Un billón para Obama

El presidente de EEUU tiene que decidir cómo va a invertir el billón de dólares del que dispone para intentar salvar la moribunda economía norteamericana. Se prevén una serie de medidas que incluyen la reducción de impuestos, la ayuda a los gobiernos locales en situación difícil y el aumento del gasto público. Obama ha señalado la velocidad como su principal objetivo, porque mientras más rápido se introduzcan fondos en el sistema financiero, mejor se podrá paliar la recesión económica.

Sin embargo, mientras la administración estadounidense ha exhibido una gran capacidad de gastar dinero rápidamente, aún no ha demostrado que pueda hacerlo de forma sensata. El billón de dólares ha despertado la avaricia de las grandes corporaciones capitalistas, que presionan como locas para trincar un cacho del programa de estímulo económico. Los estados federados, que en períodos de auge económico despilfarraban desenfrenadamente, ahora piden ayudas.

El equipo de Obama se devana los sesos en la búsqueda de un equilibrio entre la eficiencia, la reforma y la viabilidad política, por un lado, y entre la velocidad y el alcance de las reformas, por otro. Dado que Obama aún no ha revelado los detalles de su programa, los debates se centran por ahora en el volumen total de los fondos y su estructura general, y no en las medidas concretas de estímulo económico.

Por ejemplo, si se quiere mejorar la infraestructura, existirá una gran diferencia entre la rehabilitación y la construcción de obra nueva. Cuando se repara una carretera, el dinero gastado podrá reducir la futura necesidad de repararla. Cuando se construye una carretera, se aumentará la futura necesidad de repararla. Esto es, si antes había tres carreteras para reparar y mantener (la gran asignatura pendiente en EEUU), con una nueva ya serán cuatro a medio plazo. Además, las reparaciones producen un efecto más rápido (y, generalmente, precisando un menor volumen inversor) que la construcción de algo nuevo.

Según calcula la Administración Federal de Carreteras (FHWA) de Estados Unidos, por cada dólar que se gaste en reparación de obra pública, la oportunidad de empleo aumentará un 9% y se logra un crecimiento a corto plazo valorado en 1,59 dólares. Esta es una opción mejor que las subvenciones a los estados o que una reducción de impuestos. En cambio, el incremento de los bonos para comida o de subsidios de paro gastará menos dinero y producirá efectos más evidentes.

Sin embargo, lo que falla es que la futura inversión de ese billón de dólares ni está bien definida ni está detallada. Si esto se deja a criterio y decisión del Congreso y los estados federados, daría igual tirar el dinero por la alcantarilla. A los politicastros burgueses les encanta inaugurar nuevas carreteras, pero las obras de reparación no dan tantos votos.

La mejor vía para impulsar la economía es dar dinero a las personas sin capacidad de ahorro. Los planes de sanear los bancos o comprarles activos “tóxicos”, como se está demostrando, sólo es una forma de dilapidar recursos. Consciente de esto, Obama quiere hacer avanzar su compensación de 500 dólares en los impuestos para los asalariados cuyo sueldo anual sea inferior a 200.000 dólares.

Sea como sea, Estados Unidos está profundamente hundido en una espiral mortal: el despido de trabajadores a velocidad de vértigo conduce al agotamiento de los recursos para el consumo, lo que a su vez lleva a más despidos, en una bola de nieve imparable. Incluso si el programa de estímulo económico de Obama lograra cierto éxito, la tasa de paro de EEUU se mantendrá bastante alta.

Paradójicamente, ese hipotético éxito podría provocar el estallido de los bonos de deuda pública debido, por un lado, a que EEUU pagó el año pasado 450.000 millones de dólares por los intereses. Por otro, se debe a que si los inversionistas extranjeros ya están hartos de los bonos norteamericanos. Como resultado de lo uno y de lo otro, las deudas pueden llevar a Estados Unidos a la bancarrota. Por eso los asesores de Obama quieren concentrarse en los planes a corto plazo.

Además, algunas medidas de estímulo económico también provocan efectos negativos. La estrategia de Obama presenta serias grietas que hacen poco creíble que vaya a resultar eficaz. En vez de dar dinero a los gobiernos estatales y locales para compensar la escasez de sus fondos y prevenir que aumenten impuestos, reduzcan servicios públicos y disminuyan el número de funcionarios, Estados Unidos va a insistir en subvencionar al sistema financiero, que se embolsilló la ayuda federal para continuar haciendo lo que le dio la gana.

La estrategia de Obama pasa también por la reducción tributaria, bonos de alimentos, subsidio de desempleo y la atención médica para los desocupados. Pero, si el dinero no se gasta, no se reactivará la economía. En 2008 se hicieron rebajas en el impuesto a la renta por valor de 168.000 millones de dólares, pero no funcionaron porque muchos beneficiados de este plan depositaron el dinero en el banco o lo usaron para pagar la deuda por tarjetas de crédito.

En resumen, la administración Obama tiene dos opciones. Una, seguir dando dinero a la banca y a las grandes corporaciones capitalistas, con los resultados que ya conocemos. Otra, invertir en obra pública necesaria (muy lejos, por ejemplo, de los desorbitados gastos militares que lastran la economía estadounidense) y en hacer que el dinero llegue lo más rápidamente posible a los más pobres (que son los que menos pueden atesorarlo), opción que palía la crisis pero no garantiza su superación de forma rápida y a corto plazo, lo que puede ser letal para EEUU.

Frente a los profetas de la “segura” recuperación del capitalismo en dos, seis o dieciocho años, no hay ningún elemento objetivo para esperar que tal recuperación se vaya a producir. Si la cosa está especialmente negra en el principal país imperialista, mal pinta para economías más frágiles. Y no digamos nada de una economía descarnadamente dependiente y colonial como la canaria, que se verá azotada por las peores consecuencias de la depresión.

Claro que, si criticamos las enormes dificultades del plan de Obama, ¿qué podremos decir de nuestros jerifaltes locales, cuyo único plan es seguir saqueando lo público y agachar la cabeza a la espera de que escampe? En vez de dirigentes, parecen psicólogos de pacotilla, cuyo único lema es que hay que tener “confianza”. Los comunistas, en cambio, decimos a la gente que no se fíe, porque no hay razón alguna para fiarse.

(*) Teodoro Santana es militante del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)

independenciaysocialismo@hotmail.com


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Teodoro Santana (*)


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