En el preciso momento que un grupo de astutos empresarios comprendieron el poder (y por ende negocio) que les proporcionaría la posibilidad de entretener, re-presentar y re-crear informativamente la realidad circundante, la religión verdaderamente dejó de ostentar la exclusividad del atractivo alienante y enajenador que antes había tenido para los ricos y los poderosos. La magia de los sueños convertidos en virtual realidad comenzó (ideológicamente) ha incidir significativamente en el imaginario creador y colectivo de la sociedad contemporánea.
Con el avance vertiginoso de la industria de las telecomunicaciones se pretendía no menos que erigir un nuevo Dios, una nueva realidad construida a partir de estereotipos comercializantes y comercializadores, capaces de solo obedecer y promover una anticultura prostituidamente erógena, sádicamente individualizada y claramente a merced de los requerimientos desmedidos y hambreadores del mercado. Una sociedad claramente aturdida que, entre bambalinas y etílicas burbujas de silicona, fuera capaz de no enterarse ni oponerse al saqueo diario de las grandes riquezas existentes en el mundo, a manos de un imperio que irónicamente, y gracias a ser los dueños del mensaje, se nos presentaban como los grandes y únicos paladines de la justicia y la libertad.
Una de las grandes ventajas que asume este mounstro comunicacional es que aun cuando su pisar deja huellas considerables en lo menos cautos y desprevenidos de nuestra sociedad, ha alcanzado tanto poder (sobre todo en lo económico y en lo político) que difícilmente hoy se les haya logrado poner regulaciones a la subliminal pero decidida pretensión de manipular los alcances de sus mensajes y estrategias marcadamente hegemónicas. La verdadera y única motivación de este negocio de las telecomunicaciones es no tener limitaciones ni interruptores que inhiban la inercia de ir creciendo y acaparando todo el poder y capital posible. Se trata de ir creando un nuevo estado privado que no tenga regulaciones de ningún tipo, ni obedezca a soberanía alguna, un estado trasnacional sujeto exclusiva y salvajemente a los intereses impuestos por el mercado internacional. El profundo debate que hoy en día se mantiene en el mundo sobre el rol y alcances de este emergente estado privado (trasnacional y monopólico) y la evidente pugna con los Estados Públicos Nacionales, es de primer orden y sumamente importante para intentar desconocerlo. Las aberrantes y corruptas actuaciones de Silvio Berlusconi, por ejemplo, han verdaderamente escandalizado a toda la sociedad italiana por salvajemente llevar a la práctica métodos jamás vistos y conocidos en épocas anteriores, sólo por la evidente necesidad de consolidar su imperio económico y de las telecomunicaciones. Esta práctica asombrosamente revitalizó el debate sobre la ética y las correspondientes responsabilidades sociales y ciudadanas de estos medios y las empresas privadas. Indefectiblemente estos acontecimientos no sólo han quedado marginados y relegados a estas latitudes del viejo continente. Aquí, en Venezuela, y principalmente en América Latina, estos métodos también han sido mantenidos durante un buen tiempo por algunos grupos de importancia financiera. El más representativo y desvergonzado de estos seguramente es el siniestro personaje llamado Marcel Granier, el cual este 28 de mayo verá como su pretendida aristocracia de ser el intocable de los medios en Venezuela, llega a su fin, al estarse en esta fecha venciendo la Concesión a RCTV y a su imperio mediático-económico.
Bien podríamos decir que a partir de esta fecha se marcará un nuevo hito en la historia de la comunicación mundial, por primera vez se estará evidenciando que hoy en Venezuela existe la voluntad de anteponer los intereses de la mayoría al de los grandes oligopolios nacionales e internacionales. En este acto de reivindicación de la dignidad y la soberanía del espacio radio-eléctrico, comenzará a darse mayores esperanzas y ejemplos para verdaderamente reabrir nuevamente el debate sobre la supuesta libertad o libertinaje de los medios de comunicación social.
waldo.munizaga@corpomaracaibo.net