Al escribir sobre Rusia, Ucrania, UE, OTAN, EEUU, Venezuela, China, Formosa, Irak, Irán, Israel, Corea del Norte y Corea del Sur se puede sentir que la monotonía aplasta. Recurrentes temas, como la gota que se desprende de un tubo en desperfecto. Y la sensación primera que ha de sentirse es cansancio, tanto en el escritor como en el lector.
Pero no hay más temas fundamentales que el peligro de la guerra nuclear, se mire desde donde mire; lo demás es secundario. Si se mira desde Colombia, por ejemplo, donde los temas de la guerrilla, el narcoestado y el narcotráfico son candentes; o desde Venezuela, cuyos temas son el terrorismo opositor; o Alemania, donde regresaron a la época preindustrial con el uso del carbón como fuente de energía; o desde los países del llamado "primer mundo", donde anualmente se suicida casi un millón de personas minadas de salud y confort, es seguro que la conciencia humana concluirá en que debe primar el tema de la guerra nuclear.
Lo ideal sería que el mundo, en una sola conciencia, reflexionase o escribiese sobre el tema. Como decir, una sola voz, lo cual, a no dudar, con tanto medio de comunicación masificado en la aldea y tanto dedo señalando los detalles, culpables, errores, complots, tiros, explosiones, etc., en buena medida contribuiría a soluciones, sino a la paz. Un navío o convoy trasladando armamento, visto a través de los satélites, llevado a video en cada teléfono, tiene que afectar la toma de decisiones de los hegemónicos. La develación de una conversación malsanamente bélica, sostenida por un líder importante con también importantes ejecutores, ha de afectar.
Si hay guerra nuclear, ya no habrá más de qué hablar. ¿Qué importará el farandulero dolor de estómago de la realeza inglesa, o una caída de Joe Biden o un congreso peruano intentando derrocar al presidente Castillo? ¿Importará la CIA con su cruzada golpista y desestabilizadora en el mundo? ¿Será el comunismo una amenaza para el sistema solar? ¿Habrá Revolución Bolivariana de qué hablar? Lo que habrá será radiación en el viento y borrado de fronteras en el mundo, con invasiones y tomas de los bienes de otros por parte de los más armados. ¡Ay con Venezuela y su petróleo, patio trasero gringo!
Pero déjese de soñar. Cero filosofías. Ya se oyen las voces que disienten ante tan estúpida y utópica propuesta. "Si vamos a morir, lo mejor será distraerse. Hagamos una orgía. Quiero ver el pubis de Madonna ya vieja o el falo de 30 cm conservado en vidriera del monje Rasputín". Por cierto, nunca la imaginación será tan fecunda: ya ucranianos celebran orgías públicas antes del fin del mundo. El Decámeron, de Giovanni Boccaccio. Ante los problemas, el hombre tiende hacia la irrealidad y se hace sensualista, circunstancia idónea para la captación de nuevos seguidores en todo tipo de religión o sectas. No hay que cansar al lector, pues.
Es difícil precipitar conciencia en los humanos, por no hablar de los extraterrestres, no conocidos todavía por los simples mortales. Tan estúpidos son con respecto del planeta y la conservación de la vida que es posible que una compañía carpintera grabe la deforestación del último árbol de la última especie maderera para viralizarse en las redes sociales al lado de la sonrisa de su magnate propietario; o tan estúpido como un japonés o noruego, matando a la última ballena para comercializar su aceite.
Tiene que resultar irresistible mencionar, por lo menos, la propuesta de los EEUU respecto de la guerra Ucrania-Rusia: atacar en el suelo de batalla a Rusia, pero no como país de la OTAN para evitar la intervención de toda la organización, sino a través de una coalición de países redentores (Inglaterra, Alemania, Australia, Francia, España, etc.); o la de Finlandia: que cuando sea miembro de la OTAN pueda almacenar la larga variedad de bombas y equipos nucleares existente sin importar lo fronterizo con Rusia.
Visto lo anterior, ante los remilgos contra el tedio, el otro tema a escribir sería sobre el cerebro y la inteligencia humanos como factor de supervivencia.