Muchos, en especial los sesudos intelectuales que conforman el tinglado de articulistas rabiosamente antiChávez, han puesto el grito en el cielo con la propuesta realizada por el jefe del Estado venezolano, Hugo Chávez, de levantarle el calificativo de terroristas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), para que puedan avanzar las negociaciones de un acuerdo pacífico y humanitario, y pueda por fin ponerse coto a la cruenta guerra fratricida que desgarra a esa hermana nación desde hace casi 6 décadas.
La estrategia empleada para torpedear la propuesta del primer mandatario ha sido colocar en primeras páginas de diarios nacionales, detalles del tratamiento cruel e inhumano que da las FARC a sus prisioneros de guerra y a los civiles secuestrados. Todo ello debidamente aderezado con comentarios altisonantes de figuras “prominentes” o “líderes de opinión” que se rasgan las vestiduras vociferando medias verdades y enarbolando banderas maniqueas. Que las FARC recurren a procedimientos deleznables como el secuestro es una realidad inocultable, nadie puede estar de acuerdo con el encadenamiento de seres humanos y mantenerles cautivos por tiempo indefinido. Definitivamente ésos son actos repudiables e infinitamente condenables.
Sin embargo, el tratamiento y los análisis son interesadamente parcializados. Tienen una carga emocional y una intencionalidad, cuyo único fin es sobredimensionar las aristas de un fenómeno tan complejo como el conflicto interno colombiano, para opacar o restar importancia a otras no menos crudas e importantes, cuyo análisis y conocimiento es lo único que permite tener una visión más o menos clara de la magnitud de un drama tan doloroso como el que viven nuestros hermanos neogranadinos.
En Colombia, la intolerancia de una casta dominante soberbia y oligárquica tuvo su momento cumbre en 1948, con el asesinato del candidato presidencial y líder liberal, Jorge Eliécer Gaitán. Ese hecho criminal, donde sale a relucir -como en tantos otros- la CIA norteamericana, encendió la mecha de un polvorín de violencia social, que sigue encendido después de casi 60 años. Tras asesinar a Gaitán, la godarria conservadora colombiana no quedó saciada, por ello conformó cuadrillas de exterminio que asesinaron a por lo menos 756 dirigentes liberales, a los cuales les daban caza como animales de presa, por las distintas regiones del país cafetero.
Esos son los orígenes de ése grave problema social, las brigadas de extermino tuteladas por el Estado colombiano surgieron primero que el movimiento insurgente de las FARC y lo que es peor crecieron a la sombra de los gobiernos de ese país, implantando el terror a sangre y fuego, desmembrando gente aún viva con motosierras encendidas. Esa es otra cruda realidad de la cual nadie habla, sin embargo ningún organismo internacional se atreve a calificar a Uribe y al Estado que representa como terrorista.
Los medios tampoco gustan informar demasiado sobre el escándalo de la parapolítica que ha empantanado el segundo mandato de Uribe, ni las verdaderas intenciones de violencia e intervencionismo que esconde el Plan Colombia, diligentemente financiado por los gringos.
A mediados de 1980 se produjo uno de los primeros y más serios intentos de integrar a las FARC a la vida política colombiana, con la creación de la Unión Patriótica. El resultado no pudo ser más desalentador, cientos de miles de los integrantes de ese movimiento fueron también cazados y asesinados, directa o indirectamente por el stablishment colombiano.
Ahora después de 60 años de confrontación sangrienta, la liberación de las rehenes Clara Rojas y Consuelo González, gracias al esfuerzo tenaz y decidido del Presidente Chávez y la senadora colombiana Piedad Córdoba, abrieron una rendijita por donde se podía seguir colando la luminosa luz de la paz. El avance hacia una salida pacífica negociada para la dolorosa guerra colombiana, se mostraba más factible. No obstante, nuevamente las agendas inconfesables y los intereses del Imperio corrupto, decadente y genocida, traban la puerta y frenan el avance.
¿Cómo puede avanzar un proceso de diálogo y negociaciones si una de las partes se niega tercamente a reconocer a la otra? Desde 1948 hasta 2002 ninguno de los gobiernos colombianos había calificado a las FARC de terroristas; inclusive muchos presidentes de ese país e incluso altos funcionarios de la IV (Entre ellos Pompeyo Márquez y una larga lista, sostenían reuniones regulares con comandantes de las FARC en un esfuerzo por allanar el camino hacia la paz). ¿Es causal que ello ocurra después del 11-S de 2002, con el comienzo de la cruzada antiterrorista, iniciada paradójicamente por el mayor terrorista de la historia reciente, como lo es el presidente norteamericano George Walker Bush? Evidentemente que no.
En Colombia hay fuertes intereses norteamericanos en el mercado de la venta de armas, en el mismo narcotráfico; y lo que es más importante geopolíticamente a Estados Unidos no le conviene la paz de Colombia, sencillamente porque abriría de par en par las compuertas de la integración latinoamericana, basada en principios de solidaridad y complementariedad, lo cual enferma a los gobiernos de la Casa Blanca, los pone mal.
Ése es el principal y verdadero obstáculo de la paz de Colombia y la paz mundial, el Estado terrorista que comanda el sr. Bush está ávido de sangre, muerte y destrucción y se nos muestra cada vez más insaciable. No lo han saciado los 5 millones de niños huérfanos tras la ocupación militar genocida e injustificada de 5 años en Irak. No lo sacia el plan de tierra arrasada en Afganistán, o su padrinazgo al Estado Sionista de Israel para que siga masacrando sistemáticamente a palestinos, libaneses y sirios, ¿Entónces? ¿Qué carrizo le va importar la paz de los colombianos? Allá los ingenuos y cándidos que siguen creyendo los cuentos de camino del payaso de barba rala, voz aterciopelada y ademanes de petimetre, que se hace llamar “internacionalista” y aparece todas las tardes en Globoterror. Ese señor babea por todo lo que provengan de EE.UU, nos dice con su cara tan lavada que el gigante del Norte es paladín de la libertad y la democracia y las FARC son sólo unos bichos malos y asesinos. El maniqueísmo en su máxima expresión pues, pero algún día … algún día disfrutaremos la dicha de ver al Orinoco y al Magdalena unidos, como cantaba Alí. Cuando ello ocurra los truhanes y lacayos que socavan la unidad de los pueblos de América se habrán ido río abajo, bien largo al carajo.