El triunfo de Mauricio Funes en El Salvador, ex guerrillero del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y figura de vocación izquierdista, trae a mi mente dos asociaciones: (1) si alguien dudaba que la derecha política, con su neoliberalismo a ultranza, navegaba contra el progreso de los pueblos, ya no puede tener dudas, dado que su fracaso en El Salvador (uno de los más firmes aliados de los EEUU en la región) constituye una evidencia de desaprobación de gestión y al mismo tiempo un soberano puntillazo en el trasero al conocido enfoque hunde-países de la política del libre mercado; (2) la cautela del nuevo presidente respecto a pronunciarse en relación al proceso de cambios que encabeza en Venezuela y en la América toda el presidente Hugo Chávez.
Sobre el primer punto es harto la literatura, más cuanto se vive a escala mundial una crisis financiera asociada al esquema neoliberal imperante, hecho que ha disparado a los analistas a hablar de crisis y hasta a sus mismas instituciones promotoras (como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) a reconocerla. La debacle del modelo neoliberal es hoy un hecho, con la quiebra de su llamada ley de “libre mercado” (hoy los estados intervienen para oxigenar sus economías) y con el terrible desenmascaramiento moral de sus principios económicos cuando se devela que a sus gobiernos les importan más los banqueros que sus pueblos, a quienes utilizan únicamente para enviarlos a la guerra, obtener votos y mantener fachadas democráticas.
Para América Latina, para quien en principio fue diseñado el esquema contralor de economías neoliberales denominado Consenso de Washington, los hechos (la caída neoliberal) no pudieron darse de modo diferente, sobremanera, digamos, dado que el experimento había sido dirigido en principio hacia ella antes de que se convirtiera en una receta de generalización mundial. Las economías de los países fueron reventadas, literalmente hablando, siendo icónica la de Argentina, la cual se vendía como modélica prosperidad de la filosofía neoliberal desde boca de sus propios medios de recubrimiento de la realidad.
Recuerdo que peleaba bastante con un amigo europeo al respecto: él criticando los caminos que se gestaban en Venezuela y colocando a Argentina como el modelo económico del mundo, potencia alimentaria y promesa de prosperidad generalizada de su población. Cuando estalló su crisis (se develó la mentira, mejor dicho), no lo podía creer, se declaró engañado por la prensa, del mismo casi como se declarara un famoso ex presidente venezolano a quien presuntamente lo había engañado la banca. La gente en Argentina no podía ni retirar su propio dinero de los bancos (el famoso “corralito”), y el efecto privatizante neoliberal se había hecho casi hasta con el agua de la subsistencia.
Una completa calamidad, porque las demás economías del continente se dirigían por el mismo derrotero, a pesar de mirar las barbas de su vecino arder. Y es porque el sistema obliga, chantajea, amenaza, entuba..., siendo necesario una fortaleza proverbial para escapar de la atenazante red neocolonizadora del sistema económico. Siendo necesario el brote de la reflexión política y la toma de conciencia humana y social, hecho que tomó forma en Venezuela, como sabemos con su proceso de cambios, prendía en Cuba desde hacía décadas y presentaba condiciones de cultivo en la economía brasileña con su diversidad desde hacia rato. En tales países el protocolo del Consenso empezó a no ser ley, y el sentimiento antineoliberal, de quiebra de la derecha política, comenzó a potenciar la esperanza humanista que comporta la izquierda.
La derecha cae en recesión, como su paquete económico, y la tendencia hacia la izquierda se multiplica en el continente, el Caribe y Centroamérica. Críticas sistémicas, autocríticas, tomas de conciencia, develamientos, búsqueda de nuevas rutas, humanización de la política, socialización de las patrias... Hoy mismo Lula recibe en su país al primer ministro inglés Gordon Brown y le espeta en su cara que los responsables de la crisis que hoy vive el mundo financiero son hombres “blancos y de ojos azules”; y su visitante, fundamental adlátere de los EEUU en el mundo, se ve en la necesidad de responder a lo que obliga la razón y los hechos: que el Consenso de Washington se acabó y que hay que buscar otro mecanismo para restablecer la confianza en el sistema financiero.
Pero vea usted a lo que se puede referir alguien como Brown en sus palabras, cuando habla de Consenso de Washington, o de sus principios, expuestos a continuación, puntos recetarios para el gran alumnado del mundo, se dirá, concebidos inicialmente para América Latina, como se dijo:
1. Disciplina fiscal
2. Reordenamiento de las prioridades del gasto público
3. Reforma Impositiva
4. Liberalización de las tasas de interés
5. Una tasa de cambio competitiva
6. Liberalización del comercio internacional (trade liberalization)
7. Liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas
8. Privatización
9. Desregulación
10. Derechos de propiedad.¹
No se dirá que esa “otra forma” buscada es la izquierda política, pero nadie puede negar que su propuesta se ensambla como respuesta socialista cada vez en la América del Sur, y ahora en Centroamérica, en especial con esa suerte de trompada que significó para los EEUU el triunfo de Funes. Los países intentan deslastrarse de viejos y nuevos colonialismo; sus pueblos comen, tienen hambres y alzan sus clamores hasta sus líderes, cada día más urgidos de sincerar sus patrias hacia adentro, dejando el juego traidor de abrir las piernas hacia el extranjero; hay cada vez más el imperioso mandato de no ser más esas especies de conejillos de Indias económicos y de tener un algo más de dignidad nacionalista.
