Trump se dispone a iniciar su segundo mandato al frente de la primera potencia y Milei cumplió un año como presidente de un país periférico. Se ubican en las antípodas de la estructura económica y geopolítica mundial, pero forman parte de la misma oleada ultraderechista que captura gobiernos en todo el planeta. Observar qué tienen en común y qué los diferencia, contribuye a caracterizar al principal enemigo del momento y a definir cómo enfrenarlo.
PENETRACIÓN DEL DISCURSO DERECHISTA
Tanto en Estados Unidos como Argentina, el avance de corrientes reaccionarias se consumó en contextos críticos, pero no catastróficos. Su éxito no derivó de la existencia de situaciones límites, coyunturas inmanejables o escenarios desbordados.
Trump consiguió un resultado electoral significativo en todos los sectores sociales y amplió la base de apoyo de su primer mandato, pero con baja participación de votantes. El malestar con la inflación y el pesado endeudamiento de las familias fue determinante de su éxito, en un marco de magro crecimiento habitual y empleo de baja calidad. Logró convertir nuevamente a los inmigrantes en el gran chivo expiatorio, en un contexto de menor aluvión de indocumentados.
El magnate no consiguió el trofeo de la presidencia cabalgando sobre algún problema candente o cómo gran salvador ante una crisis superior a la usual. Volvió a imponerse por la previa penetración del discurso derechista en una gran porción de la sociedad norteamericana. Esa incidencia le permitió potenciar los prejuicios ya instalados y repetir la demagogia proteccionista, que promete recomponer los ingresos populares incrementando los aranceles. Culpó a los inmigrantes por el deterioro de los salarios, blanqueando a los capitalistas y ocultó que los trabajadores de otras nacionalidades contribuyen al crecimiento y generan importantes ingresos fiscales.
El patrón discursivo de Trump es el mismo que utilizan otros líderes de la ultraderecha para desparramar vacuas promesas. Milei obtuvo una sorpresiva victoria con la misma fórmula. Su latiguillo económico no fue el proteccionismo sino la dolarización, que enalteció como un remedio mágico para la inflación.
El anarcocapitalista argentino aprovechó el descontento con la economía, en una situación de crisis acotada y distante de las catástrofes de 1989 o 2001. Al igual que su referente norteamericano se montó en la aceptación del discurso derechista y por eso pudo culpabilizar a una indefinible casta política de todas las desgracias del país. Captó el voto transversal de múltiples sectores y la simpatía de los jóvenes pauperizados.
Al cabo de un año de gobierno ha provocado un tremendo deterioro del nivel de vida popular. Destruyó medio millón de puestos de trabajo, expandió la pobreza y degradó a la clase media con impagables aumentos de tarifazos y cuotas de la medicina prepaga. Incrementó además la precarización laboral, con crecientes despidos en la administración pública y dinamitó el acervo cultural, con un recorte del presupuesto que asfixia a la universidad pública y recrea la fuga de cerebros.
Para justificar semejante devastación Milei utiliza argumentos disparatados, cifras inventadas y razonamientos contrafácticos. Afirma que los salarios crecen, las jubilaciones se recuperan y el crecimiento se afianza, luego de controlar una fantasmagórica inflación del 17.000%. Sólo la penetración lograda por la ideología derechista en importantes capas de la población explica su auditorio para semejantes desvaríos, al cabo del duro sufrimiento que ha generado en el grueso de la sociedad.
FRUSTRACIONES Y DESENGAÑOS
La principal razón del avance ultraderechista es la generalizada decepción con las experiencias previas. En Estados Unidos, Trump canalizó el malestar con el neoliberalismo progresista, que aprobó todas las modas del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos LGBTQ, convalidando al mismo tiempo los modelos económicos regresivos de privatizaciones y desigualdad. El discurso cosmopolita de respeto a las minorías coexistió con el apuntalamiento de una brecha social, que empobreció a las mayorías y enriqueció a los dueños del poder (Fraser, 2019). La demagogia del magnate logró enorme receptividad entre los trabajadores afectados (o indignados) con esa duplicidad.
Ese antecedente coincidió con la impotencia de la rival Demócrata de Trump. Harris adoptó la agenda de su adversario, se mimetizó con su competidor y desplegó una campaña republicana light, avalando el clima de antiinmigración, eludiendo la batalla por el aborto y desechando las demandas del movimiento afroamericano. Su total convalidación del genocidio en Gaza potenció el desengaño de los sectores progresistas que optaron por faltar a las urnas (Selfa; Smith, 2024).
