El golpe de Estado contra el presidente constitucional de Honduras y la política de desgaste a la resistencia popular orquestada por el gobierno de los Estados Unidos, asociada a la posición cómplice de los grupos económicos y políticos que se resisten al cambio, son anuncios no alentadores para las sistemas de gobierno que decidieron dirigir sus acciones hacia los problemas sociales y dejar a la historia el paradigmas de que el mercado resuelve el problema de insatisfacción de las necesidades de las mayorías.
Aceptar el golpe de estado de Honduras, tal como pretenden los sectores que no están de acuerdo con la participación en los asuntos nacionales de las mayorías desposeídas históricamente, en lo económico, en la educación, salud, recreación, derecho a vivir como seres humanos, es abrir las puertas a grupos políticos, económicos y militares, que sustentados en el poder de las armas desconocen la conquista del pueblo a decidir su destino a través de la libre participación.
El golpe de estado no es contra Zelaya y menos contra Chávez, como pretenden mostrarlo los medios de información reaccionarios de nuestra América y Europa. El golpe es contra los sistemas democráticos que han permitido por la vía del ejercicio del voto directo y secreto la elección de gobernantes de vocación social.
El golpe es contra las propuestas dirigidas a crear las condiciones para que el hombre ponga en marcha toda su capacidad creativa como ser racional, lógico, social e histórico.
La Venezuela insurgente de finales del siglo pasado es la Honduras de hoy, es por ello que se anuncian tiempos difíciles, toda vez, que los procesos electorales que facilitaron el arribo al poder de los revolucionarios, hoy, el sistema político – económico, que históricamente ha combatido todo proceso de cambio que afecte sus intereses, ya comenzaron a restarle significación a la elección popular a la vez que legitiman y dan vigencia a la toma del poder por la vía de las armas.
Es por ello que resulta imprescindible que los gobiernos de vocación social y democrática, que hoy se registran en la historia por sus acciones de alta política social y nacional, están llamados a gobernar con la gente y no para la gente, con el pueblo y no para el pueblo.
Solo los que se sienten parte del pueblo, militantes en la educación y el trabajo, pueden salvar a nuestra América de volver a la barbarie de las dictaduras.
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