Sobre todo hay el mandato de acabar con los engaños, de dejar de jugar a que se tienen pueblos tontos, anclándose sobre su resistencia hasta rayar en sus elementales necesidades. Y en este sentido El Salvador había sido tremendo exponente, agotándose sobre su pueblo el modelo neoliberal, impuesto y ejercido por el partido de derecha ARENA durante veinte años, vía maquillaje, en virtud de una siniestra campaña de deformación de la realidad económica del país. Así había vivido El Salvador hasta entonces: en la gran mentira neoliberal que apodera a unos pocos y esquilma a todo un pueblo, con su desvergonzante tendencia de convertir patrias, países enteros, en feudos o haciendas de las potencias en boga, más si se le tiene como vecino.
Digamos que en este sentido adelantó El Salvador a México, otro país vecino del monstruo central de las políticas capitalistas en el mundo, aparentemente condenado a ser asimilado, dado que hoy luce con escaso petróleo para sortear su crisis, carente de una economía alternativa y cada vez más siendo sujeto de programas atenazantes del imperio: considérese su petróleo a veinte años que le queda y el Plan Mérida al cual ahora será sometido.
El otro punto al que me referiré, para terminar, es al mencionado tino político de Mauricio Funes cuando asume la presidencia, en el sentido de no pronunciarse abiertamente inclinado por Hugo Chávez, contexto hacia el cual necesariamente tiene que estar bosquejado, si es cierto que habrá de montarse sobre la ola de los cambios que se despliegan en América. Dos razones lo llevan a la cautela: la primera es que no ha servido tal manifestación de afecto sino para desatar prematuramente los disparos de los cañones de la derecha política, herida en su amor propio, como la de su país, sobrando los ejemplos con mandatarios como Evo Morales y Rafael Correa, y con candidatos como Ollanta Humala; la segunda es crucial y es el hecho que el 20% de los ingresos de El Salvador provienen en forma de remesas desde los EEUU. Esta última razón, toda una camisa de fuerza que obliga a invocar estrategias e ingenio político.
Por tanto, es una dura situación política que se le avecina al país, ya prevista en declaraciones de congresista estadounidenses cuando manifestaron que, si Mauricio Funes triunfaba y luego cultivaba una aproximación con Hugo Chávez, recomendarían al gobierno de los EEUU desmontar el programa que permite trabajar a 240.000 salvadoreños en la patria de George Washington, así como la supervisión estricta de las remesas que desde allá se envíen. Como se dijo, pues, toda una camisa de fuerza, hecho que desde ya asegura para la gestión del nuevo presidente la carga política de una oposición basada en el chantaje, con historial extremista de “escuadrones de la muerte”, peor, incluso, si derrotada en las recientes elecciones.
De los EEUU, ni hablar. La sobre seguridad que comporta el saberse sostenedor financiero del pequeño país centroamericano pareciera darle patente de corso para hacer y deshacer con sus conceptos de soberanía, incluso en una situación adversa ideológicamente para sus intereses como la de hoy, cuando se impone la izquierda política y se supone se inicia un proceso de desmitificación neoliberal. Ya vimos, en fin, como el embajador de los EEUU pareciera darle permiso a El Salvador para que establezca relaciones con Venezuela y Hugo Chávez, sin que ellos, el país “generoso” y “justiciero”, sientan hostilidad. Dizque El Salvador es soberano en la materia y ellos son respetuosos de la autodeterminación de los pueblos...
Ya sabemos a lo que ello apunta. Veladas amenazas de guerra y sometimiento, ni más ni menos, peor la fuerza imperial si se sabe con el brazo ejecutor del ahora opositor partido ARENA. Pero también sabemos hacia dónde tiende el corazón del hombre cuando lo puebla la solidaridad social y el amor a su país. De forma que no tiene porque determinado presidente andar declarando hacia dónde se inclina su razón y pensamiento, sino demostrar con hechos su voluntad de transformación patria. Cuando la batalla empieza, si la conciencia social de los hombres al mando es cabal, a la final estarán todos de la misma estirpe unidos en un mismo lado. Las sutilezas, las declaraciones, la política en general, tiene que ser un marco y recurso de la misma guerra.
Mirando la historia de miseria secular de la América Latina, sus lacayismos, sus faltas de respetos a la conciencia propia, la injerencia extranjera, la falta de dignidad nacionalista, el entronizado modelo de explotación económica, la misma historia de sus países escrita y acomodada a particulares intereses, la burla desinformativa de sus medios derechistas de comunicación, sus asesinatos y escuadrones de la muerte, su poca nada propiedad sobre lo que le pertenece, con su lastre de miseria humana colectiva; no queda sino un enemigo a combatir en busca de la felicidad de los pueblos: la derecha política cuando pretende abrevar en su origen monárquico, el sistema neoliberal imperante, generador de miserias, el imperialismo en todas sus formas.
Decir que la izquierda política resurge en el continente y se hace esperanza en el mundo incluso llamado “desarrollado” no tiene porque mirarse como un efecto único de la quiebra neoliberal, que, como sea, ya tuvo su tiempo de ejercicio. Es que la esperanza está y ha estado siempre en el Hombre, en su capacidad de solidaridad social, de amor al prójimo, en su hecho social de animal gregario. La doctrina socialista ahora, con la caída de los ídolos del sistema capitalista y neoliberal, rebrilla allí en el rincón donde ha estado siempre, con su propuesta humanizante y salvadora de mundos. Ir hacia ella es inevitable, dado que el mundo ya da síntomas de no ser capaz de soportar más el personalismo, egoísmo y la explotación colectiva humana que comporta el sistema salvaje del cual el mundo hoy intenta desembarazarse con estremecimientos de crisis.
Nuestros mayores deseos de libertad para El Salvador.
¹ “Consenso de Washington” [en línea]. En Wikipedia. – 21 mar 2.009. - [Pantalla 2]. - http://es.wikipedia.org/wiki/Consenso_de_Washington. - [Consulta: 27 mar 2.009].
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