Cuando hace unos días leí las declaraciones del golpista Micheletti de que sólo los marines estadounidenses lo sacarían del poder percibí, bajo un recuerdo escalofriante, al clásico dictador burgués y fascistoide latinoamericano-caribeño que prefiere una invasión y ocupación de tropas extranjeras en su nación que abandonar un (anti) poder que ha sido totalmente de facto y nunca de jure. Su posición antidemocrática y tiránica ante una ingobernabilidad, ilegitimidad e inestabilidad política, realidad inequívoca en Honduras, es tan débil pero peligrosa, que comprende que parte de su ejército y de los cuerpos represivos que lo apoyan y lo aupan no han podido cumplir con la solución engañosa de mostrar la cara de un “gobierno” hondureño representativo -light- y que no ha logrado la aprobación del pujante movimiento popular de resistencia interno y tampoco el reconocimiento de la comunidad internacional.
Si esta es la máxima de los gorilas, Brasil no debe dejarse provocar y su gobierno realizar urgentes y altas gestiones a nivel político y diplomático, porque su embajada puede ser asaltada, y vejada de esta forma su territorio nacional, y verse comprometido a una acción de mayor envergadura, quizás militar... Y ese paso sería fatal para la geo-política exterior brasileña pues su fuerte posición de admitir a Zelaya en su sede diplomática podría ser no creíble si asume el rol de solucionar la crisis, totalmente hondureña, por la vía de las armas... externas. ¿Por qué intervenir cuando se ataca su embajada y no hacerlo para reponer a Mel y su gobierno constitucional? Pero la respuesta a la pregunta es falsa porque la premisa también lo es. La única respuesta a la crisis hondureña es no intervención, menos militar directa, desde el extranjero. Debe respetarse la autodeterminación, la independencia, soberanía y seguridad nacionales, vigentes en los códigos jurídicos de las Naciones Unidas y más allá, en la memoria histórica de los pueblos.
Pero la principal cuestión radica es que los golpistas están reprimiendo con mucha fuerza, pensando desesperadamente en el final de su aventura, al pueblo hondureño y que puede morir, asesinado, el presidente constitucional Zelaya. El fantasma de Pinochet ha revivido y ya hay campos de concentración en los estadios de ese país y miles de detenidos y las muertes son incontables. Y ese final es inadmisible, pues se cumpliría parte del plan imperialista y de la derecha de la región que consiste en desestabilizar cuando lo desee a los gobiernos legítimamente elegidos bajo el voto popular en procesos estrictamente democrático-burgueses. La posible parálisis de cambios ante ese escenario constituiría un fardo muy pesado para las autoridades de muchos países de la región que comienzan a realizar ínfimas reformas internas y se reposicionan en la arena internacional y regional con criterios propios y más acordes con las realidades sociopolíticas que vive Nuestra América y el mundo.
¿Qué les quedaría por hacer a la agenda política de resistencia de los movimientos sociales y políticos, si se produce esa intervención extranjera, venga de donde venga? Porque las percepciones y posiciones pueden ser diversas. ¿Intervención salvadora? ¿Recuperación del status quo existente antes del golpe militar? ¿Oposición popular general a las fuerzas militares que intervengan en sus asuntos internos, violando la soberanía nacional? Ocupación extranjera ¿por qué y para qué?
¿Y si asaltan los golpistas a la embajada de Brasil y asesinan a Zelaya? De seguro una guerra civil y una mayor represión que podría conllevar a esa intervención -escribimos ya una vez de las tristes misiones de las 101 y 82 divisiones del Pentágono- siempre extraña y repudiada por los pueblos que poseen una identidad nacional muy tangible y potencialmente multiplicada ante agresiones exógenas.
Y no debe subestimarse al movimiento popular y cada vez más radicalizado de los hondureños. No se han cansado, no han cesado en rechazar a los usufructadores ilegítimos del gobierno elegido por ellos en las urnas y no se han dejado engañar. Y no habrá marcha atrás. La crítica de las armas puede convertirse en las armas de la crítica o viceversa, la rebelión armada-popular estará a las puertas y esa insurrección masiva ya no sólo perseguirá la reposición de su presidente Mel -posiblemente asesinado y “suicidado”, como el mismo ha expresado en recientes declaraciones desde Tegucigalpa- y no se detendrá sólo en las demandas a una convocatoria electoral que tendría la pregunta de si se desea más democracia participativa, sino que preferiría mayor protagonismo popular activo en el presente y futuro de la Honduras latinoamericana y caribeña.
Y las fuerzas populares, democráticas y progresistas del pueblo de Morazán podrían exclamar ese viejo adagio romano “¡La suerte está echada!” Y agregar el otro, más cercano en el tiempo y la geografía: “¡Patria o Muerte, Hasta la victoria siempre! ¡Venceremos!” Y las masas irredentas del subcontinente estarían de su lado como corresponde a los momentos actuales. Y esa solidaridad e internacionalismo si es admisible para las masas populares. Ojalá la historia de la masacre no se repita. Las consecuencias están a la vista.
(*)Dr. Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba