuevas torres gemelas en virtud del ataque criminal de algún árabe maloso, o la típica decisión de invadir a algún país pendejo. El objetivo sería escurrir el bulto, pasar a un segundo plano la diatriba interna, la impopularidad y el encono que acosan a tan arrogante presidente.
Y el peligro es que, habiéndose ya agotado el mapa fácil de las invasiones, el carajo pose la mirada en su "patio trasero", en Suramérica, irremediablemente en Venezuela, el país incómodo. En Europa tienen los EEUU el cartucho gastado; en Asia la situación presenta un color de hormiga vieja con Irak, Libia, ya invadidos, y con el infructuoso Irán, imposible de invadir; Rusia apadrinó a Siria y arruinó el sueño de invasión gringo; ni hablar de Corea del Norte, con su problemático poder nuclear.
A Venezuela en cambio los EEUU la trabajan desde hace un par de décadas casi. Le han incoado varios expedientes a su gobierno: primero el de guerrillero cuasi colombiano, después el de golpista, luego el de narcotraficante y, últimamente, el de dictador. Cantidad de intentos, fallida toda, pero, como la mentira mil veces pronunciada haciéndose verdad, amellando conciencias y credulidades. No importa tanto la acusación como lo que, por otro plano y mientras tanto, han logrado en concreto: rodear al país, criminalizándolo: la instalación de bases militares en Colombia, listas para el zarpazo; la compra de países latinoamericanos para su causa injerencista; el manejo de organismos títeres internacionales para que hagan el trabajo de soporte "legal", el lobby invasivo, como la OEA.
Venezuela, pues, es la carta debajo de la manga de Donald Trump. Él continúa con su tarea empecinada contra Corea del Norte, contra China y su mar "robado", contra el eterno y archirrival ruso; pero si lo presionan más, si le tocan los cojones, como dicen los españoles, podría optar por el tiro fácil y lubricado. El país bolivariano puede presumir de que Rusia y China son sus aliados, pero ocurre que priva una realidad pasmosa en su contra: la ubicación geográfica tan cerca del mal y tan lejos de los amigos. Dirían los mejicanos: tan lejos de dios y tan cerca de los EEUU.
En el duelo por el poder internacional, los rusos se la deben después de lo que hicieron en Siria. Ahora les toca a ellos, a los gringos, lucirse con alguna eventualidad demostradora de su poder ampliado en el planeta. Apretar las tenazas invasoras contra Venezuela a lo sumo acarrearía una reacción internacional furibunda más que todo de países latinoamericanos, y, claro, la queja arrecha de los rusos y chinos, pero no más. Tan próxima está Venezuela al imperio estadounidense que, en caso de invasión concreta, ridícula sería cualquier defensa desde algún polo alejado del globo terráqueo.
Sin duda se desataría una guerra, interna en Venezuela, civil para más señas; y una conmoción en la opinión pública internacional, innegable, poderosa, pero vana como un fusil que nada dispara para defender el terruño desde adentro. El país de Bolivar mismo, por constitucionalización de la no injerencia, ha prohibido la instalación de fuerzas militares extranjeras en suelo propio, y ello surte efecto también para tropas amigas. Semejante situación no se compadece con la evolución bélica de los tiempos: las guerras se hacen hoy día con aliados, jamás a solas; y ello, finalmente, no se equipara con la situación de la enemiga Colombia, país rastrero de lo gringo, con bases militares extranjeras en su interior, listas para el ataque.
Y súmese que Venezuela es ya una "amenaza inusual" para los intereses de los EEUU, suerte ya de bocadillo servido en bandeja de plata; y que el Comando Sur, Colombia, Guyana, Trinidad y Tobago, las base militares y la ansiosa oposición apátrida interna, vendrían a ser algo así como las putas maquilladoras de Donald Trump, listas para actuar en pro de su dios para el caso que su imagen se estropee hasta niveles políticamente intolerables.
Blog del autor: Animal político