Japón es un ejemplo de que la emisión de dinero no genera inflación: las tres décadas perdidas y la fábula monetarista

las tres décadas perdidas y la fábula monetarista

Japón es una muestra contundente de una gran economía capitalista venida a menos en los últimos 30 años. Cuando niños, casi todos los juguetes tenían la leyenda "Made in Japan", éramos fanáticos de "Mazinger Z" y la nación nipona era la referencia diaria en muchos aspectos: la economía, la tecnología, la educación, la cultura y la sociedad. En la década de 1980 todos querían parecerse a la Tierra del Sol Naciente y nadie imaginaba que el prototipo oriental de desarrollo del sistema de la plusvalía hiciese aguas a finales de ese mismo decenio. Luego de lustros de crecimiento envidiable por ser la factoría más emblemática del planeta, Japón experimentó una burbuja conocida como "baburu keiki" -tanto en las acciones de bolsa como en los bienes raíces- la cual estalló entre 1989 y 1991. La referida pompa se debió, en buena medida, a la sostenida apreciación del yen, la moneda nacional, que pasó de cotizarse en 269,70 unidades por dólar (11/10/1982) a transarse por 122,65 yenes por billete verde (14/11/1988): un apuntalamiento de 147,05 yenes o 54,52% (*). A partir del desastre de la "baburu keiki", el Banco de Japón (Bank of Japan o BOJ) ha tratado de depreciar el yen sin mucho éxito a través de la Flexibilización Cuantitativa (Quantitative Easing [QE] en inglés) o emisión de dinero. De hecho, fue en este país que se creó el método de marras que ha sido aplicado en EEUU y Europa después del inicio de la Segunda Gran Depresión Capitalista en 2008. Los monetaristas (de derecha e izquierda) escamotean el "affaire" japonés puesto que destroza -en mil pedazos- el mantra de que la emisión de dinero produce elevación de los importes.

El BOJ, como señalamos antes, ha intentado devaluar la divisa nipona con el fin de hacer las exportaciones más competitivas, atraer más la inversión foránea, producir inflación e incentivar el consumo de energías distintas a las derivadas de los combustibles fósiles, como la nuclear. Al menos ésta fue la meta luego del descalabro de la burbuja en el ocaso de los 1980 y el alba de los 1990. La apreciación del yen frente a otras divisas como el dólar yanqui durante los 1980, se originó en parte a que éste era atisbado como un "refugio seguro" para los capitalistas de la época y representaba una alternativa al billete verde: la desventaja comercial del Tío Sam con respecto a Japón era manifiesta ante la invasión de productos nipones -más baratos y sofisticados- a tierras yanquis. En el marco de este pugilato entre Oriente y Occidente, se hacía muy atractivo adquirir bienes japoneses, sumergirse en el mercado de su renta fija o variable, o desembolsar liquidez en el ámbito inmobiliario local. Otra razón para el alza del yen fue la rúbrica del Acuerdo Plaza en 1985, el cual contemplaba una devaluación concertada del billete verde para reducir el déficit comercial de EEUU. Por ende, el yen comenzó a subir en relación con otras divisas como el rectángulo glauco y ello se convertía -a su vez- en un serio problema para los japoneses. ¿Por qué? Simple. Por un lado, un yen fuerte perjudicaba las exportaciones, encarecía las importaciones y, en consecuencia, se afectaban otros campos de la economía. Por otro lado, un yen robusto hacía aumentar la estimación de las acciones en la bolsa capitalina y disparaba el metro cuadrado en Tokio (y sus alrededores) a cotas delirantes. Por ejemplo, entre 1981 y 1991, el valor de los inmuebles se hinchó un 550% y sólo entre 1985 y 1989 se catapultó un 245%. En las zonas más exclusivas de Tokio, los precios superaban 3,5 veces los de Manhattan: un apartamento de lujo de 200 metros cuadrados costaba 1.800 millones de yenes o 35 millones de dólares en la actualidad. En el terreno financiero, el índice Nikkei del parqué tokiota se ubicaba en 11.542 puntos a finales de 1984 y para diciembre de 1989 estaba en los 38.915 puntos, es decir, un incremento de 237,15%. Después de que reventó el bulbo, el Nikkei se precipitó hasta las 15.961 unidades (junio de 1992) o a 4.419 puntos (38,28%) de las cimas de 1984. En ídem dirección, el importe de los inmuebles se desplomó 70%.

