Mientras el mes de febrero culminaba con emociones indescriptibles, por la concreción del añorado reencuentro de 4 ex congresistas colombianos con sus seres más queridos, marzo ha comenzado con un manto negro, a causa de una noticia terrible, no sólo por la forma inhumana en que se produjo sino por las impredecibles y muy preocupantes consecuencias que un hecho de tal magnitud ya ha comenzado a generar.
Sin duda, la masacre ordenada por el presidente colombiano, Álvaro Uribe, constituye un golpe certero, premeditado y casi demoledor a las campanadas de paz para el conflicto colombiano que retumbaban con fuerza desde Caracas, gracias a la vuelta a la libertad de Gloria Polanco, Luís Eladio Pérez, Jorge Eduardo Gechem y Orlando Beltrán.
El ataque cobarde y desproporcionado de las tropas colombianas y su ilegal incursión a territorio ecuatoriano, confirman de manera inequívoca lo que ya muchos sospechaban desde hace tiempo: el actual ocupante de la casa de Nariño es un ser obnubilado por el odio, casado con las políticas guerreristas, inescrupuloso, mafioso y lo que es peor servil a las políticas del imperio más genocida, terrorista y sanguinario en toda la historia de la humanidad.
Desde la abrupta ruptura del proceso de negociación para el canje humanitario, que realizaba el presidente venezolano, Hugo Chávez; Uribe no ha hecho otra cosa que confirmar su poca voluntad política para hallar una salida pacífica a la guerra fratricida que desgarra a su país desde hace 6 décadas. También ha puesto de relieve sus excelsas dotes para la mentira descarada y –como dicen en buen criollo- la puñalada trapera, con la sonrisilla nerviosa con que adorna la mayoría de sus alocuciones públicas.
El fracaso inducido de la llamada “operación Enmanuel” y los bombardeos ordenados en la zona donde se concretaría esa primera liberación unilateral, mientras se aseguraba a los medios de comunicación nacional e internacional que el Estado colombiano daba plenas garantías para que se desarrollara esa importante actividad, hablan a las claras del talante poco democrático de un ser mentiroso y traicionero.
El mismo “tira y encoje” se vivió durante todo el proceso para liberar a Clara Rojas y Consuelo González y luego para dejar libres a Polanco, Pérez, Gechem y Beltrán. No obstante, es ahora con la masacre de Raúl Reyes, el número 2 del secretariado de las FARC con que el mundo entero ha podido apreciar, en toda su dimensión, el accionar de un Estado verdaderamente terrorista, que recibe órdenes directas del Estado más terrorista de todos los terroristas.
Uribe no sólo se limpió literalmente el trasero con todas las normativas y dispositivos previstos en el Derecho Internacional, sino que ahora de la manera más vulgar y descarada pretende hacer ver ante la opinión pública colombiana e internacional que las víctimas son victimarios y viceversa.
Este peoncito imperial masacra una veintena de personas que dormían en un campamento de paso y dice al mundo que estaba repeliendo una acción armada. El capo mafioso vulnera la soberanía de una República hermana como el Ecuador y tiene el tupé de decir que el gobierno ecuatoriano mantiene una alianza con las FARC y por mampuesto, también el gobierno venezolano financia el terrorismo y apoya el narcotráfico, ya que así lo revelan –oh sorpresa- unos documentos hallados en un computador súper secreto a prueba de bombardeos.
Con estas patrañas Uribe nos quiere meter a todos el dedo en el ojo y adornar la soberana embarrada que ha puesto. Pero todos sabemos que el meollo real de este asunto es muy otro. Gracias al esfuerzo combinado y tenaz de la senadora Piedad Córdoba, el presidente venezolano, Hugo Chávez y la presión internacional de otras naciones amigas como Brasil, Argentina, Bolivia, Nicaragua y Francia, habían logrado frutos concretos en el tortuoso camino hacia la ansiada paz de una guerra civil dolorosa y compleja, que sólo puede terminar por la vía de la negociación y el acuerdo.
Sin embargo, nuevamente queda claro que la guerra colombiana es un negocio sustancioso en materia de armas e insumos que suministran diligentemente compañías gringas, así como que el carácter servil y lastimoso que juega un presidente lacayo como Uribe, quien por distintas razones (entre ellas su oscuro pasado paramilitar y vinculado al narcotráfico) debe seguir la cartilla que le dicta su amo del norte sin rechistar.
Si a todo ello sumamos que el denominado Plan Colombia o Plan Patriota financiado a manos llenas por el gobierno norteamericano, no es otra cosa que una estrategia política militar para intentar taponar el avance de la integración suramericana, en función de conceptos odiosos para el imperialismo como la complementariedad y la solidaridad, sin lugar a dudas que comprenderemos mejor el fenómeno de la sombra guerrerista que peligrosamente se ha cernido sobre nuestra región.
El tratamiento dado por los medios venezolanos a este caso, así como la cobertura del bochornoso caso de la Exxon, nuevamente es vergonzante y apátrida. De ello nos ocuparemos en próximas entregas. Para los compatriotas que no pueden entender el interés del gobierno venezolano por coadyuvar a la paz de Colombia, baste con decirles –por si no lo sabían- que en este país existen 4 millones de desplazados colombianos que han venido huyendo de la violencia criminal que desangra a la hermana República. Si ese hecho no nos confiere una condición de afectados por el conflicto colombiano, no se que pueda serlo. Entretanto, no se me ocurre otro calificativo posible para el sr. Uribe que el de ser un CDM supremamente traidor.
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