Cataluña: el ‘pequeño’ detalle

No dejamos de oír que la independencia de Cataluña es imposible. Imposible porque "no es legal", "no es constitucional", etc. Es "imposible" porque "lo prohíben las leyes", esto es, unos trazos en un papel con el poder taumatúrgico de un sortilegio.

Por su parte, las fuerzas independentistas en Cataluña, a falta de un partido que represente de forma autónoma a la clase trabajadora, hablan de que se conseguirá la autodeterminación, en menor o mayor plazo, con las protestas "pacíficas", proclamando su "renuncia a la violencia". Como en el viejo gag de Gila, pretenden detener al asesino con indirectas: a base de protestar "pacíficamente", un día, un maravillo día, el Estado español se rendirá y dirá que sí, que ya no aguanta más, que se independicen ustedes.

Tanto unos como otros esconden la verdad subyacente en este conflicto, esto es, la naturaleza misma del Estado. Como cantaba Aute, "todos los burgueses son así". Por eso unos y otros hablan de "democracia", divagando sobre si la democracia son las leyes o si las leyes deben subordinarse a la democracia. En sus discursos, la "democracia" no deja de ser una abstracción asexuada y ahistórica, un "ideal" separado de la realidad.

De la misma manera, unos y otros hablan de la "violencia" para referirse siempre a las protestas populares. Pero el Estado mismo no es otra cosa que un aparto de violencia organizada en régimen de monopolio. Y esa violencia es la que garantiza que un juez pueda hacer efectivas sus sentencias, ordenar detenciones y mandar gente a la cárcel. Esto es así porque son los dueños de la violencia. Por lo tanto, por pacífico que sea un próces, hacer frente a la violencia del Estado, en sus diversas manifestaciones, es la cuestión central.

¿Por qué razón va el Estado –y la clase social cuyos intereses representa y defiende– a permitir pacíficamente que una parte del territorio que tiene bajo su dominio deje de estarlo y se separe? La experiencia histórica nos enseña que el imperialismo español, incapaz de negociar incluso en su propio beneficio, nunca ha abandonado un territorio bajo su control por las buenas, sino tras haber forzado un feroz enfrentamiento a fuego y sangre, para después salir por patas y de mala manera.

Incluso en su propio territorio, el simple hecho de que una izquierda digna de tal nombre ganara unas elecciones, le llevó al golpe de estado fulminante y a una carnicería gigantesca contra sus propios nacionales. Y a la convicción de que, en última instancia, lo pueden todo con la fuerza de las armas.

Las manifestaciones pacíficas están muy bien. Ayudan al pueblo a organizarse y cobrar confianza en sus propias fuerzas. Pero insistir en una "separación acordada", a base de tales movilizaciones, es engañar a la gente y prepararse para la derrota. Insistir en "poner la otra mejilla" es entregarse atado de pies y manos al enemigo. Y confiar en la "democrática" y mágica Europa, archiimperialista e implacable, es entregar el destino de los corderos al estado mayor de los lobos. Puro pensamiento mágico.

Con todo, ¿hasta dónde pretenden llegar los actuales líderes del independentismo catalán para lograr la independencia? Parece que no muy lejos si ello les supone un sacrificio personal. El Estado ha conseguido el objetivo de escarmentales –y no ha hecha más que empezar–. Tiemblan las piernas de la pequeña burguesía que, por otro lado, teme más una radicalización de las clases populares que al propio Estado.

Explicaba Pedro Brenes que "hay que estimular el reflejo militar de las masas". La mediana y la pequeña burguesía catalana y sus correspondientes partidos tratan, por el contrario, de mantener el espíritu pacífico y acomodado, como "civilizados" Botiguers (tenderos) que rechazan los "desórdenes". Una especie de revolución sin revolución, burguesa, ordenada, sin romper un plato y "sin tirar un papel al suelo".

Mientras tanto, la oligarquía fascista española se relame teniéndoles bajo el punto de vista de sus armas, de sus "jueces de asalto", de sus policías, de sus medios de propaganda de guerra, de todo su arsenal.

He ahí el "pequeño" detalle.



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Teodoro Santana Hernández


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