Una intervención militar en Venezuela es una opción para los Estados Unidos; como lo dijo Donald Trump, quien también habló de desaparecer a Corea del Norte. Tales intenciones no vienen directamente del mandatario estadounidense sino del establishment norteamericano, que mantiene una política de invasiones y ocupación, sanciones económicas y represión a los gobiernos que sean una "amenaza" por ser progresistas, además de poseer petróleo y riquezas naturales.
En las elecciones presidenciales del 2016, el establishment instó a no votar por Trump. La razón: él quería desligarse de la confrontación militar de Obama, como refiere Jame Petras; mejorar las relaciones diplomáticas con Rusia, lo cual se abortó con el complot del que fue víctima al principio de su mandato: se le vinculó con la nación rusa en el jaqueo de correos de Hillary Clinton, redactados cuando era secretaria de Estado, sobre la verdadera causa de la invasión a Libia, información que lo favoreció electoralmente; y beneficiar a la clase trabajadora de su país.
Por su discurso anti-guerrerista, la oposición venezolana no quería a Trump, sino la Sra. Clinton, quien les garantizaba el derrocamiento del presidente constitucional Nicolás Maduro. No obstante, como Donald tuvo que ceder a presiones para seguir gobernando, por ello incorporó en su gobierno al general Mattis, Mad Dog, secretario de defensa, que continúa la doctrina Obama, se convirtió en el líder de la Mesa de Unidad Democrática y quien la dirige.
Finalmente, una invasión al estilo Irak en Venezuela representa un insostenible gasto humano y económico para los EE.UU., pero para eso están los paramilitares infiltrados en territorio venezolano y las 7 bases militares en Colombia; además de la posible incursión del ejército israelí, la cual se deduce por los signos hebreos vistos en el Este de Caracas durante los actos vandálicos de abril a julio de 2017.