Aquí en los Estados Unidos los 70 millones de católicos viven uno de los peores momentos de su existencia
‘La iglesia es una institución carente de ambición política, en
secreto, sin embargo, invariablemente tiene una agenda política”.
—David Yallop Cada paso que da el Papa está fríamente calculado por el
Vaticano, especialmente cuando toma la decisión de romper la antigua
regla de no enviar sus representantes a un país en vísperas de
elecciones presidenciales, esto, para no comprometer la supuesta
imparcialidad de la institución religiosa.
El Papa Benedicto XVI llega a los Estados Unidos en plena efervescencia
electoral y trae consigo un mensaje ligado directamente a este proceso.
Al final del año pasado, los obispos estadounidenses, siguiendo las
instrucciones del pontífice, advirtieron a los católicos que asuman la
“responsabilidad política” y no votar por candidatos que se acercan en
su pensamiento a las ideas del diablo, tal como apoyar el derecho al
aborto o la eutanasia. El votante católico que no sigue estas
instrucciones del Papa perderá el derecho a la Sagrada Comunión.
De los tres pre-candidatos, los demócratas Hillary Clinton y Barack
Obama tienen una posición permisible respecto a estos dos tópicos,
mientras que John McCain es enemigo acérrimo del aborto y la eutanasia.
Es solidario con el Papa en su repudio del homosexualismo y la
legalización de las parejas gay. Entonces, una de las misiones de
Benedicto XVI, aunque el Vaticano lo niegue, será reforzar la
candidatura del representante de la derecha republicana, McCain. Como
dice David Yallop en su libro “El poder y la gloria, Juan Pablo II”,
“desde cuando se firmó el Tratado de Letrán con Italia, que dio origen
al Estado Vaticano, la iglesia extendió sus brazos y se alió con
quienes tienen poder”. Por eso, Juan Pablo II apoyó la candidatura de
Ronald Reagan y luego estuvo con él en su cruzada contra el socialismo.
No hay que olvidar que el mismo Benedicto XVI fue candidato del Opus
Dei, y su más estrecho colaborador, el cardenal Angel Sodano, hoy
canciller del Vaticano, fue amigo personal de Augusto Pinochet. Ambos,
artífices de la destrucción de la Teología de la Liberación y de las
reformas del Papa Juan XXIII y Pablo VI que se atrevieron a promover la
idea de la posibilidad de construir el paraíso en la tierra en vez de
esperarlo en el cielo. Bajo la tutela de Juan Pablo II y ahora
Benedicto XVI, el Vaticano retornó al pasado y dio la espalda a los
pobres.
Ahora, el alemán Benedicto XVI, que tomó su nombre de Benedicto XV
—fundador espiritual de los movimientos antisocialistas en Europa,
quiere retornar al medioevo reinstaurando la Misa Tridentina. Lo
paradójico es que trata de restaurar tradiciones ortodoxas en el peor
momento de la historia de la iglesia católica, cuya membresía a nivel
mundial de 1,100 millones ya fue superada por los musulmanes que llegan
a 1,300 millones.
Aquí en los Estados Unidos los 70 millones de católicos viven uno de
los peores momentos de su existencia. Desde 1950 a 2002, más de 10.667
feligreses acusaron a 4.392 sacerdotes por abuso sexual. La iglesia
tuvo que pagar más de dos mil millones de dólares de indemnización y
fue obligada a destituir 4.000 sacerdotes. Todo esto afectó, no
solamente la moral de la institución sino mermó sus finanzas. Como
resultado tuvo que cerrar desde el año 2000 unas 1.267 escuelas
católicas, cuyo número bajó desde 1960 de 12.893 a 7.378.
No es ningún secreto que la corrupción vino desde arriba. El mismo
Benedicto XVI ignoró las denuncias de pedofilia contra el ex fundador
de los Legionarios del Cristo, Marcial Maciel, y cubrió todas las
investigaciones del Vaticano sobre miles de casos de homosexualismo y
pedofilia. Entonces, no puede hablar de pureza doctrinaria, respeto a
los derechos humanos ni paz, porque todo gira alrededor del poder que
corrompe absolutamente a todos que lo ostentan, incluyendo a la misma
iglesia.