El fenómeno Obama

El actual proceso electoral de los Estados Unidos es el más interesante del que tengo memoria. No puedo recordar otro momento en que el mundo haya seguido tan estrechamente los debates entre los precandidatos presidenciales, sus propuestas y sus altibajos en las primarias. Esta expectativa mundial no sólo se la debemos a los medios de comunicación, como CNN, que en tiempo real nos muestran los detalles del proceso. Hay algo más, y creo que tiene que ver con que percibimos que en gran parte los destinos de la humanidad en los próximos años se pueden estar jugando en esas elecciones.

El futuro de la guerras de Irak y Afganistán, la política en Medio Oriente, la crisis económica global, los escandalosos precios del petróleo y, desde el punto de vista latinoamericano, el problema de la inmigración, constituyen el centro del debate presidencial en Estados Unidos. Pero son problemas que afectan a todo el planeta. Por lo cual, es normal que la respuesta que un próximo gobierno norteamericano dé a esos asuntos, interese al resto de los países y sus ciudadanos.

Dentro de todo el debate, quien mayores expectativas ha creado con su meteórica carrera es Barack Obama. En todos los círculos, de todas las tendencias políticas se escuchan palabras de admiración hacia el senador y precandidato demócrata. Y no tiene que ver sólo con su origen racial, ya antes Jesse Jakson fue precandidato y no levantó tanto polvo. ¿Cómo explicarnos este fenómeno político encarnado por Obama?

Uno de los aspectos más interesantes es cómo el senador Obama ha desbancado en pocos meses la candidatura de Hillary Clinton, construida laboriosamente durante los últimos ocho años por la dirección demócrata para derrocar electoralmente a los republicanos. Ya lo de Clinton tenía ribetes interesantes: primera mujer con posibilidades reales de alcanzar la presidencia de Estados Unidos levantando un programa “crítico” contra la guerra en Irak, un programa social más proteccionista, incluyendo el tema de la salud pública, una posición más abierta frente a la inmigración hispana, etc.

Pero Obama ha levantado un programa más radical que Clinton, y a ello debe su éxito. “We want the change” (“Queremos el cambio”) es una de las consignas más repetidas en sus mítines. Y Obama, sin ambages, señala que el cambio que propugna es contra todo el “stablishment” de Washington, contra el status quo, incluidos demócratas y republicanos que están gobernando contrario a los sentimientos del pueblo norteamericano y a los que acusa de “corruptos” (Obama’08. BarackObama.com).

Su principal basa política ha sido su oposición terminante a la guerra de Irak, a la cual se opuso desde un inicio, espetando a Hillary que la apoyó. Incluso frente a la guerra, una de las mayores preocupaciones de la juventud norteamericana, y creo que es lo que le ha ganado mayores simpatías, parece tener un plan de retiro de tropas mucho más rápido que su contrincante y, por supuesto, que el “panameño” McCain (el candidato republicano nació en el antiguo territorio de la Zona del Canal de Panamá, que Estados Unidos reclamaba como suyo).
El tema de la guerra en gran medida es el centro de todos los problemas, pues de allí derivan, enfoques totalmente diferentes entre republicanos y demócratas respecto a la política económica (presupuesto, armamentismo, petróleo, los monopolios, salud pública, políticas de asistencia social, etc.). Creo que así lo comprenden los norteamericanos y los que vemos desde afuera el proceso.

A eso se debe el éxito de Obama. A que tiene una propuesta más radical que Hillary en todos los sentidos y de ello se ha prendido un gran sector de la opinión pública norteamericana, en especial la juventud, confrontada en todos los aspectos con los resultados de ocho años de gobierno de George W. Bush, el presidente más impopular de la historia.

A todo ello se suma su origen racial, que la ha ganado el apoyo casi unánime de la importante población negra estadounidense (se rumora que los republicanos piensan neutralizarlo postulando en la vicepresidencia a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice). Incluso el origen musulmán de su padre, que han intento usar en su contra, parece haberse revertido a los ojos de muchos, con la esperanza de una nueva relación de Estados Unidos con el mundo árabe y musulmán.

Por supuesto, sería una vana ilusión y un grave error de nuestra parte, creer que si en noviembre saliera electo Obama, por arte de magia desaparecería la política imperialista de los Estados Unidos en el mundo. Para nada. La contracara de Obama es que, pese a sus críticas electorales, él también representa un sector importante del “stablishment” norteamericano. No se puede ignorar que hacen parte de su equipo desde Brezinsky (que ya dirigió la política exterior yanqui en tiempos de Carter) hasta los Kennedy.

Visto el asunto desde la perspectiva de quienes aspiramos a “otro mundo posible”, desde la izquierda, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, parece que, frente al fenómeno Obama, oscilamos entre dos extremos: los que de manera, quizá algo inocente, se aferran a la esperanza de que gane para ver un cambio en la política norteamericana; y quienes dicen, quizá algo a la ligera, que Obama no representa ningún cambio porque en esencia es parte del sistema.

