En la marcha sabatina de apoyo a Granier, el tinte político se impuso al reclamo de “libertad de expresión”. Uno de los oradores se lanzó a despotricar de Barrio Adentro y Mercal, como si estas misiones le hubiesen hecho algo a RCTV. El jefe de Bandera Roja amenazó, con impune originalidad, hacer “que este régimen muerda el polvo de la derrota”. El todavía “dirigente” Álvarez Paz proclamó que la lucha empieza el 27 para hacer que este régimen dure lo menos posible. Todo recordaba los partes de guerra de 2002.
Estas consignas desconcertarían a cualquier observador extranjero. ¿De qué se trata, se preguntará el musiú, de luchar por una planta de televisión o de derrocar un régimen? ¡De lo segundo!, le responderán todos los marchistas, otra vez disociados, pero extraviadamente sinceros. En esta línea, el ya casi ex concesionario Granier agradeció el apoyo de Globovisión, un canal que guardó cartelizado silencio cuando cerraron el diario El Globo, su pariente impreso.
Roberto Malaver recuerda que uno de los accionistas de esta planta decidió cerrar El Globo y todavía los trabajadores andan peleando por sus prestaciones. También la viuda de ese gran humorista venezolano que fue Aníbal Nazoa, estudió demandar a este periódico de Mezerhane –accionista de Globovisión- y no sé si ganó en los tribunales.
Hubo otros cierres y otras concesiones suspendidas. Por allí circula la carta de Renny Ottolina contra RCTV. Durante el paro de 2002, los dueños de El Nacional cerraron espacios y echaron columnistas, bajo el calculado silencio del SNTP, RSF, IPYS e Ininco. Miguel Henrique Otero ordenó silenciar las opiniones distintas a las suyas. Fueron clausuradas las columnas de Luis Britto García, Roberto Hernández Montoya, Roberto Malaver y Earle Herrera, entre otros.
¿Libertad de expresión? ¿Pluralismo político? Yo te aviso. Recuerdo que una tarde me llamó mi amigo Pablo Brasessco, a la sazón jefe de la sección de opinión de El Nacional. “Earle –me dijo lacónico- me han ordenado que tu columna Talión salga del periódico, no se publicará más”. Pablo prosiguió, con un dejo de ironía: “si te sirve de consuelo, yo también salgo del periódico”.
Unos meses después, Pablo moría, consumido en plena juventud por una enfermedad. Los acólitos del director del diario escribieron lacrimosas notas de una pasmosa hipocresía. El sábado 19 de este mayo altisonante estaban marchando por la libertad de expresión esos mismos tipos que despidieron columnistas, cerraron El Globo –pariente de Globovision- y lanzaron a la calle a decenas de trabajadores y periodistas.
Por lo demás, importa poco quien te echa de un periódico; el mérito está en quien te invita a escribir en el mismo. En mi caso, una noche de 1980, en el Ateneo de Caracas, lo hizo el novelista Miguel Otero Silva, nombre mayor del periodismo y las letras de mi país. Desde ese entonces y hasta el sabotaje petrolero de 2002, honré ética y periodísticamente su invitación. Por eso digo que el 27 de mayo, al pasar la concesión televisiva de unas pocas manos millonarias a las muchas manos del pueblo y la sociedad, en lugar de un cierre, se abre en Venezuela la verdadera democratización del espacio radioeléctrico.