Nadie verdaderamente temía una guerra en el reciente conflicto entre Ecuador, Venezuela y Nicaragua con el gobierno de Colombia. Sencillamente porque al gobierno colombiano, poseedor del mayor poderío militar de Latinoamérica, respaldado además con todos los hierros por el imperio, de ninguna manera le interesaba una confrontación bélica con sus vecinos. Al menos por ahora.
La estrategia ya ha sido tiempo ha más que develada. Cuando los norteamericanos diseñan el llamado “Plan Colombia”, queda claramente establecido que los dos objetivos estratégicos principales son: el control de la selva amazónica y la riqueza petrolera de Venezuela. En base a la recuperación del dominio absoluto de la región. Y para ello es indispensable acabar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Los gringos que si saben cómo se bate el cobre, asumen que para alcanzar esos objetivos, es necesario eliminar una insurgencia armada que sobrevive y crece desde hace más de medio siglo en las selvas, pueblos y ciudades colombianas. Insurgencia que de mera resistencia de montoneras campesinas, pasó a ser un verdadero ejército popular, integrado por decenas de miles de jóvenes hombres y mujeres del pueblo.
Mientras ese objetivo no se cumpla, no estará en condiciones el ejército colombo-norteamericano de afrontar una guerra con Venezuela, con Ecuador ni con nadie Mientras exista semejante resistencia popular armada en el frente interno, será muy difícil que busquen o tan siquiera permitan una guerra exterior. Bastante ilustrativa resulta la experiencia de Vietnam.
Sobradas muestras tenemos de la aversión de la oligarquía colombiana, desde los tiempos de Francisco de Paula Santander, contra el bolivarianismo en América y de cómo esa enemistad se ha redoblado ante el Proceso Bolivariano que impulsamos en Venezuela.
La prepotencia de estos cachorros del imperio, se exacerbó con la reciente masacre de 25 personas, luchadores revolucionarios todos, en territorio ecuatoriano y la forma abusadora como el lacayo Uribe, justificó ante presidentes de América, en el llamado “Grupo de Río”, absolutamente todo lo que habían hecho, como lo hizo en el caso de Rodrigo Granda, como lo han hecho siempre. Para después, haciendo gala de la más despreciable bellaquería y administrando una detestable cara de pendejo, salir a dar carreritas pidiendo perdón por todo el foro. Todo ello en medio de los pucheros y la respuesta emocionada de unos mandatarios que hacía apenas minutos lo habían fustigado duramente. Lo que faltó fue que alguien gritara: “Que se besen, que se besen”. He allí el verdadero ganador de la contienda.
Solitario dejamos al disgustado presidente Correa porque ni tan siquiera logró una tímida condena al gobierno colombiano. Ni en la oficina de asuntos hemisféricos del imperio que es la OEA, ni en el famoso foro de la integración del Grupo de Río. Lo hizo tan bien el empleado que el amo no tuvo ni que moverse
Con un supuesto propósito de enmienda y sin aflojar para nada en su discurso guerrerista, en menos de una semana el narco-paraco Alvaro Uribe le dio un paseo a tan enardecida contingencia. Mientras tanto, sigue Carmona Estanga como un rey en Bogotá y sigue el paramilitarismo uribista desplegándose sigilosa e indeteniblemente por los recovecos populares de las grandes ciudades de Venezuela, entretejiendo una quinta columna para lograr finalmente, algún día, lo que no han podido en oportunidades pasadas. Y seguirá el gobierno colombiano haciendo lo mismo, con mayor o menor descaro. Eufóricos en estos momentos porque con la ayuda gringa realmente han logrado asestar duros golpes a la insurgencia revolucionaria.
Pero creemos en los poderes creadores del pueblo, como nos enseñó el poeta. La insurgencia colombiana se recuperará como lo hizo con la partida del Comandante Jacobo Arenas, fundador y padre ideológico de movimiento. Como lo ha hecho con la caída de sus combatientes de distintos niveles y responsabilidades. Como lo hizo con la pérdida de miles de cuadros revolucionarios del proyecto político pacificador de la Unión Patriótica, vil y traidoramente asesinados. Porque los ojos de la guerrilla son los ojos del pueblo, los oídos de la guerrilla son los oídos del pueblo, la inteligencia del pueblo, el corazón del pueblo, el alma del pueblo.
El Ché Guevara dijo en una oportunidad que la solidaridad internacional es un deber y una necesidad. Asumamos el deber hoy en día de los revolucionarios de América y particularmente de los venezolanos, de solidarizarnos con el pueblo insurgente colombiano. Con la revolución colombiana en todas sus expresiones y en especial con ese pueblo en armas sobre el cual descansa seguramente el futuro de nuestro continente y a buen seguro también el futuro de nuestra revolución bolivariana.
Lancemos ya la consigna de la reunificación de Colombia la grande. La bolivariana.
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