Lo que pinchó la pretérita burbuja de activos en Japón fue el ajuste de tipos del BOJ, que entre 1988 y 1990 pasaron de 2,5 a 6%. De esta forma, el banco central pretendía detener la inflación que empezaba a asomarse y en 1989 era de 2,27% (**). Igualmente, en 1990 (3,08%) y 1991 (3,25%) fue "alta" considerando los estándares de Japón. Otro factor para la subida de los tipos de referencia era la depreciación del yen de cara al billete verde, ya que éste alcanzó niveles de 136,10 unidades (29/08/1988) y 159,75 unidades (19/04/1990). No podemos olvidar que en 1987 tuvieron lugar los Acuerdos del Louvre que -al contrario del Acuerdo Plaza de 1985- perseguían detener la caída en la cotización del dólar yanqui frente a otras monedas y ello consistía en una estrategia planificada del antiguo G5 (Francia, la República Federal de Alemania, Japón, Canadá, EEUU y Reino Unido) para tal fin. Los japoneses, en el Louvre, se comprometieron a reducir el superávit comercial y recortar los tipos, aunque un año más tarde -1988- retrocedían en este último punto y emprendían un aumento sostenido de la estimación del dinero. La implosión de la "baburu keiki" provocó una severa crisis de la cual aún no se recupera esta icónica nación asiática y ni siquiera la emisión monetaria ha podido traer de vuelta las notables cifras macroeconómicas de tiempos pretéritos. Atrás quedaron los años en los que el PIB crecía al 11% (década de 1960) o al 4,2%, en 1981, cuando Japón se convirtió en la primera economía del planeta por el tamaño de su PIB: 1.219 billones de dólares.

LA FLEXIBILIZACIÓN CUANTITATIVA DEL BOJ, LA DEFLACIÓN Y LA APRECIACIÓN DEL YEN

Tras el reventón de la burbuja inmobiliaria y financiera, el BOJ lanzó -como hemos platicado antes- un programa de Flexibilización Cuantitativa que consistía en adquirir bonos estatales -por parte del propio banco central- para inyectar liquidez en el sistema, con lo que se trataba de estimular el crédito, el consumo interno y depreciar la moneda (años más tarde, este plan incluyó la compra de activos de la renta variable). No olvidemos que un yen fuerte había perjudicado las exportaciones del país a mitad de los 1980 y eso fue otro elemento que contribuyó al cataclismo que aconteció entre 1989 y 1991: un yen apuntalado hacía menos competitivos los artículos japoneses en el exterior y empujaba a las empresas locales a llevar las líneas de producción a otros territorios donde los costos fuesen más bajos, como de hecho ocurrió con compañías como Sony que a mediados de los 1980 ya manufacturaba sus equipos de sonido y otros dispositivos electrónicos en Singapur o Corea del Sur, verbigracia, en la infatigable búsqueda de mano de obra subpagada. A pesar de que el BOJ emprendió de manera oficial la Flexibilización Cuantitativa en 2001, es evidente que venía empleando esa política desde 1994: las inyecciones de liquidez también sirvieron para rescatar a los bancos que estuvieron muy involucrados en el bulbo financiero e inmobiliario. Cuando el Estado reparte la guita entre los ciudadanos, lo llaman "populismo" y cuando la distribuye entre las élites acaudaladas, es "estímulo" o "salvataje". Voilá!