Kamala tan solo repitió convocatorias vacías a ¨defender la democracia¨ que no suscitaron ningún eco, porque fueron correctamente interpretadas como mensajes hipócritas. Trabajó para Wall Street y abandonó a la clase obrera, con discursos formateados para los sectores acomodados. Frente a semejante amoldamiento al status quo, Trump pudo perfeccionar con facilidad su imagen de rebelde.
El caso argentino ofrece un ejemplo más contundente de la decepción con el progresismo. La presidencia de Milei se explica por el monumental fracaso de Alberto Fernández, que encabezó la gestión más fallida de la historia del peronismo. No solo convalidó todas las exigencias económicas de los poderosos, sino que renunció a librar alguna batalla política contra el desconocido charlatán derechista, que despuntaba con una pequeña formación. Milei pavimentó su camino a la presidencia en la resignación de sus contrincantes.
La gran audiencia de su campaña anti estatista se nutrió de esa impotencia. Fernández demolió la imagen positiva de la actividad pública, abandonó a los trabajadores informales, se sometió al agronegocio y capituló ante el FMI.
Desde el sillón de la presidencia, Milei acumula mayores réditos con esa impotencia del justicialismo. Impone su programa reaccionario con el sostén de una pequeña minoría de legisladores, frente a la pasividad del grueso del peronismo y la complicidad de sus sectores más conservadores. No solo absorbió a la derecha amigable, sino que neutralizó también al segmento que proclama su rechazo al rumbo actual.
Esa inacción le permite mantener el inconsistente relato que justifica sus atropellos. Atribuye todos los ajustes a una carga heredada, ocultado que su política económica impuso un sufrimiento autoinfligido al grueso de la población.
La pasividad del progresismo frente a la audacia provocadora de la ultraderecha no es una exclusividad argentina. Fue anticipada en Brasil con la quietud de Dilma frente al despunte de Bolsonaro. La misma dinámica se repitió en Perú durante la frustrada experiencia de Castillo, que incumplió sus promesas en una gestión caótica.
Estos antecedentes constituyen una seria advertencia para Chile. Boric ha convalidado el tiránico manejo del poder militar y el control de la economía por parte de una pequeña elite de millonarios. La decepción que ya generó su gobierno prende una luz roja sobre los procesos que conservan la confianza popular.
La prioridad de la paz y las tibias reformas que propicia Petro en Colombia no impedirán el retorno de la derecha, si no cumple con la expectativa de cambios que lo llevaron al gobierno. Tampoco el acotado desahogo económico que introdujo Lula en Brasil, alcanzará para contender el visible resurgimiento del bolsonarismo. El extraordinario sostén electoral que logró Scheiman en México se pondrá rápidamente a prueba, si Trump confirma la virulenta andanada que anunció contra su vecino.
REVERTIR CONQUISTAS DEMOCRÁTICAS
Trump y Milei convergen en su reacción contra las conquistas democráticas obtenidas en las últimas décadas. Encarnan la típica respuesta conservadora contra los derechos logrados por distintos movimientos y repiten lo ocurrido en situaciones semejantes del pasado. Con esa operación reaccionaria diabolizan los denominados "temas woke", un término peyorativo que utilizan para estigmatizar cualquier logro progresista (Vergara; Davis, 2024).
El feminismo es frontalmente atacado para revertir los avances obtenidos por el movimiento de mujeres. Las versiones más exóticas de esa campaña presentan al hombre como un damnificado por la ¨ideología de género¨. Utilizan ese descalificativo para burlarse del respeto hacia la mujer, que fue conquistado en muchos países al cabo de una intensa lucha. También batallan contra el derecho al aborto, reflotando los viejos y desgastados argumentos confesionales.
El contraataque derechista contra la diversidad sexual es más furibundo. Incluye una homofobia brutal, que combina lugares comunes con invocaciones bíblicas, para aterrorizar a las familias con fantasmagóricos peligros (¨los niños retornarán de la escuela con el género invertido¨).
