Como en cualquier
caso de investigación, la primera y más obvia pregunta es: ¿y eso
a quién beneficia? Tomemos ello como punto de partida y avancemos en
algunas reflexiones.
A riesgo de
ser aguafiestas, creo que los recientes episodios informáticos tanto
globales –como la publicación de miles de documentos donde hacen
públicas informaciones diplomáticas confidenciales- como nacionales
–con las cuentas de Twitter de opositores del gobierno supuestamente
“hackeadas”-, deben ser considerados con suma cautela, a la vez
que se le otorga el correspondiente espacio a la posibilidad de que
se traten de momentos tácticos dentro de la estrategia enemiga de una
Guerra de Cuarta Generación. Y no pretendo hacer un llamado a la paranoia
pero si considerar tales hechos en su justa proporción. ¿Y si se demostrara
que las cuentas fueron “autohackeadas” en el marco de una estrategia
propagandística de actores políticos interesados en rescatar -o crear-
su popularidad? ¿Y si en algún momento saliera a relucir que los cables
de Wikileaks fueron una trampa tramada dese el orden imperialista para,
por ejemplo, desviar la atención sobre otros hechos de actualidad?
De principio, no desecho ninguna hipótesis.
La derecha
internacional, a diferencia de la nacional, ha demostrado mayor habilidad
en la puesta en práctica de sus planes. Y con el elevado nivel de acceso
y uso de tecnologías de información y comunicación de los venezolanos,
no cabe duda que tender una celada en tal terreno sería no sólo apetecible
sino hasta esperado con ansias por algunos, ya por esnobismo, ya por
falta de amor patrio. Basta agregar como tercer episodio informático
los recientes videos colgados en la web y atribuidos a Anonymous Venezuela,
en los que se incitaba a la desestabilización y se anunciaban acciones
contra el gobierno nacional. Luego de estas reflexiones, si retomamos
la pregunta inicial de a quién beneficia todo esto, se entiende mejor
por qué dejar abierto el espacio de la duda. Y es que es mejor ser
prevenido que sorprendido, digo yo, ¿no?