Primer papel

Hacia la justificación teórica de la planificación del tiempo académico en Comunicación Social UBV

 Comunicación Social. UBV-Maracaibo

“Conocer el tiempo, es, entonces, además de una sabia virtud,
una gran posibilidad de construir con los otros el propio tiempo”

Miguel Ángel Ramírez Jardines

Discurso Salvaje
No creo, ahora que nos adentramos en la “justificación epistemológica” de nuestra planificación, que hayamos tenido al momento de plantearla una justa dimensión de sus alcances, de lo que iba a provocar y a desatar. Creo, sinceramente, que hemos comenzado a hacer el análisis de una situación que nos desborda y que tiene muchas implicaciones y muchos riesgos. No sé si estamos preparados del todo. Creo, sí, que hemos dado en el clavo.


Hemos apuntado a un lugar demasiado sensible de la cultura occidental: el tiempo. Un elemento que hunde sus raíces en lo más hondo de nuestra visión del mundo, pero que comenzamos a “criticar” acaso desde esa situación extraordinaria que nos da el hecho de no ser constitutivamente hablando plenamente occidentales, y por lo que en nuestro ser y hacer cultural, aparece eso que el filósofo venezolano J. M Briceño Guerrero llamó “Discurso Salvaje”. En efecto, algo como una resistencia (sorda y a veces violenta) se opone a la cultura occidental (racional y logocéntrica), que ha configurado lo que conocemos como discurso hegemónico. Este discurso salvaje, subyacente, mueve, incita a la rebelión, al enfrentamiento continuo y minucioso contra las estructuras de poder de Occidente.


En nuestro programa, y en nuestra planificación, atisbo esa manifestación del discurso salvaje. Observo que hemos (casi inconscientemente) alentado a la construcción o a un manejo del tiempo distinto al que ha prevalecido en Occidente, pero que sin embargo participa de una tradición que ha entendido el tiempo de otro modo, incluso dentro (y muy dentro) de la cultura occidental. Hablo de la oposición al tiempo aristotélico que plantearon San Agustín, Husserl y Bergson, por ejemplo. Para Aristóteles –según afirma Miguel Ángel Ramírez Jardines- el tiempo es "el número del movimiento según el antes o después”. Tal definición, para muchos, representa la expresión más perfecta de una de las concepciones más influyentes acerca del tiempo, la "que identifica al tiempo con el orden mensurable del movimiento” es decir, con el orden de sucesión, o lo que en la actualidad llamaríamos el "tiempo lineal", un tiempo que avanza progresivamente determinando la acción humana a ritmo del reloj y al cual se debe atender con atingencia, aprovechándolo productivamente, no dejándolo pasar, y al que le es necesario siempre un criterio administrativo para su uso exitoso.”

A este tiempo objetivo se opone una construcción inter-subjetiva del tiempo, que no atiende al reloj, que no es lineal ni sucesiva. Lo más importante de esta diferencia entre el tiempo objetivo y el inter-subjetivo es que el primero está en la base del hombre moderno que Weber llama “hombre económico”, vale decir el hombre necesario para el capitalismo moderno. De donde resulta fácil advertir que para la construcción de un hombre distinto se requiera la construcción de un tiempo distinto. Y si se trata de construir un modelo económico distinto y opuesto al capitalista, se requiere un “hombre nuevo” que articule sus actividades en base y en función a otro tiempo, no lineal, no sucesivo, intersubjetivo. Esto es, un tiempo no “impuesto” por aparatos de poder, simbólicos e ideológicos, sino sujeto a relaciones humanas distintas donde prevalezcan otros valores, otras prácticas culturales.

Leviatán
En nuestra planificación optamos por la eliminación, franca y tajante, del tradicional “horario de clase”, y este solo gesto bastó para desatar los leviatanes.

El horario de clase, planificado desde una instancia suprahumana y abstracta, garantiza los encuentros estudiantes-profesores, sólo que dichos encuentros ocurren sin que se haya establecido relación alguna entre estudiantes y profesores. En efecto, ambos actores pueden permanecer en el más absoluto de los desencuentros, pero a una hora fijada de antemano y para siempre (esto es, mientras dure el período escolar) se encontrarán para cumplir con una agenda también establecida previamente y que tampoco depende, en estricto, de ambos actores, y cuya interacción –condicionada por un espacio-tiempo aislado de la realidad y por ende irreal- no modificará al colectivo a lo interno ni a cada uno en particular e igualmente no los impactará en el futuro o en lo sucesivo. La agenda existe previamente porque no ha sido sino hasta el momento del primer encuentro cuando estos actores comienzan a conocerse, mas la dinámica propia de este acercamiento administrativo impide que la agenda se establezca con los estudiantes más allá de algunos acuerdos menores, propios de accidentes cotidianos. Esa agenda existe previamente porque nada garantiza que los encuentros continúen más allá de lo reglamentado, igual como nada existió antes que los actores mencionados se conocieran e interactuaran. En estas condiciones el grupo de estudiantes se puede reducir a números y el profesor puede ser sustituido por alguien que ejecuta o aplica el mismo programa.