La ultraderecha embiste con la misma brutalidad contra las minorías tradicionalmente hostilizadas en cada país. En Estados Unidos recrea el viejo patrón racista e intenta desbaratar el movimiento de Black Lives Matters, que forjaron los afroamericanos para detener la violencia policial.
Trump combina esa arremetida con el nacionalismo chauvinista. Convoca a ¨engrandecer nuevamente a Estados Unidos¨, reflotando la imaginaria esencia blanca, patriarcal y protestante de esa nación. Sus pares de Europa utilizan la misma fórmula para denigrar a los inmigrantes de África y del mundo árabe, enalteciendo la identidad cristiano-occidental del Viejo Continente.
Con esas campañas, la ultraderecha actualiza la antigua receta de dividir a los pueblos en antagonismos artificiales para consolidar su dominación. Potencia las diferencias étnicas y acentúa las tensiones religiosas, para transformar el miedo en odio de los propios desposeídos contra sus hermanos de clase.
Los prejuicios racistas contra los pueblos vecinos (paraguayos, bolivianos), forman parte también del recetario ultraderechista en Argentina. Pero Milei ha centrado su embestida antidemocrática en otros dos objetivos. El primero es revertir la gran conquista que condujo a los genocidas de la dictadura a la prisión. Motorizó una campaña por la desmemoria que enaltece a Videla y cuestiona el emblema de los 30 mil desaparecidos, para forzar el indulto de los militares que cumplen condenas. El grupo que propaga sus ideas (Laje, Márquez) se forjó en una cruzada contra ese extraordinario logro democrático (Saferstein, 2024).
El segundo propósito de Milei es modificar las relaciones sociales de fuerzas imperantes en el país para destruir los sindicatos, arrasar las cooperativas y quebrantar las organizaciones democráticas (Katz, 2024: 305-322). Cuenta con el sostén de las clases dominantes, que toleran todos sus exabruptos y aceptan su caótica gestión del Estado en manos de impresentables personajes. Los medios de comunicación y los jueces le perdonan todos los bochornos imaginables, porque esperan lograr con el gobierno actual su anhelada meta de pulverizar las organizaciones populares.
REMODELACIÒN BELIGERANTE
Tanto Trump como Milei llegaron al gobierno como un resultado de la propia transformación interna que procesó la ultraderecha. Esa vertiente sustituyó su viejo perfil elitista, conformista y conservador por una actitud disruptiva, con disfraces rebeldes y poses contestarias. Ha copiado las posturas de la izquierda con propósitos contrapuestos (Urbán, 2024). Utiliza el maquillaje desobediente para apuntalar la explotación capitalista, incentivar la persecución de las minorías e imponer la desmovilización de los trabajadores.
Con esa cosmética rupturista de gestos contraculturales amplió su gravitación en las clases medias y consiguió una novedosa incidencia entre los asalariados y los empobrecidos. Aprovechó la crisis de la credibilidad de la comunicación tradicional, para extender su influencia en las redes con el sostén de connotados multimillonarios. En un marco de gran disconformidad con el periodismo convencional impuso el uso desfachatado del universo digital. Perfeccionó esa manipulación, con las mentiras que instalan sus trols para fijar la agenda política cotidiana.
El cambio de clima en ese ámbito está a la vista en la sustitución de personajes renombrados. La filantropía neoliberal de Bill Gates -que se auto erigió como consejero para resolver todos los problemas de la humanidad- ha perdido peso. Ahora prevalece la brutalidad de Elon Musk, que no disimula su narcisismo y desprecio por cualquier causa noble. Transformó a twitter en una cloaca de discursos de odio, ataques antifeministas e insultos racistas. Se dispone a reforzar ahora su negocio de privatización del espacio cósmico, desde el alto cargo público que le asignó Trump.
Milei no solo comparte esos hábitos de la nueva derecha, sino que está empeñado en conceptualizarlos, para convertirlos en los temas dominantes de la política internacional. Por eso invierte tantas energías en la batalla cultural contra el progresismo. Estima que el neoliberalismo ya derrotó a esa vertiente en el plano económico al universalizar los principios de competencia, mercado y beneficio. Pero no consiguió ese mismo éxito en el campo del pensamiento, los valores y las actitudes. Para lograr esa segunda victoria encara una ¨lucha por la hegemonía¨, utilizado términos del vilipendiado marxista Gramsci.