La Flexibilización Cuantitativa no logró levantar la economía nipona en tres décadas y -por el contrario- elevó la deuda pública de ese país hasta el actual 266% del PIB (septiembre de 2022). ¡De lejos es la nación más hipotecada del planeta! En oposición a lo que pontifican los monetaristas de uña en el rabo, tanto de derecha como de izquierda, acerca de la emisión de dinero como "instigadora" de la inflación, en Japón se hace añicos la tesis "estrella" de los promotores de la economía neoclásica. En los mandatos de los distintos gobernadores del BOJ, desde 1994 hasta hoy, ha habido flujos masivos de solvencia hacia los mercados para resucitar al cadáver ambulante más notorio de las naciones industrializadas: bajo las directrices de Yasuo Matsushita (17/12/1994-20/03/1998), la base monetaria saltó 20,09%; con Masaru Hayami (20/03/1998-20/03/2003) escaló 38,83%; con Toshihiko Fukui (20/03/2003-18/03/2008) brincó 7,97%; con Masaaki Shirakawa (09/04/2008-20/03/2013) subió 9,26%; y con Haruhiko Kuroda (20/03/2013 hasta el presente) ha volado 25,12% (***). No obstante -y a pesar de estos guarismos- lo que ha habido en Japón es deflación. ¡Sí, deflación! ¡Así como lo leen! C'est-á-dire, el retroceso en las valías de bienes y servicios. ¿Cómo la ven? Verbigracia, en 1995 y 1999 hubo tasas de -0,13% y -0,34% respectivamente. En 1998, a pesar de que el índice fue positivo (0,66%), la variación con respecto al año anterior había sido negativa (-1,09%). Entre 1999 y 2005, tramo en el que la base monetaria ascendió en más de 40%, la deflación fue obvia y a las pruebas nos remitimos: 1999 (-0,34%); 2000 (-0,68%); 2001 (-0,74%); 2002 (-0,92%); 2003 (-0,26%); 2004 (-0,01%); y 2005 (-0,28%). Ni hablar de 2009 (-1,35%); 2010 (-0,73%); 2011 (-0,27%) y 2012 (-0,04%).

En tiempos recientes, la deflación continúa siendo un dolor de cabeza para las autoridades del BOJ, ya que ha persistido en 2020 (-0,03%) y 2021 (-0,23%). Es cierto que la inflación en la economía japonesa ha sido exigua en los últimos 40 años, si la contrastamos con la de nuestros terruños latinoamericanos, mas estas cifras de deflación -en el marco de una potente Flexibilización Cuantitativa- son reveladoras y no pueden pasar por debajo de la mesa, así los monetaristas se hagan los locos con ellas. Es verdad, los nipones son muy ahorradores y bastante implacables con los comerciantes que dilaten los precios (así sean un par de yenes). Por ejemplo, este año hubo un escándalo puesto que la popular golosina "Umaibo" aumentó su valor -sin incluir impuestos- de 10 a 12 yenes (10 centavos de dólar). Sí, hubo una algarabía total por esos dos yenes debido a que el afamado "snack" había tenido el mismo importe desde su lanzamiento hace 43 años. ¿Qué tal? Sin embargo, esto podría explicar que los precios en Japón sean estables a través del tiempo, pero no que desciendan. En el caso de "Umaibo", su valía no se dispara por la emisión de dinero del BOJ -como esgrimirían los monetaristas fanfarrones- sino porque el maíz que es materia prima de la chuchería se importa desde EEUU y es ahora más costoso (****). Touché!

Si la Flexibilización Cuantitativa no causó inflación, menos pudo debilitar lo suficiente al yen: el 10/04/1995 se cotizaba en 83,35 unidades por billete verde, lo que significaba una revaluación de 74,5 yenes (47,19%) en relación con los mínimos de 157,85 unidades (16/04/1990). El instante más deprimido de la década fue de 144,94 yenes (17/08/1998) y al año siguiente volvía a 102,19 unidades (22/11/1999). Tras la crisis de 2008 por la quiebra de Lehman Brothers y el desplome del "greenback", la divisa nipona tuvo máximos de 75,72 yenes (24/10/2011). En ídem dirección, el PIB japonés ha tenido un desempeño harto mediocre en el entorno de la emisión de dinero: en 1995 fue de 1,9% y en 1998 se contrajo -2,0%, al igual que en 1999 (-0,2%). La tasa más alta del PIB nipón por esos años -y ya con la Flexibilización Cuantitativa en marcha- se registró en 2000 (2,3%). El trecho siguiente no fue nada halagador y tomamos tres ejemplos: 2001 (0,4%); 2008 (-1,00%) y 2009 (-5,5%). Desde luego, 2008 y 2009 fueron los años de la crisis financiera global, no obstante, si en Japón ya había una masiva emisión de dinero desde 1994, ¿por qué no tuvo ésta efecto alguno en este indicador? Es que tampoco lo tuvo en los coletazos de la crisis asiática de 1997. En contraste, Japón crecía al 4,5% en 1984, al 6,3% en 1985 y al 7,1% en 1988. En los 1950 y 1960 lo hacía a un promedio anual de 10%. No por nada se denomina al período entre 1991 y 2001 como la "década perdida", aunque varios expertos están muy de acuerdo en extender ese calificativo -en plural- a los últimos 30 años.

