El sábado pasado, tuve la oportunidad de ver el documental sobre la caída de Salvador Allende, una vieja cinta de video que me trasladó a mis años de estudiante universitario, cuando los chilenos exilados por la bota homicida del dictador, convocaban al mundo en pro de la libertad. Lo curioso de este documental es que en él se expone con detalle una metodología del golpismo cuyos componentes van desde el paro nacional hasta el magnicidio, y tal vez por ello los que asistieron al encuentro y llegaron tarde cuando ya la cinta era proyectada, pensaron que se estaba hablando de Venezuela.
Allende, llegó al poder por la vía de los votos y encarnó la esperanza de justicia para los desposeídos chilenos, un cambio de rumbo a la eterna conseja de que los pobres en América Latina son una normar consecuencia de sus orígenes indios, negros y español, y que tal combinación racial no les permite superar las dificultades económicas.
Con Allende se inspiró el fin de todo racismo social encarnado por una clase política arrodillada al imperio del consumo, la cual desconoce cualquier aporte por parte de aquellos que solo tienen su fuerza física para ganarse el pan.
Hoy, después del magnicidio chileno, nuevamente se escucha las voces de la libertad y la participación para los marginados del sub-continente, ahora es Venezuela quien tiene la palabra y dirige la marcha. Otra vez llega la esperanza de la mano de un sistema político justo y para todos por la vía de los votos. Otra vez, aparece el terror del golpismo con sus campañas de descrédito frente a todo cuanto signifique un cambio sustantivo y profundo de las condiciones de vida de este basto sector de la población.
De allí que la oposición criolla repita con exactitud la taxonomía del terror chileno, tal vez buscando que los resultados sean los mismos, y aunque las consecuencia de su irresponsable acción resulten nefastas para todos, lo único que los inspira es declarar el fin de la revolución a cualquier costo por mandato de una desquiciada obsesión por repetir las luchas de la guerra fría.
En este marco referencial, nuevamente se escucha el llamado a paro nacional bajo la consigna "Hasta que se vaya", y no se descarta el magnicidio como salida inmediata, a la vez que, se sigue seduciendo a los miembros de la asamblea nacional en pro de una condena política a la revolución, así como descalificando las instancia de los poderes públicos e injuriando todo aquel que no coincida con su irracional desespero por asaltar el poder, al punto que se ha dicho que los observadores internacionales están a favor del gobierno ya que ninguna de las denuncias interpuesta por los desquiciados opositores han podido ser probadas en la realidad.
En ese sentido, al definir un perfil político de la oposición, la cosa se complica, ya que es como comer hamburguesas en la calle, a uno los ojos se le llenan de luz por el colorida de las salsas, el huevo frito rebosa el contorno, la lechuga cruje al masticarla, las papitas fritas se disfraza de colores y los tomates se desploman por los lados del circular pan. De la carne, mejor no hablamos, pues en la mayoría de los casos es casi una radiografía a la cual aludimos con mucha imaginación para sentir sabor.
Pero así como la hamburguesa es aderezada por una gran cantidad de salsas, nuestros conspiradores de oficio semana tras semana inventan nuevas formulas para involucrar a la revolución Bolivariana, con los más fantásticos escenarios, propios de la trama de una novela de ciencia ficción que gracias a la campaña mediática desmedida, nos invade a diario.
Que triste es ver cómo los fanáticos oposicionistas se rebanan los sesos cada día pensando y buscando senderos para el escándalo y la mentira, tanta energía desperdiciada bien la podrían ser utilizada construyendo proyecto viables, de contenido social, con los cuales atacar los efectos de una sociedad signada por problemas estructurales.