“Periodista autentico, es aquel que siempre dice la verdad, a pesar de todo. Esa verdad es su orgullo, tanto, que es capaz de morir por ella”.
La maldición a través de unos medios en detrimento de la verdad, razón y arma del periodismo, hoy más que nunca ha alcanzado su máxima expresión. La otrora venerada es mancillada tanto por los dueños de esos medios como por los responsables de su difusión y periodistas, que, obedeciendo ciegamente las órdenes de sus jefes y dueños, echan a un lado principios, valores y hasta el código de ética. “Para eso me pagan, cumplo con mi trabajo”, argumentan algunos como para medio justificar sus bajas acciones. Otros, simplemente lo hacen hasta con orgullo y sin remordimiento alguno.
Han convertido la verdad en víctima. Ya no solamente está circunscrita a la guerra convencional, tangible, “cuándo se declara la guerra, la verdad es la primera víctima", Ponsonby; “la primera víctima de una guerra es la verdad”, Johnson (¿?)
Es también la víctima en la guerra no convencional, mediática, además de considerarla mercancía con valor monetario variable según la circunstancia y pertinencia. La invalorable verdad es violada, manipulada y utilizada con fin pre establecido a favor del mejor cliente o postor, “cuando se descubrió que la información es un negocio, la verdad dejó de ser importante”, Kapuscinski. Se nos dijo cuando estudiábamos que cuando un periodista perdía su credibilidad era tiempo de retirarse ¿Imaginémonos si esto tuviera vigencia hoy? Se ha perdido aquello de la veracidad y la objetividad, impera la falsedad y la subjetividad.
Sus operadores fielmente se esmeran para que esa maldición surta efecto. Aportan la cuota más alta de responsabilidad en el deterioro de nuestra sociedad junto al hogar y al estado. Los medios nadan con la corriente corrompida del sistema globo-bobalizador-neocolonizador y a través de ellos hacen ver la guerra, consumo y tráfico de drogas, sexo irresponsable, delincuencia, narcotráfico, paramilitarismo, alcoholismo, prostitución, corrupción, criminalidad, politiquería…como normal, de la época, de moda, por eso del “rating y las ventas”.
En el hogar, santuario de la familia, también se ha permitido ese mal dejando a nuestros hijos/as a merced de esos medios sin la debida orientación y/o supervisión. Y el Estado, por no aplicar los correctivos necesarios y poner coto a la excesiva libertad de expresión, más bien libertinaje vulgar como ya se ha dicho.
Grave es no decir la verdad, magnificarla de un simple hecho, también, como es grave imponer lo que ellos quieren que se crea como verdad. “La escuela del mundo al revés”, “nos mean y los diarios dicen llueve…”, Galeano.
Hacen ver al mercenario como el buen justiciero y al que se defiende de la agresión como terrorista. Denuncian a los defensores de los derechos y elogian a los violadores. Publican expedientes falsos para justificar invasiones y guerras. Se ponen de acuerdo para acusar de tirano al demócrata y al dictador genocida premian. Presentan delincuentes politiqueros corruptos como ejemplo de virtud y moral. Inventan noticias guiadas estrictamente por un guión bien elaborado en escenarios seleccionados y sus corresponsales posan con los villanos. ¡Ah! Y sin escrúpulos promocionan la burda comparación de sediciosos/as, desestabilizadores/as y magnicidas, con Luther King, Mandela o Teresa de Calcuta.
Pero, más grave aún, es que esa maldición también apoyada por medios electrónicos y redes sociales, hace estragos en una parte de la población venezolana inoculando mentiras, angustia, desesperación, miedo, descontento, incertidumbre, paranoia, agresividad, odio, xenofobia, muerte…creando la sensación de crisis generalizada en la gente que goza de la libertad de seguirlos. Ya el fin no justifica los medios, los medios justifican el fin.
Renny Ottolina, en 1980, en su Juicio a la Tv venezolana, discernió parte de ese mal: “yo predigo que la televisión venezolana se irá hundiendo cada día más, en su mar de irresponsable vulgaridad con la única consecuencia de provocar la intervención del Estado. Y tendrá que intervenir el estado atendiendo el clamor de los hombres y mujeres responsables del país, que cada día hacen sentir más fuerte su voz de justa protesta…” (…)
Por lo delicado de la situación, me atrevo a asegurar que esto es un problema de salud pública, donde el Estado debe intervenir en apoyo a la verdad, exigír responsabilidad social, aplicar medidas que adecenten y eleven la calidad de los contenidos y fortalecer su política comunicacional, medidas que la gran mayoría decente de este país con gusto respaldará.