EL BOJ, LA NACIONALIZACIÓN DEL MERCADO BURSÁTIL Y LA INTERVENCIÓN PARA SALVAR AL YEN

La Flexibilización Cuantitativa que se ha implementado en Japón desde hace tres décadas, ha logrado un hito sin precedentes en la historia del capitalismo contemporáneo: la nacionalización de facto del mercado de acciones de la nación asiática. El BOJ se convirtió, en 2020, en el mayor tenedor de activos de la bolsa tokiota al acumular 430 mil millones de dólares en títulos de renta variable. La emisión de liquidez ha sido tan abismal que el máximo ente financiero del país es el que controla lo que, en teoría, debería ser el "reino de la libertad económica" en el "saludable" ecosistema de la oferta y la demanda. Como ya explicamos, uno de los retos de BOJ -desde mediados de los 1990- ha sido revertir la deflación crónica; no olvidemos que ésta reduce la recaudación fiscal, disminuye los salarios y ralentiza las fuerzas productivas. Por lo tanto, las empresas hacen más precarias las condiciones laborales o ejecutan recortes drásticos en sus plantillas. Ahora bien, ¿por qué el BOJ adquiere acciones en la bolsa de Tokio? ¡Porque no hay mercado! La economía ha alcanzado tal punto de aniquilamiento -a causa de décadas de estímulos- que si el banco central no interviniese con sus inyecciones de liquidez, el Nikkei colapsaría. Lo mismo acontece en el ámbito de los bonos gubernamentales japoneses: el BOJ ostenta el 50% de todos los bonos públicos emitidos y ha dejado ese nicho, como el de la bolsa, en modo de "respiración artificial". Tanto es así, que a veces pasan días sin que un solo bono japonés cambie de manos. Por supuesto, para concretar semejante operación de estatización de la renta fija y variable, es necesario disponer de tipos muy deprimidos: primero, así se evitan pagos de intereses demasiado altos por la deuda soberana negociada por más deuda y, segundo, se usa dinero muy barato para comprar acciones. En este sentido, el BOJ se ha servido de tasas muy bajas para cumplir con su cometido: desde 2016, la tasa de interés ha estado en -0,10% para los depósitos de bancos comerciales en el BOJ, o sea, en cotas negativas, y el rendimiento del bono a 10 años se ubica en apenas 0,25%. Para tener una idea, a principios del decenio de 1990 este instrumento tenía 8% de interés, por ende, se ha precipitado más de siete puntos en 30 años. Entre 1972 y 2022, los tipos del BOJ han promediado el 2,34%, con la excepción de diciembre de 1973 que treparon hasta el 9% por la crisis del petróleo. Es inequívoco que las tasas niponas no han estado muy encumbradas en el transcurso del tiempo, aunque es visible que la Flexibilización Cuantitativa las ha aplanado aún más.