Pero esa disputa de ideas es poco afín a la ultraderecha, que se maneja con más naturalidad en la pugna por el poder con el uso de la fuerza. Aunque mencione sin entender la noción gramsciana de la hegemonía, su comportamiento sigue guiado por los principios schmittianos de autoridad, decisión y definición de un enemigo a enfrentar. Con ese bagaje, aprovecha la impotencia de sus opositores y la pasividad de sus adversarios, para imponer sus códigos en cada confrontación (Sztulwark, 2024).
Trump ha utilizado los mismos criterios para construir poder con fanfarronería y prepotencia. Proclamó con total desparpajo su intención de impugnar cualquier resultado electoral que no fuera su propio triunfo y preparó un ejército de seguidores para esa sublevación. Con esa actitud se presenta como el líder celestialmente destinado a resucitar el liderazgo mundial de Estados Unidos.
Ese mismo estilo bravucón, utiliza la ultraderecha en otros países para neutralizar la gravitación de sus viejos socios del conservadurismo tradicional. Define la agenda y permea todo el debate, fijando las prioridades del sistema político. Ese avance coincide con la renovada incidencia de teóricos del liberalismo extremo (Hayek), en desmedro de sus colegas convencionales (Aron). También empalma con el agotamiento del consenso neoliberal, que en las últimas décadas aseguraba la alternancia de las fuerzas tradicionales en la gestión del mismo orden capitalista (Merino, 2023).
Trump sostiene ese giro reaccionario en la tradición forjada por la ¨revolución conservadora¨ que inauguró Reagan y consolidó el Tea Party. Ha recreado la vasta red de millonarios, medios de comunicación e iglesias que coparon el Partido Republicano y aportan personal y base militante a su próximo gobierno.
Milei no cuenta con el partido, las congregaciones y el entretejido financiero de su padrino yanqui. Llegó al gobierno en forma improvisada, sin la tropa adicta que forjó su jefe de la Casa Blanca. Por eso invirtió gran parte de su primer año de mandato en crear ese sustento. Gobierna radicalizando acciones y subiendo la apuesta para gestar un movimiento identificado con su figura.
Los resultados de ese operativo son hasta ahora exiguos. Está embanderado con una versión anarcocapitalista ajena a la tradición liberal criolla y profesa un credo distante del viejo nacionalismo reaccionario. Sus gurúes han intentado la fusión de su minoritario dogma ultraliberal austríaco con el catolicismo conservador de sus allegados (Johannes, 2022). Pero ese coctel de libertarianos y tradicionalistas no suscita hasta ahora gran acompañamiento. En los hechos salió airoso de su primer año más por el auxilio de la oposición, que por la consolidación de una fuerza propia.
UNA MATRIZ NEOLIBERAL RADICALIZADA
Un importante cimiento de Trump y Milei es la regresión ideológica generada por cuatro décadas de neoliberalismo. En ese período fueron introducidos todos los mitos que actualmente exacerba la ultraderecha. La inserción de esas falacias les permite a los líderes reaccionarios capitalizar el descontento suscitado por el modelo que los precedió. Son al mismo tiempo un producto de ese esquema y una reacción frente a sus consecuencias.
Durante la prolongada etapa de preeminencia neoliberal -que inauguró el thatcherismo y consolidó la implosión de la Unión Soviética- la ideología de la competencia, el mercado y el individualismo penetró en vastos sectores de la población. Ese impacto desbordó su tradicional gravitación entre las elites y su conocida incidencia en los sectores medios, para capturar significativas franjas populares. Esa influencia creó las condiciones para qué irrumpieran en la última década, las creencias ultraderechistas que radicalizan la matriz neoliberal.
Ese viraje hacia formas extremas del mismo cimiento explica la erosión de la solidaridad entre los propios trabajadores. El neoliberalismo generalizó la presunción individualista que el asalariado es culpable de sus penurias. Postula que esa responsabilidad deriva de su ineficiencia cuando está empleado y de su reducida capacitación cuando está desocupado.
Ese mito ha sido desmentido por la desigualdad, los bajos ingresos y la precarización laboral, que expandieron los capitalistas para incrementar su rentabilidad bajo el neoliberalismo. Pero esa evidencia no redundó en un resurgimiento de la conciencia socialista, sino en un proceso inverso de captura ultraderechista del malestar popular.
