México. Celebración nacional como protesta

Quisiera comenzar con una anécdota baladí desde la superficie, no obstante, con un sentido más profundo en sus entrañas. El día 8 del presente mes, me dispuse a buscar una bandera mexicana hecha con una serie de luces de colores para colocarla en un barandal de mi casa. La tenía por ahí, mas no la encontraba por ningún lado, razón por la cual, pedí ayuda hasta encontrarla... Una vez en mis manos y vislumbrando cómo iba a acomodarla, alguien me preguntó, “¿hacia dónde quieres que mire la bandera, hacia ti o hacia los demás?” Le dije, “hacia los demás”. El interlocutor, replicó como si fuese una insensatez, “pero, ¿por qué no prefieres ponerla mirando hacia ti?” Entonces, respondí, “porque para mí es más significativo que los demás vean que en esta casa sí se celebra el 15 de septiembre (Día de la Independencia de México)”... Se trata, así, de una acción que no trivializa el alcance del símbolo ni de los códigos de fondo, dándole su lugar al nivel del hogar y mostrando con ello una parte de la consciencia de nación. Con todo, no logré explicar con precisión qué subyace al “simple acto” de decorar tu espacio para otros: mostrar que lo celebras es una forma contundente de protestar contra cualquier debilitamiento de la historia que integra lo que somos. Es, pues, enviar un mensaje. De suerte, es poner un ejemplo.

Parece intrascendente en la fachada, sin embargo, no lo es: piénselo con detenimiento sobre la premisa de “la causa y el efecto”. Pensé, “¿cuántas casas están decoradas en el vecindario al día de hoy?” “Por mi zona ninguna”, me respondí. Esta es una señal que puede interpretarse de múltiples maneras: desde el descuido, la escasez de recursos (aunque existen modos económicos y creativos de hacerlo si se tiene voluntad), la ausencia de interés, el desconocimiento de su relevancia y hasta el sinsentido que podría suponer, para algunos, las fiestas patrias, como si las gestas referidas fuesen una obviedad y no hubiesen hecho nada por ellos. No se trata, entonces, de cursilerías.

En “El grito” (publicado el 15 de septiembre de 2022), se arguyó a propósito de la importancia del fortalecimiento de las identidades por medio de la conmemoración sincera de los hechos históricos que nos significan. Se trata de un acto de consciencia respecto a lo que estos hechos implican en la vida de las naciones, así como en la fortaleza, dignidad e identidad de las personas que las constituyen. Su dimensión se incrementa en virtud de que el obscurantismo está absorbiendo a una gran cantidad de países alrededor del mundo, en donde la oligarquía mundial busca generar “uniculturas” que no sepan quiénes son ni de dónde vienen, haciendo que se pierda la autonomía y la independencia de la mente y de la acción, creando identidades amorfas que se identifican más con una imposición externa que con el interior, el cual, muchas veces, ni siquiera conocen. Esto es lo que genera sociedades endebles, susceptibles y vulnerables.

Esto ha permitido que los grupos humanos, sobre todo los occidentales, se parezcan cada vez más entre ellos, y, por ende, sean fáciles presas de la manipulación, dominación y domesticación extranjera a menoscabo de su propia cultura, sus raíces y en pro del olvido de sus propios valores, haciendo que todas estas, a pesar de las particularidades que forjaron sus cimientos, comiencen a parecerse entre ellas a partir de una configuración “tipo molde”. Esto es perverso porque ha sido construido artificialmente. En “El grito”, la propuesta para luchar en contra de esto ha sido oponer resistencia a la estrategia imperialista de crear una sola imagen para todos los pueblos del orbe. Esto es, que razonen y actúen igual, que valoren lo mismo, que crean que todo lo bueno es de un solo color o está de un solo lado, que se vean iguales, que consuman las mismas cosas, etc. Una tendencia que, fuera de occidente y por el contrario, ha encontrado resistencias férreas dignas de encomio por su lucha en pro de la autodeterminación (Corea del Norte, Rusia, China, EAU, Palestina e Irán). Todo el planeta Tierra es inmanentemente plural: obligarnos a la “unicultultura”, siendo una planeación malvada para la destrucción de lo que nos hace ser nosotros, se combate entendiendo, rescatando y fortaleciendo lo que es de uno. Es decir, poniendo en práctica y mejorando lo que es nuestro:

“Póngase como ejemplo el 15 de septiembre, una fecha determinante para México porque conmemora el inicio de la gesta que culminaría con su independencia de la corona española. […] Mi propuesta es [...] sencilla: llevar el grito y la celebración a cada uno de los hogares [...][del país] ejecutándolo usted mismo o algún miembro de su familia, conocido o amigo, [...] con la convicción [...] del impacto y valor que esto genera en […] [la psique] común e individual: que lo dirijan los abuelos, la madre o el padre de familia, los hijos adultos, adolescentes o niños sin importar el género, la identidad sexual, la edad o la “posición social” […] [Quien sea, pero]hágalo suyo y el resto gritemos, “¡viva México!” [...]. Después, celebre […] [a la usanza de] las fiestas patrias. Genere pláticas reflexivas sobre la Independencia, sobre sus luces y sombras, los logros, las faltas [y los pendientes] [...][Piense que,] el hecho de no depender de que un superior lo haga [...] dota de poder a los individuos, mostrando que cada uno es capaz de rugir en pro del honor y los valores que otorgan libertad y autonomía, toda vez que lleva el poder al lugar que le corresponde, a la casa de la gente que construye una nación, una potestad que solo los pueblos conscientes de sí mismos pueden desarrollar.” (El grito: 15, Sep, 2022)

México es sólo un ejemplo. La propuesta es para todas las sociedades que cada día se parecen más entre sí, resultando más complejo definir quiénes eran y quiénes son. En la medida en que los ciudadanos se apropien de sus festividades con auto consciencia y tomen el control de su identidad, no permitirán que su nombre sea definido por las fuerzas foráneas: entre más conozcan de dónde vienen y qué los constituye, sólo ellos podrán definirse y defenderse. Al apropiarse la gente de lo que le es suyo, es decir, de su historia, sus proezas y sus errores, se hace responsable de su pasado, trabaja consciente en su presente y sabe cómo construir el futuro. No obstante, pregúntese, ¿por qué cada día las poblaciones occidentales se parecen más en pensamiento, obra y estructura? No se mal interprete lo anterior como la negación a la fraternidad e intercambio entre las humanidades, sino que las relaciones auténticamente saludables y equilibradas para un verdadero orden mundial, sólo son aquellas que respetan las diferencias, y no las que, para “llevarse bien”, tienen que transformarse y ser lo que la otra desea.



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Mónica Magaña Jattar

Filósofa de la ciencia por la UNAM. Investigadora y escritora mexicana. Escribe para el periódico La Jornada Veracruz y para la plataforma digital PolíticaConCiencia. Sus RRSS son: Telegram: t.me/MomajaEscritora , Facebook: https://www.facebook.com/momaja.escritora

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