Mi amigo Roberto Ayala, profesor de sociología, revolucionario e iconoclasta, experto en La Fenomenología de Hegel me ha dado algunas lecciones metodológicas, que bien aplicadas tal vez ayuden a comprender y a tratar el fenómeno político que representa Obama. Roberto dice:

“... para el marxismo se trata de, en continuidad con la tradición dialéctica, trascender lo dado, lo mistificado, captando lo real en su complejidad deviniente, por cuestiones de lenguaje simplificado, esto se formula como ‘captar la esencia’ del proceso, con lo cual quedó como si el fenómeno fuera un mero error, pura falsedad. Pasando a la actividad práctica de la izquierda, surge el unilateralismo ‘esencialista’: tachar de mera falsedad el fenómeno político tal cual aparece, buscando su esencia, y la esencia es el carácter burgués, lo cual es cierto, pero parcial. El fenómeno, la expresión exterior, dada, dentro de sus límites insalvables, también es verdadero, parte de lo real, y debe ser tomado en cuenta en la formulación de nuestra política”.

Me gustaría aclarar, para salvar a Roberto Ayala de cualquier responsabilidad respecto a alguna conclusión que se pueda desprender de este artículo, que estas ideas provienen de una larga e inconclusa conversación mutua respecto a Hugo Chávez y su impacto en la política latinoamericana.

Elevando la reflexión política de lo concreto a lo más teórico, el método con que los marxistas debemos abordar la realidad, caemos en la vieja discusión sobre la relación sujeto/objeto. El materialismo vulgar (empirista), combatido por Marx, solía quedarse en la forma como la relidad se presenta ante nuestros sentidos (el fenómeno), “se atiene a lo dado inmediatamente... naturaliza lo meramente existente, suponiendo la pasividad del sujeto...”, me explica Roberto.

“Kant avanza captando el papel ordenador del sujeto, en la experiencia, pero sin renunciar a la elaboración especulativa (teórica), pero influído por el empirismo, aunque reconoce la densidad ontológica del mundo, declara que éste no es cognoscible puesto que lo único que realmente conocemos son nuestras impresiones... los fenómenos…”, agrega.

“Hegel lo supera colocando que la razón puede alcanzar el mundo, el objeto, pero no de manera pasiva, sino concibiéndolo, conceptualizándolo. Lo verdadero no es un inmediato existente, sino un concreto pensado, rico en determinaciones, en relaciones..., es una relación dialéctica de sujeto y objeto…”, me aclara Ayala.

Dicho en palabras mundanas, disculpen la distracción filosófica, y de vuelta al tema concreto de Obama: los que se guían sólo por lo aparente (fenoménico), el discurso de Obama, y afincan todas sus esperanzas de un cambio en él, se equivocan pues no han analizado su esencia burguesa por ser parte del aparato político demócrata una de las patas del imperialismo norteamericano.

Pero también es un error de aquellos que sólo se van al fondo (“esencialistas”) señalando el carácter de clase de Obama, y opinan que “no hay diferencia alguna entre demócratas y republicanos”, olvidando que la forma como se presenta tiene a su vez una consecuencia política que indica que sí habrá una diferencia entre si gana McCain o si gana Barack en noviembre.

Vuelvo momentáneamente a las lecciones hegelianas de Roberto Ayala: “El fenómeno sólo es falso cuando tomado unilateralmente, en su aislamiento, ‘por sí’, pero cuando es tomado EN RELACION, esto es como revelando la estructura profunda, ‘sintomáticamente’, como momento del proceso, del devenir, génesis, desarrollo, etc., es un ‘fenómeno esencial’, fórmula paradójica sólo en apariencia puesto que expresa la dialéctica de lo real”.


Respecto a las elecciones norteamericanas, el punto es que, la victoria de McCain es la continuidad de la política guerrerista y salvaje de George W. Bush. Está nítidamente expresado en su discurso. Es el continuismo, no sólo respecto a la guerra de Irak, sino de la política económica y la política migratoria. Esta perspectiva sería horrorosa, pues se transformará en decenas de miles de muertes y millones de personas que sufrirán directamente.

La victoria demócrata, en especial si el candidato es Barack Obama, no significará el fin del imperialismo yanqui, ni del guerrerismo, y es probable que tampoco signifique el final inmediato de la guerra de Irak. Pero me parece que sí marcará un cambio de matiz, una atenuación de ciertos rasgos terribles de un régimen norteamericano que, después del 11/S, encarna cierta forma de neofascismo.

El discurso radical de Obama ha catalizado la voluntad de millones de norteamericanos por “el cambio” que se oponen a la continuidad de los “halcones”, representantes directos del capital industrial-militar. Esto de por sí es progresivo. Y, si Obama no cumpliera (lo más probable) ese gran sector del electorado yanqui habría dado un paso adelante en su toma de conciencia política y estaría en mejores condiciones para movilizarse por las demandas que hoy cree canalizadas a través de Obama.

Por ende, modestamente me parece que ante esas elecciones no da lo mismo uno que otro. Y habría que apostar a la derrota de los republicanos. Incluso, a riesgo de ser acusado de oportunista por los “esencialistas”, si el sistema yanqui fuera de dos vueltas, propondría directamente que la izquierda norteamericana (Partido Verde, comunista, SWP, R. Nader, etc.) vote críticamente a Obama contra McCain. Lamentablemente el sistema electoral yanqui es distinto al europeo. El problema es qué hacer, porque otro Bush por cuatro años más sería una catástrofe para el mundo.

olmedobeluche@yahoo.es


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Olmedo Beluche


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