Esas vertientes transformaron el principio neoliberal de responsabilidad del propio pueblo por sus desgracias, en un criterio beligerante de culpabilidad de los sectores más sumergidos. El yerro individual fue reemplazado por la denigración de los más oprimidos, pero sin alterar nunca la absolución de los capitalistas. La campaña contra los inmigrantes, los pobres y los informales se asienta en décadas de creencias neoliberales, que eximen a los millonarios y acusan a los desamparados por las desventuras que afronta la sociedad.
Trump se monta en esa inversión de la realidad para denigrar a los inmigrantes y Milei recurre a la misma falacia para atacar a los piqueteros precarizados. En los dos países aprovechan la internalización de la fabulas competitivas del neoliberalismo, para contraponer a los pobres con los más pobres.
Esa misma radicalización de la matriz ideológica neoliberal se verifica en otros planos. La exaltación de la desregulación, el elogio a las privatizaciones y la adulación de mercado han derivado en apologías al capitalismo que enaltecen la desigualdad social. Los elogios a los emprendedores han desembocado, a su vez, en una glorificación mayor de los patrones.
El neoliberalismo utilizó durante décadas la alabanza al capitalista para denigrar el socialismo, proclamar ¨el fin de la historia¨ y decretar el entierro de cualquier proyecto de igualdad. Montada en ese cimiento, la ultraderecha despliega un anticomunismo delirante. Trump ubica a Biden en la proximidad de esa perdición y Milei denuncia irradiaciones del mismo mal en Petro, Lula y López Obrador.
Ciertamente el universo de redes gobernadas por la mentira ha contribuido a potenciar esos delirios. Desde la pandemia se instaló un espectro de visiones paranoicas y conspiraciones malignas, con fuertes condimentos de terraplanismo y antivacunación. Esos desvaríos prosperan por el campo fértil de creencias que introdujo el neoliberalismo y reformula la ultraderecha.
ADVERSIDADES SOCIALES Y POLITICAS
La ultraderecha canaliza el descontento con el neoliberalismo en todo el mundo por la debilidad de la izquierda. Todas las vertientes anticapitalistas continúan afectadas por la crisis de credibilidad en el proyecto comunista, que inauguró el derrumbe de la Unión Soviética. Ese golpe a la conciencia socialista no es un dato invariable, ni eterno, pero ha sido recreado por las desalentadoras experiencias del progresismo.
La oleada marrón también se asienta en la transformación social regresiva, que introdujo el neoliberalismo con la segmentación de la clase obrera, la expansión de la precarización laboral, el aumento del desempleo y la creciente informalidad del trabajo. Esa ruptura de la cohesión social del proletariado facilita la erosión de las tradiciones cooperativas y debilita la organización sindical. Ha creado un campo fértil para la impugnación derechista de la acción colectiva.
Pero el principal soporte de la derecha proviene de los resultados de la lucha de clases. Varias adversidades recrearon escenarios negativos de gran incidencia global. La trágica derrota de la Primavera Árabe -con dictaduras, destrucción de países y preeminencia de la brutalidad yihadista- tuvo ese impacto.
A otra escala ha sido también relevante el reflujo de movimientos que despertaron esperanzas en Europa, como los indignados de España, los militantes de Grecia y los chalecos amarillos de Francia. Dos sectores gravitantes como el feminismo y el ambientalismo afrontaron, además, serias obstrucciones.
En el éxito electoral del Trump influyó el retroceso acumulativo de las luchas populares. Ese repliegue no fue revertido por las movilizaciones más recientes de mujeres, afroamericanos, sindicatos y jóvenes por Palestina. El despunte que tuvo Bernie Sanders (y la corriente de los Demócratas por el Socialismo) se estancó, antes de alcanzar la incidencia requerida para disputar franjas significativas del electorado.
En Argentina, Milei llegó al gobierno montado en un reflujo de luchas sociales y afrontó inicialmente una gran resistencia popular, con dos paros generales y una extraordinaria marcha educativa. Pero logró posteriormente forzar el declive de la movilización, mediante la intimidación represiva, la presión del desempleo y el aumento de la pobreza.
El anarcocapitalista utiliza esos recursos para atacar a los sindicatos estatales y contener la lucha de los jubilados. Ha contado con la complicidad de la burocracia sindical y con el sostén del Congreso para aprobar las leyes del ajuste. Ese respaldo lo envalentó para multiplicar sus agresiones.
