Toronto. 31 de Diciembre de 2009. A principios de año, Brenda Tan y Matt Cost,
dos estudiantes de 17 y 18 años respectivamente del Trinity School de
Manhattan, se embarcaron en un proyecto con la ayuda de la Universidad
Rockefeller y el Museo de Historia Natural de Estados Unidos para
analizar el ADN de muestras recogidas en sus viviendas.
La idea era utilizar una nueva técnica que permite analizar de forma
rápida y barata el ADN de plantas y animales, denominada "código de
barras genético" e iniciada en la Universidad de Guelph (Canadá), para
explorar su uso en actividades cotidianas.
Los resultados del experimento de Tan y Cost han asombrado a los
científicos, según ha reconocido Mark Stoeckle, del Programa de Medio
Ambiente Humano de la Universidad Rockefeller.
Para empezar, los dos estudiantes han descubierto que incluso en la
meca de la vida urbana que es Manhattan están rodeados de un auténtico
zoo, al recuperar ADN de 95 diferentes especies animales, incluida una
especie desconocida hasta ahora de cucaracha.
Pero quizás el descubrimiento más relevante ha sido que de 66 productos
alimentarios comprados en establecimientos locales, once no contienen
lo que señalaban sus etiquetas.
El caso más sangrante ha sido el de un caro queso que supuestamente
estaba producido con leche de oveja y que en realidad contiene leche de
vaca, lo que constituye no sólo un fraude alimentario sino también un
grave riesgo para la salud de aquellas personas que padecen alergias.
Otros fraudes puestos al descubierto por Tan y Cost han sido un
supuesto caviar de esturión que en realidad procede de un pez más que
mundano del río Misisipi, un manjar llamado "tiburón seco" hecho con
perca africana, o alimentos para perros que deberían contener venado
pero que en realidad tienen vaca.
Gato por liebre
Cost y Tan han reconocido que aunque no es posible demostrar que los
fraudes alimentarios que han descubierto son fruto de la voluntad del
fabricante en vez de errores en el proceso de fabricación, en todos los
casos hay un sospechoso denominador común.
"No sabemos cuándo sucede pero la mayoría de los errores de etiquetado
suponen la sustitución con algo menos caro y deseable, lo que sugiere
que tienen una motivación económica", ha afirmado Cost.
No es la primera vez que un "inofensivo" proyecto científico de
Stoeckle ha puesto de manifiesto que en muchos casos los consumidores
reciben gato por liebre.
En 2008, Stoeckle ofreció las mismas herramientas del "código de barras
genético" a su hija y otra estudiante para que analizasen el sushi –
típica comida japonesa basada en diferentes especies marinas– de varios
restaurantes de Manhattan.
Como ahora, las dos estudiantes descubrieron un preocupante nivel de fraude en los restaurantes.
Stoeckle reconoce que aunque el análisis de los restaurantes de sushi
no se tradujo en acciones legales por parte de las autoridades
alimentarias estadounidenses contra esos negocios, la Administración de
Fármacos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) ha mostrado interés en la
técnica del "código de barras genético".
Y el trabajo de Tan y Cost va a reforzar ese interés.
"Código de barras genértico"
"Este informe advierte a las autoridades alimentarias y sanitarias de
todo el mundo lo simple y fácil que es hoy en día comprobar y
certificar el origen de los productos en el mercado, combatir el fraude
y proteger tanto la salud de los consumidores como a especies en
peligro", explica Stoeckle.
Si el "código de barras genético" puede reforzar en el futuro la
confianza del consumidor en los productos alimentarios, la técnica ya
ha cambiado la forma en que Tan y Cost caminan por sus viviendas y
tiendas.
"Al principio del proyecto pensábamos en qué podía ser analizado. Ahora
todo lo que vemos a nuestro alrededor es un objeto de estudio. Y por
supuesto, cuando vamos a comprar al mercado, nos planteamos qué es lo
que realmente nos llevamos a casa", ha manifestado Cost.