Justo las tasas ultrabajas del BOJ son las que han provocado los recientes inconvenientes con el yen: su fluctuación con respecto al dólar yanqui se ha ido debilitando. En efecto, los 147,45 yenes por billete verde (29/10/2022) nos remontan al 19/02/1990, cuando dicha divisa orbitaba las 146,92 unidades. Y el yen se desploma debido -principalmente- a que los tipos de la Reserva Federal de EEUU se han catapultado hasta el rango entre 4,25 y 4,50%. Si evocamos que en Japón el interés de referencia está en -0.10% y su bono a 10 años ofrece un rendimiento de apenas 0,25%, es más que evidente que los inversionistas preferirán deshacerse de sus activos nipones y captar más dólares o bonos estadounidenses a 10 años (3,75% de interés) ante la expectativa de una mayor ganancia. Voilá! Desde luego, a estas alturas del partido muchos de ustedes se estarán interrogando: ¿y no era el objetivo del BOJ desde hace 30 años que el yen se depreciase con el fin de hacer más competitivas las exportaciones del país? ¡Es verdad! El problema es que esa devaluación arriba en un momento donde hay una aguda crisis energética en el orbe que encarece los hidrocarburos y Japón depende en demasía de los combustibles fósiles. Un yen vapuleado acrecienta los desembolsos por las importaciones de crudo y por tal motivo la inflación se ha anclado en el 3,6% durante el pasado mes de octubre. A contravía de la perorata monetarista, el despegue del costo de la vida en Japón, en 2022, ha sido por la escalada en los importes de la energía y de materias primas como el maíz que procesa Yaokin Corporation para su popular golosina "Umaibo", como antes lo reseñamos. La Flexibilización Cuantitativa que acumula 30 años no ha hecho que un "snack" cueste dos yenes adicionales (sin añadir impuestos), pero sí el pandemónium energético y las alteraciones en las cadenas globales de suministro por la pandemia del COVID-19. La intervención del BOJ, del pasado 22/09/2022, en el mercado de divisas para estabilizar al yen y detener su debacle frente al "greenback", ha sido la primera desde 1998 y es una señal de alerta. En dicha jornada, la moneda nipona se hundió hasta las 146 unidades por dólar, sin embargo, más tarde se estabilizó en 142,65 gracias al "empeño" del ente emisor. Desde entonces, el yen ha venido en declinación sostenida, a pesar de la quema de divisas del BOJ para contenerlo, y en unos meses podría conquistar la marca de los 200 o ir más allá. En tal escenario, la moneda de marras sería la primera del mundo industrializado en pulverizarse ante el billete verde (aunque este último también está cerca de desmoronarse). ¡Eso sería la catástrofe para esta nación! Tampoco levitar los tipos es una opción para los asiáticos, ya que esto desbocaría el pago por intereses de la estratosférica deuda pública y desmontaría en la práctica la Flexibilización Cuantitativa.

La Tierra del Sol Naciente es el vivo paradigma de que la emisión de dinero no provoca inflación ni mucho menos hiperinflación, puesto que todos los trillones de yenes destinados a alentar la economía tras la explosión de la burbuja inmobiliaria y de activos del tramo 1989-1991, no han propiciado alzas en el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de las últimas tres décadas y, por el contrario, han sido el catalizador de un devenir deflacionario que será pieza de estudio por muchas generaciones futuras. Esta inyección de liquidez tampoco ha arrojado guarismos del PIB relevantes si los contrastamos con los de épocas pretéritas. Lo único que sí se ha abultado -a ritmo de tortuga reumática- ha sido el Nikkei, al que le ha tomado más de 30 años reconquistar la cota de los 30 mil puntos (2021) y no es algo para lanzar cohetes: la Flexibilización Cuantitativa ha allanado el sendero para la nacionalización de la bolsa y del mercado de bonos gubernamentales, lo que convierte a Japón en un mal chiste del "libre mercado" del que se vanaglorian los neoclásicos de la Escuela de Chicago. La "deslocalización industrial" o migración de empresas niponas a recovecos donde la mano de obra sea más barata, es otro de los factores que ha acentuado la crisis en dicha nación y que no ha podido ser frenado por la expansión monetaria. Lo que atisbamos acá es un capitalismo que fue importante para el desarrollo de las fuerzas productivas, mas que se extravió en la perversión de la especulación y la ganancia fácil al perseguir más de su razón de ser: el capital. Se trocó la economía productiva por la economía de casino. La búsqueda incesante de plusvalía a cualquier precio es el inicio y la destrucción del sistema. El experimento del BOJ también se ha desplegado en EEUU y Europa desde 2008, coordenadas donde la inoculación de dólares o euros -por años- no generó inflación y al día de hoy los abombados dígitos del IPC se desprenden de los onerosos costos de los hidrocarburos y otras materias primas. Queda patente, una vez más, que la solución no es dirigir la guita a bancos o empresas inviables, sino "rescatar" a los ciudadanos de los embates de las crisis cíclicas capitalistas. En conclusión, la emisión de dinero no es el motor de la inflación en el IPC y Japón es un estridente arquetipo de ello. ¡La desgastada fábula de los monetaristas ha vuelto a morder el polvo!

