La neutralidad de Arias

A Oscar Arias no le alcanzó el tiempo para recibir al Presidente Zelaya como se lo merecía, con la majestad y los honores que se le dispensan a un Jefe de Estado. Estuvo pensando, cuando se vio envuelto en semejante trance, entre hacerlo con un protocolo policiaco o civil. Con lo amante a la etiqueta que es, se sintió frustrado al tener que resolver aquella incómoda situación, con una sencilla ceremonia lo más parecido a lo fortuito. Entre otras cosas, porque si lo hacía con la pompa que hubiese deseado, habría quedado en evidencia la tragicomedia de su complicidad con el golpe de estado en Honduras.

   Fue a su encuentro en medio de aquella nocturnal pista de aterrizaje, apenado ante el infortunio del legítimo Presidente hondureño, ataviado aun con su traje de sueño. Apesadumbrado y además contrariado pues en su agenda como miembro del club de Los Nobel, no tenía contemplado perturbar sus placidas auroras, para asistir a un tozudo hombre convencido de ideas sociales que sucumbieron en el milenio pasado, y mucho menos tener que preparar una mesa de dialogo posterior con todo lo que ello encarna en lo practico y lo humano.

   Cuando Zelaya abandonó suelo tico, tan pronto como pudo, dispuesto a defender como lo hizo, la dignidad y la soberanía del pueblo hondureño, en la asamblea extraordinaria de la OEA, reunida de emergencia en Nicaragua, Arias estuvo tentado a aconsejarle que se ahorrara el agobio de las diligencias, declaraciones y denuncias que tendría que hacer ante los foros internacionales. Que se mirara en el espejo de Jean-Bertrand Aristide. Al final terminaría errante en otro continente, fuera de la historia. Estuvo a un tilín de confesarle con la cobardía de un laxo, que de todas formas, al final, todo terminaría allí. Si partía a cualquier otro lugar a gestionar lo imposible, tendría que retornar a aquella pista en donde, no por casualidad, había terminado su violento secuestro, a culminar un acto que ya estaba escrito y sentenciado en Washington. Y que en aquellos parajes tendría que sentarse a dialogar con quienes le habían violentado a él y a todo los pueblos del mundo, el derecho a vivir en democracia, para cederles la potestad que el pueblo en las urnas le había otorgado solo a él.

  Horas antes, había mostrado la amargura y la intemperancia, que únicamente podía mostrar tras el teléfono, hablando con los gorilas hondureños. Los increpó a la distancia, recordándoles el deber que tenían de ordenarle a Zelaya que se quedara en suelo costarricense para facilitar el proceso, a lo que le respondieron desde Tegucigalpa: “Nosotros nos encargamos del facto, usted de la diplomacia”.

   Después, cuando en cuestión de horas, los acontecimientos, al tenor del ALBA, a la que en fondo atacaban, tomaron el color de los pueblos insurgentes, lo invadió la esperanza propia de quienes dejan a la buena de los acontecimientos, el surgimiento de un desenlace feliz para el, y pensó que algo milagroso podría ocurrir tras el periplo del legitimo Presidente, algo que lo librara de las penitencias impuestas, que en el fondo le asqueaban a pesar de su falta de escrúpulos.

   Se escandalizó cuando la Clinton insistió con la propuesta de la mesa de dialogo, a pesar del pronunciamiento y condena del mundo todo. Pensó que el descaro de la cancillera del Imperio, pondría en evidencia su estado de flagrancia, pero no le molestó tanto el hecho de que lo descubrieran infraganti en los trámites de la conspiración, como el triste papel que le habían asignado. Su linaje se veía ofendido ante el roll de simple operario de la actual Condoleezza Rice, aun cuando semejante situación, le exigía, mas que sagacidad, un derroche descarado de hipocresía y eso lo obligaba a actuar en un ambiente, que si bien no era nada creativo para su gusto burgués, era lo suficientemente perverso, al mas fino estilo de los usos y costumbres de la oligarquía.

   Cuando El Imperio, tras propiciar el golpe, dio el primer paso para legitimarlo con la propuesta del dialogo, se convenció que ya no había marcha atrás y tendría que asumir ante los presidentes demócratas y progresistas del continente, una posición que negaba lo que días atrás había, entusiastamente, promovido. Semejante contradicción no podía ser diluida como antaño, en una serie de subterfugios legitimados por los medios de desinformación privados. Ahora el escenario era distinto. Al aparato guebeliano de la derecha, cuyo trabajo fácil, propiciaba la proliferación de gobiernos fascistas en la región, se le presentaba la contrariedad, encarnada en Arias, de tener que dar la cara a todo un continente agraviado, y al mundo entero a través de Telesur. Ya los negocios y las componendas no se hacen a puertas cerradas. Así como reconoció que en Honduras había ocurrido un golpe de estado, recibió, con la misma cara, siendo él un Presidente legitimo, al gorila de Micheletti. Lo hizo como si este fuese un Presidente igual. Es difícil escribir sobre este bochornoso episodio, por las distorsiones que estos comportamientos introducen al seno del imaginario, ya no del pueblo, sino de ese sector al que llamamos intelectual. Sin embargo Oscar Arias lo hizo fácil con su facultad burguesa de torear la moral con elegancia.

   Arias se parece a Uribe tanto como los militares que pasaron por La Escuela de Las Américas los asemeja el resultado de sus felonías (la formación de ejércitos de ocupación en los territorios de Latinoamérica para reprimir el progreso de los pueblos). Para El Imperio, Honduras es a Centroamérica lo que Colombia es a Suramérica. Estos países, por las múltiples fronteras que dominan se convierten para el Comando Sur del Imperio, en simples bases militares, desde las cuales ejercer su dominio. Pero esto no podría ser posible sin la complicidad de personajes de esta calaña. Traidores a los pueblos que le dieron la existencia. Y por la lógica del tiempo, al cual juegan los fascistas, podríamos vernos tentados a aceptar a Arias como un hombre asaltado por las circunstancias. Hasta podríamos pensar que Arias no tendrá cara para presentarse ante los legítimos Presidentes latinoamericanos, apelando a la capacidad de rectificar del ser humano, pero que nadie se llame a engaños. A Arias lo veremos, no solo reunido y aceptado por la comunidad diplomática internacional, sino cada vez mas fino y agudo para envolatar igual a ingenuos y suspicaces.

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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