En una sociedad justa y abierta, la libertad de expresión constituye un valor fundamental. Se reconoce como un derecho humano en el art. 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU). No obstante, a la lo largo de la historia, este derecho ha sido vulnerado de distintos modos. La libertad de expresión en un país, y por consiguiente, la libertad de prensa, son parámetros eficientes para medir el carácter democrático de un Estado y su gobierno en particular.
En los últimos años, la libertad de expresión se ha visto impactada por la avanzada tecnología comunicacional. Sin dudas, el mundo actual se caracteriza por una conexión global, planetaria, donde los motores de búsqueda y las redes sociales desempeñan un rol de gran importancia, como recursos masivos de información. Si bien es cierto que es posible acceder, producir y difundir contenidos en múltiples plataformas, también es cierto que estos recursos no están exentos de las amenazas de la censura.
Las amenazas para la libertad de prensa se manifiestan de diversas formas, y es una discusión que ocupa la atención permanente de la sociedad. Cuando en una nación, las autoridades gubernamentales monopolizan los insumos de la prensa escrita, ejercen un control abusivo de la radio y la televisión, y tienen la concentración de la mayoría, o todos los medios de comunicación, no solo cercenan la libertad de expresión, también están abriendo las brechas para transitar una vía dictatorial. Cuando aplican sistemáticamente una política de censura a través del hostigamiento, multas y presiones a entes, personas o empresas de comunicación en específico, están haciendo uso de una férrea represión. Infortunadamente, estos tentáculos castradores también se extienden al cine, al teatro, al humor, a la música. Son medidas coercitivas, inaceptables, accionadas en gobiernos que presumen de democráticos, populares y participativos.
Por supuesto, el control mediante el monitoreo permanente a los medios de comunicación y su sometimiento a la dependencia financiera y las amenazas de cierre, el acoso, la persecución, detenciones, y hasta el asesinato de periodistas, han obligado a las editoriales a doblegarse a los dictámenes e intereses del grupo que maneja el poder nacional, especialmente, cuando todos los entes, están sujetos a los designios del gobierno.
Son prácticas claramente evidenciadas en los regímenes totalitarios con tendencias fascistas que no solo controlan el poder de los medios de comunicación, sino que imponen una política de terror que reprime cualquier manifestación de protestas contrarias al gobierno, pues junto a las fuerzas policiales pueden actuar violentamente las fuerzas civiles contra los sectores opuestos y rebeldes. Algo así como las camisas negras del "Duce" Mussolini.
El cuadro es tan patético como increíble. Vale destacar que la libertad de expresión lleva implícito deberes y responsabilidades que son estrictamente necesarios para proteger los derechos de terceros, llámese ciudadanos o Estado. Pero como derecho inalienable, la libertad de expresión debe permitir la expresión del pensamiento de manera abierta, segura, sin temor de ser censurado u hostigado. De ahí que esas tácticas represivas están claramente reñidas con los sistemas de gobierno que propulsan el respeto y el derecho a la libertad.
…"según el postulado democrático, los medios de comunicación son independientes y tienen la obligación de descubrir la verdad e informar de ella, y no reflejar pura y simplemente la percepción del mundo que desearían los grupos de poder" (Edward Herman y Noam Chomsky, Los guardianes de la libertad: propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación.
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