Pero esa andanada podría ser frenada, si la acción de los educadores recobra energías y deriva en un movimiento perdurable, como el protagonizado por el estudiantado chileno. La lucha educativa cuenta con gran acompañamiento social por el prestigio de la universidad pública, que tradicionalmente concentró la mayor expectativa de ascenso social. Esa institución continúa despertando esperanzas entre las familias empobrecidas, como un ámbito de gratuidad que permitiría revertir el desplome de sus ingresos.
Milei corona su primer año de gobierno con triunfalismo y en un clima de cierta estabilidad. La principal explicación de ese resultado se encuentra en el reflujo que impuso al movimiento popular. Como el propósito central de su mandato es doblegar a los trabajadores, ese indicador es el principal barómetro de su gestión.
Si en los próximos meses resurge la resistencia social, Milei podría afrontar la misma derrota en las calles que signó el destino de Macri en el 2018. Si, por el contrario, logra consolidar el repliegue de esa lucha (y consigue proyectar ese dato a un buen resultado electoral), podría situarse cerca del éxito contra las huelgas que logró Menem, para iniciar la convertibilidad.
OTRO ESCENARIO ECONÓMICO
Trump y Milei emergen en el mismo contexto de crisis de la globalización neoliberal, inaugurada en el 2008 con el gran colapso y rescate de los bancos. Ese impacto definió dos períodos muy distintos del modelo capitalista actual. La gran expansión inicial de la mundialización financiera, productiva y comercial quedó sustituida por el proteccionismo y la reorganización actual de las cadenas de valor.
Esta remodelación alienta la proximidad de los suministros (nearshoring) y reubica plantas en localidades cercanas a las casas matrices (friendshoring), para reducir el riesgo de un corte de los abastecimientos (derisking), en el tenso escenario de bloques comerciales en conflicto.
Actualmente se debate si esa reestructuración desacelera la mundialización (slowbalisation) o la revierte (desglobalización). Pero la ascendente internacionalización se ha frenado y ese giro facilita la sustitución del globalismo neoliberal por el nacionalismo ultraderechista.
Ese viraje incluye una creciente intervención de los Estados, ya no para socorrer a los bancos en la emergencia, sino para sostener la marcha de la economía con las regulaciones que intentó eliminar el neoliberalismo. El modelo en curso continúa el esquema previo, pero con formas diferentes a su matriz inicial y en convivencia con políticas neokeynesianas.
En esa ambigüedad navega la ultraderecha, que en algunos temas apuntala el intervencionismo y en otros extrema el neoliberalismo. La fuerte presencia estatal para lidiar con el resurgimiento de la inflación y el descontrol de la deuda pública es un ejemplo del primer libreto.
Esas acciones intentan prevenir la repetición del estallido financiero del 2008, que puso en peligro la subsistencia de los siete principales bancos de Occidente y la consiguiente continuidad del capitalismo. Esa crisis dejó una perdurable sensación de temor, que se verifica en el desliz de pánico que acompaña a cada temblor de Wall Street. Nadie sabe si esos sacudones forman parte de la rutina bursátil o reanudan la convulsión del sistema financiero.
Gran parte del programa económico de Trump es coherente con este nuevo escenario de intervención estatal. Pero su injerencia está motivada también por la pérdida de competitividad de la economía estadounidense frente al rival chino y ese declive no se corrige con simples regulaciones o aumentos de aranceles. Esas medidas tan solo ilustran la improvisación defensiva de una potencia, que no logra contener el deterioro de su productividad (Roberts, 2024).
En otros terrenos, Trump recrea las desregulaciones más extremas del neoliberalismo. Esa inclinación se verifica en el negacionismo climático. Promociona un extractivismo petrolero que potencia la destrucción del medio ambiente y el consiguiente incremento de las sequías, las inundaciones y las oleadas de frío polar o calor tropical. Ese auspicio obedece a su estrecha asociación con las empresas petroleras y el complejo industrial-militar. Por eso alienta la fantasía antiverde de resolver el desastre climático con alguna respuesta espontánea del mercado. Entre sus allegados pululan incluso los personajes que relacionan la crisis ambiental con castigos divinos a los pecadores que se apartaron de la religión (Seymour, 2024).