“Investigación contingente”
En nuestra planificación los profesores nos vimos en la obligación de establecer acuerdos y encuentros con nuestros estudiantes, continuamente, semana a semana. Fue imprescindible el contacto previo, la relación, el establecimiento en consenso de agendas múltiples, diversas, colectivas, en procura de espacios y tiempos de trabajo. Además, la naturaleza del aprendizaje (por proyectos) hizo imposible e inmanejable el manejo de programas de clases previos a la investigación, porque era ella misma la que generaba los requerimientos. Estos requerimientos imprevisibles de alguna manera pusieron a prueba la capacidad de los profesores y los estudiantes, pero sobre todo de los primeros, en tareas de investigación que la misma realidad convertía en vertiginosas. El profesor fue asaltado continuamente por requerimientos disímiles, extraños a su formación tradicional, exigiendo una apertura y una disposición a la apertura desconocida en la educación tradicional, donde el investigador-docente se ocupa de una investigación cuasi-detenida, cuasi-acabada, y sus clases devienen, fundamentalmente, en trasmisión de resultados. (Esto ocurre en el mejor de los casos, porque lo que más conocemos es al docente que no investiga, esto es, que repite los resultados de otros que sí lo han hecho.) El docente que investiga en nuestra planificación, lo hace a un ritmo y a una velocidad a la que la educación tradicional no está acostumbrada, e incluso, y para complicar más la situación, a la que no está acostumbrada la investigación tradicional. La que practicamos, aun de manera accidentada (y accidental), se parece a la definición de aventura, podemos hablar incluso de “investigación contingente”.

A este modelo que surgió y nos encontramos de frente al eliminar los horarios y trabajar de manera decidida en nuestras comunidades, era natural que no estuviéramos acostumbrados. Históricamente, las instituciones educativas de occidente no practican este tipo de investigación. No podíamos esperar que todo saliera bien, empezando porque la valoración de “bien” o “mal” se puede hacer cuando existe un parámetro (está bien o mal con respecto a algo), mas el parámetro aquí no existe o no es fácil de precisar. Me atrevo a adelantar que uno sea la circulación (fluida o no) de la información en el colectivo de investigadores implicados en el proceso. A mayor información, mayor fluidez, menos roces, menos problemas, y por lo tanto, más hincapié en la investigación misma.

Corresponsabilidad
Nuestra planificación, por otra parte, personalizó hasta un extremo (casi) desconocido la relación docente-estudiante. Tradicionalmente el docente está protegido por una relación simbólica de poder: él, el administrador del tiempo, en todo caso, el representante “en la tierra y entre los hombres” de la entidad abstracta que administra y regula el tiempo de los hombres. El que dispone los plazos.

En nuestra planificación, el docente perdió esa aura simbólica de protección y el estudiante se acercó hasta el punto de, en algunos casos, “tomar el poder”, de hecho, en colectivo, fijó posiciones y distribuyó plazos. Ocurrió, además, que el cuestionamiento y la crítica, que antes se reducía a meras protestas en los pasillos y, en muy pocos casos, a procedimientos administrativos de los que la institución recela, calla y esconde, se hicieron constantes, amplios, algunos muy ruidosos, en forma de asambleas, pronunciamientos, actas. Los estudiantes comenzaron a exigir lo que la planificación prometía; a saber, y en líneas generales, una mayor articulación de las unidades curriculares con proyecto, más atención por parte del profesor, más responsabilidad. Aconteció entonces que la planificación forzó a los actores a una práctica que sólo existía, según mi criterio, en discurso: la corresponsabilidad.

En la educación tradicional la corresponsabilidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje no existe, sencillamente porque el profesor no es responsable del tiempo ni del programa, ya que ambos son impuestos y se imponen a la realidad. El programa como el tiempo, existen más allá del docente y los estudiantes, de modo que la corresponsabilidad es pura y estrictamente administrativa. Nuestra planificación redujo al mínimo lo administrativo (estrictamente, el control y la coacción) de modo que prevaleció lo relacional, lo humano, lo personal y, la corresponsabilidad necesariamente se personalizó, se humanizó.

