La violentas protestas de los denominados Chalecos amarillos en la estirada París y en varias ciudades del país galo, han superado con creces situaciones de reacciones populares anteriores que se han dado en este territorio de la Europa Occidental. Van mas de 100 heridos, cuatro muertes y medio millar de detenidos, entre los mas de cien mil protestantes que diariamente salen a las vías de un país acostumbrado a la modorra de los buenos vinos, la buena mesa y la vanguardista moda, pero de vez en cuando aparecen eventos como este, que saca los remanentes revolucionarios que aun vive dentro de este pueblo europeo. Esta gente, heredera de aquellos que tomaron la Bastilla en pleno auge de la Revolución Francesa y de los valientes que conformaron el movimiento Partisano Franceses de la resistencia, que provocó el derrumbe de la ocupación nazi en la segunda guerra mundial, no se han amilanado para seguir en las calles perfumadas de París y confrontar la represión de Macron, muñequito de juegos de Donald Trump.
El gobierno de Macron, que en diferentes oportunidades (al igual que la vocería de la Unión Europea) sentenció al gobierno venezolano como un régimen que reprimía de manera brutal las protestas pacíficas del pueblo y que no veía nada malo en que nuestros encapuchado estuvieran armados y que quemaran y destruyeran vehículos del estado y particulares, empresas y comercios públicos y privados y hasta escuelas y centros de salud, sin importarles si había gente dentro de ellos, disparando hacia los cuerpos de seguridad con armas cortas y fusiles de asalto, granadas e incluso, con improvisadas y letales bazucas. Hasta videos con música, efectos de sonido y perspectiva de cámaras, que hacían ver a estos delincuentes como unos héroes para la opinión pública que veía sus hazañas vandálicas por You tube, Instagram y Facebook. Ahora les toca a ellos recibir su dosis de protestas pacíficas pero por lo menos, los que salen a manifestar en sus elegantes calles, no están armados hasta los dientes como los de aquí.
Este doble rasero se hace de manera hipócrita, sacando del contexto real lo que en la calle se ve para juzgar la violencia y decidir, desde su perspectiva de gobierno e intereses políticos, que los que participan en las protestas francesas son unos peligrosos y sanguinarios leones y los que convierten nuestras calles en un campo de guerra, son unos tiernos gatitos que solo aruñan al moverles una bola de estambre para tejer. No hay criticas para el gobierno francés, no se juzga la represión y sus desmanes para controlar a la gente que está airada, la Unión Europea y los norteamericanos apoyan a su socio comercial y militar y consideran que en este caso, el uso de la fuerza represiva desproporcionada está totalmente justificada, así hayan muertos y heridos, pero si lo hace otro país u otro gobierno de su desagrado, no está argumentada.
Pero este doble rasero se aplica en nuestro país también, cuando el gobierno venezolano a través de la Cancillería manifiesta su desacuerdo con la represión a los manifestantes en las calles galas, como si la destrucción de los bienes públicos y privados y el poner a las personas en peligro dentro de esta confrontación, si se justifica en Francia pero aquí no. Acabar con todo, quemar, devastar, herir o matar en las que corresponderían ser protestas cívicas, deberían ser reprochadas. El mensaje de la cancillería de nuestro país, mas allá de juzgar al gobierno francés en una especie de oportunismo revanchista diplomático, por las declaraciones emitidas por ellos en pleno conflicto venezolano, debería ser una nota con alto contenido ejemplarizante para las partes en conflicto y con ello se sienta un precedente, apuntando sin titubeos que la destrucción no es la salida de los problemas, sea en Venezuela o en Francia. Es decir, además de hacer el llamado al dialogo (lugar común diplomático) y no a la represión como dice la misiva venezolana, debería de haber un mensaje contundente contra el vandalismo y el pillaje, inaceptable en cualquier medida y en cualquier parte del mundo.
Aquí, en nuestro país hay motivos mas que suficiente en estos momentos para ejercer ese ciudadano derecho de disentir pública y contundente, pero de manera pacifica y cívica, contra algunas medidas impopulares o acciones del gobierno o de algunos de sus funcionarios, que afectan a la mayoría de nuestro pueblo. Pero de igual manera se debe condenar a los bandoleros que infiltran los grupos o partidos políticos contrarios al gobierno contra el cual se protesta o los que coloca algunos órganos de seguridad del gobierno, para estimular la violencia y justificar la represión. Ese es el enemigo en las marchas o en las protestas, pero hay que reconocerlos y no dejarlos actuar, porque los guarimberos, hablen francés o español, son destructivos, no solo de lo material, sino que desvirtúan y arruinan la causa inicial y justa por la que se realizó la convocatoria ciudadana de ejercer el legitimo derecho de los pueblos del mundo, a manifestar su descontento contra las arbitrariedades e injusticias que cometen los gobernantes.
Ingeniero Carlos J. Contreras C.
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