Otra conexión con el neoliberalismo puro se observa en el entrelazamiento del trumpismo con la economía digital de Elon Musk. Ese favoritismo tiende a acentuar la preeminencia de un sector que navega en la frontera de la sobreinversión. Si la descontrolada expectativa en los negocios que abriría la Inteligencia Artificial continúa atrayendo capitales superiores a la rentabilidad que genera esa rama, tomará cuerpo el peligro de una burbuja tecnológica.
Un estallido de ese tipo (crisis de las Punto.com) sacudió a todos los mercados a principio del nuevo siglo. El trumpismo no puede sustraerse de esa repetición, porque potencia varios desequilibrios que introdujo el neoliberalismo sin corregir los restantes. En última instancia gestiona el mismo sistema capitalista que suscita esas tensiones.
En ese terreno económico Milei contrasta frontalmente con su mandante. Despliega una retórica ultraliberal y anti estatista muy contrapuesta con el declamado intervencionismo de Trump. No solo la apertura comercial de Argentina choca con el proteccionismo estadounidense. También las privatizaciones y el desmantelamiento de la obra pública en el Cono Sur se ubican en las antípodas de las subvenciones que apuntala el magnate del Norte.
Por ese radical contrapunto, la economía argentina ha quedado muy desguarnecida frente al giro americanista en curso. El país será un vertedero de las mercancías sobrantes en el mundo, si comienza la guerra de aranceles que propicia Trump. Es muy improbable que el proteccionista de la Casa Blanca exceptúe a la Argentina de las murallas comerciales.
Mucho más peligrosas son las potenciales consecuencias del incremento de las tasas de interés, que impondrían los reguladores financieros de Estados Unidos (FED), para atemperar la inflación desatada por el conflicto arancelario. Si esa medida repite la usual salida de capitales hacia el Norte, el actual veranito financiero de Argentina podría naufragar abruptamente.
Los especuladores que ingresan fondos del exterior para lucrar con el altísimo rendimiento de los bonos y las acciones locales, afrontarían la tentación de poner fin a la bicicleta, para proteger sus ganancias retornando al refugio estadounidense. Esa secuencia precipitó los estallidos financieros que en las últimas décadas desmoronaron a la economía argentina.
Es cierto que ese eventual desplome está atemperado por un blanqueo, que premia por enésima vez a los grandes evasores. A mediano plazo, el novedoso excedente comercial que generarán las exportaciones de petróleo y minería podría también contrarrestar la falta de dólares. Milei espera estabilizar su modelo, relanzando el endeudamiento y supone que Trump facilitará esa hipoteca apuntalando un nuevo crédito del FMI.
Pero ninguna de esas hipótesis diluye el peligro de una convulsión financiera, precipitada por algún imprevisto local o internacional. Esos cisnes negros desataron los desmadres de 1982, 1989, 2001 y 2018. Milei ha fragilizado como nunca a la economía argentina frente a esos peligros, al recrear el modelo de plata dulce y dólar barato que incentiva el endeudamiento, disuade la inversión, despilfarra las divisas y destruye el aparato productivo. Mientras los socios del país devalúan para afrontar la tormenta que prepara Trump, Argentina se encarece en dólares y se apresta a repetir una variante de la Convertibilidad, mucho más dañina que la padecida en los años 90.
El país es una gran vidriera de los experimentos internacionales de la ultraderecha. Pero comprender el significado de ese ensayo requiere evaluaciones conceptuales, que abordaremos en el próximo texto.
27-12-2024
RESUMEN
La ultraderecha se expande por múltiples causas que asemejan y diferencian a Trump de Milei. Captura el desengaño con sus rivales convencionales y la desilusión con las experiencias progresistas. Motoriza una reacción conservadora contra las conquistas democráticas, sustituye el lenguaje elitista por la demagogia y se ha instalado en el universo digital. Radicaliza, además, las falsas creencias que implantó la ideología neoliberal y usufructúa tanto de los resultados adversos de la lucha social, como de las dificultades de la izquierda para erigir alternativas. Estados Unidos y Argentina se ubican en las antípodas en el escenario de mayor regulación económica que sucedió a la crisis financiera del 2008.
REFERENCIAS
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Saferstein, Ezequiel (2024) Agustín Laje, el cruzado de la nueva derecha latinoamericana. enero
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