Otro elemento sumamente interesante que tiene que ver con la corresponsabilidad parte del hecho de que en la educación tradicional el estudiante puede “estudiar solo”, esto es, que el trabajo en equipo se convierte en una estratagema donde se oculta el que no hace nada tras el que lo hace todo. Esta situación es abundantemente conocida. Con nuestra planificación fue casi imposible que hubiera estudiantes “independientes”, aislados, solitarios, además por el hecho de que la naturaleza de las actividades llevadas a cabo requerían del concurso de diversos actores directos o indirectos.

Evaluación colectiva

En la educación tradicional es casi natural la calificación individual, en nuestra planificación emerge la necesidad de la evaluación colectiva, vale decir, la evaluación del proceder de todos los participantes en su conjunto, lo que motivó a una evaluación integral que estoy seguro no es nada común en la educación tradicional, donde se manifiesta la majestad del magisterio y el profesor es una institución prácticamente intocable en su señera posición de dispensador imparcial del destino.

Debate sobre la educación bolivariana
He llegado a una conclusión: esta planificación dejó al descubierto nuestras prácticas educativas, borró las fronteras del docente y de los estudiantes, se extralimitó, construyó otros límites, potenció el surgimiento de liderazgos y puso en manifiesto una nueva correlación de poderes. Esto, según lo entiendo, es un aporte extraordinario al debate de la educación bolivariana. La planificación propuesta crea la posibilidad cierta y concreta de la “participación protagónica” de los estudiantes en su proceso de enseñanza y aprendizaje. En este sentido, estoy seguro de que no hemos valorado lo suficiente todo lo que hemos aprendido.

Por otra parte, hemos construido en un sentido etimológico e histórico plenos, “academia”. En efecto, la academia en Grecia entendía que la skhola (de donde viene escuela y ocio) era “tiempo en abundancia”, y la esclavitud, la a-skhola- era el no tener el honor de disponer del propio tiempo. En nuestra planificación, con las limitaciones que no fueron pocas, nos encontramos ante la posibilidad de “auto-organizar el tiempo” y no lo hicimos de manera individual, como lo entiende la sociedad de la información que crea comunidades virtuales de hombres y mujeres abstractos y solitarios, pese a una cámara y micrófonos que crean la ilusión de cercanía sin contacto; sino, antes bien, de manera colectiva.

Modelo de país

Modestamente hablando, pero asumiendo la responsabilidad de investigar y ahondar más en ello, con nuestra planificación ensayamos lo que sería un modelo de país, cuyos ciudadanos en colectivo rompen su relación con el tiempo capitalista del “hombre económico” para construir el tiempo colectivo del socialismo, esto es, el de unas nuevas relaciones donde predomine lo relacional, la convivencia, la cooperación.

Desnudos ante los otros

Pero nuestra planificación también nos descubrió lo que somos, evidenció nuestras limitaciones profundas para el trabajo en equipo, descubrió el individualismo, la mezquindad, incluso la violencia. Somos, lo sabemos, pequeñas bombas de tiempo. Creo que la planificación nos hizo vernos más de cerca, más adentro. Creo que de ahora en adelante seremos mejores o peores, pero no volveremos a ser los mismos. Nos vimos cara a cara y muchos no nos gustamos. De esto habrá que aprender, tragar grueso, y reconocer que quedamos desnudos ante los otros y lo que puede a veces ser casi intolerable, ante nuestros estudiantes. Nos toca una revisión. Incluso, creo, un acto de contrición.

En el modo tradicional, el horario nos exculpaba de relacionarnos con nuestros colegas más allá del café de la mañana y la última noticia. La autonomía de cátedra, el “yo hago lo que sea y a nadie le importa”, era una reducción, casi una fortaleza, una forma de aislamiento y soledad. Evidentemente, eso ha sido cuestionado por esta planificación: el proceder del docente ha quedado al descubierto. Lo que viene es la construcción colectiva y a profundidad de los contenidos programáticos de las unidades curriculares, que ya fueron “abiertas” por las circunstancias, por los requerimientos, por las necesidades a que fueron sometidas por la realidad, y no tanto ellas como nosotros mismos, profesores y estudiantes.

Simón Rodríguez reclamaba formar republicanos para la República, el momento actual no exige menos. La planificación nos pide cooperación, solidaridad, participación y protagonismo. Y hemos descubierto, y no lo digo con dolor sino esperanzado porque emergió de lo hondo y muy propio de cada uno de nosotros, ese Leviatán dormido que bien podía seguir hasta nuestra muerte domesticado por la costumbre y ni siquiera rozado por nuestros discursos anticapitalistas.

Aunque no estemos cerca de ese hombre que requiere el “Socialismo del Siglo XXI”, nos encontramos, sí, más cerca, acaso, opino, a esta apuesta aventurera y muy riesgosa de construir en democracia y libertad una forma de autoorganización colectiva del tiempo.



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