ADÁN GONZÁLEZ LIENDO

@rpkampuchea

P.D. Los estragos de la deflación en Japón no han logrado ser revertidos por la Flexibilización Cuantitativa: entre 1997 y 2013, los salarios reales retrocedieron 13%. El nivel de ingresos de las familias en 2010 era similar al de 1987 y el desempleo aumentó de 2,90% (1994) a 5,39% (2002), verbigracia. Estos "espigados" números también se repitieron en 2008 (4,00%), 2009 (5,07%), 2010 (5,10%) y 2011 (4,55%). En 2020 y 2021, el desempleo se ha ubicado en 2,80% y está casi un punto por encima del 2,1% de 1981, año en el que Japón crecía al 4,2% y se posicionaba como la primera economía del orbe por las dimensiones de su PIB. Reiteramos: para los parámetros nipones son guarismos de desocupación muy en alza. Para 2018, 3,5 millones de niños vivían en hogares depauperados y desde 1991 la pobreza se ha convertido en un problema sistemático que afecta al 16,3% de la población (2017). Las tasas de interés para depósitos en los bancos son negativas: -0,20%. Con ello se ha buscado estimular el crédito y el consumo, pero esto tampoco ha logrado abatir la prolongada deflación en años recientes. Dichos descuentos sólo se aplican a clientes corporativos y fondos de pensiones, desde 2016. Los sabihondos monetaristas aducen que la emisión de dinero en Japón no ha causado inflación porque su economía ya estaba en deflación cuando entró en escena la Flexibilización Cuantitativa. ¡Mentira! La expansión monetaria nipona comenzó en 1994, no en 2001, y para ese año (1994) la inflación fue de 0,70%. Es en 1995 que se registra el primer dato deflacionista en la historia del país con -0,13%. O sea, la emisión de dinero no incidió en abultar el IPC sino todo lo contrario. En EEUU, la Flexibilización Cuantitativa tampoco provocó inflación porque ésta ha estado en el orden del 2,35% -por año- entre 2008 y 2022. En años previos a 2008, este indicador no ha sido muy diferente: 2000 (3,4%), 2003 (2,3%) y 2005 (3,4%). En Europa, con expansión monetaria desde 2015, tampoco hubo subidas del IPC: ese mismo año (2015) se registró una deflación de -0,06%. En 2016 y 2017 hubo cifras de 0,18% y 1,43% respectivamente. De hecho, sin Flexibilización Cuantitativa había más inflación: 1995 (4,43%), 2000 (3,15%) y 2005 (2,49%).

(*) https://www.macrotrends.net/2550/dollar-yen-exchange-rate-historical-chart

(**) https://www.macrotrends.net/countries/JPN/japan/inflation-rate-cpi

(***) https://take-profit.org/en/statistics/money-supply-m1/japan/

(****) Otro elemento de peso en la inflación de Japón son los precios del petróleo, ya que esta nación depende de los combustibles fósiles en un 87% para satisfacer su demanda energética. Por ejemplo, las tasas de inflación de 1973 (11,61%), 1974 (23,22%) y 1975 (11,73%) se dieron durante el Embargo Petrolero (1973) y tras la primera crisis del crudo. En 1980 (7,76%) ocurrió lo mismo con el estallido de la Revolución Islámica en Irán en 1979 y un novel incremento en los importes del oro negro. El colapso en la estimación del barril entre diciembre de 1985 y marzo de 1986 -de $71,72 a $28,54- se notó en el IPC nipón que pasó de 2,03% (1985) a 0,60% (1986). Igualmente hemos identificado episodios de depreciación del yen en picos de los precios del petróleo en los siguientes años: 1973, 1976, 1980, 1982, 1985, 1987, 1990, 1996, 1999, 2008, 2014, 2018 y 2022. La divisa nipona ha perdido preponderancia frente al rectángulo glauco cuando se ha elevado la cotización de los hidrocarburos o cuando ha existido una estrategia concertada del BOJ con otros bancos centrales como en el contexto de los Acuerdos del Louvre, en 1987. Del resto, el BOJ no ha podido hacer mucho al respecto y ni la emisión masiva de liquidez ha demostrado ser un remedio efectivo para devaluar el yen. La Flexibilización Cuantitativa incrementa la cantidad de dinero en el sistema a través de la adquisición de bonos y acciones, por parte del máximo organismo financiero correspondiente, con el propósito de que empresas, bancos e instituciones dispongan de la solvencia suficiente para impulsar la economía.



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Adán González Liendo

Traductor, corrector de estilo y locutor

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