Manejando de Caucagua a Caracas veo a la orilla de la carretera a una mujer caminado con dos niños. No uso aire acondicionado por hábito de disfrute del paisaje, y sé que el sol afuera es abrasador. Me pide el aventón y me detengo. Se le ve mucho apuro en la cara y embarazo con los chamos.
─Señor, si usted va a Caracas, se lo agradecería un millón.
Se monta adelante y los chamos arman su barahúnda infantil en el asiento de atrás.
Rodamos y empezamos a conversar. Suelo evitar el tema político, para mantener la paz, dado que en este mundo llamado Venezuela se descubren insólitos sinsentidos, como que el ratón se come al gato y locos vuelos de dinosaurios. Millonarios chavistas, no obstante estar amenazados por el “comunismo” del “régimen”, y pobretones opositores, a ultranza en muchos casos, no obstante no tener una puya en el bolsillo, pero ─¡usted los ve!─ con modos y gestos de ricos potentados. Mundo loco.
La señora no era la excepción: un filón de oro de la incongruencia.
─¿Y qué tal, cómo le va con el Presidente? ─me dice, calentando sus motores─ ¿Ya regresaría al país?
─Creo que sí ─le sigo la corriente, sin darle mucha cuerda al punto─. Se recupera de una operación larga que le hicieron para luego seguir su trabajo normal de gobierno.
─¿Normal?... ¡Yo te aviso, chirulí! ─exclama rápidamente, casi hostil─ ¡Ese hombre está acabado, como su gobierno! ¿No lo ve usted? ¡A llorar pa’l valle!
─¿Y eso por qué lo dice, mi amiga? ─le respondo, lo más campechano posible─. Es un hombre que recibió una noticia adversa sobre su salud y acusa el golpe, como cualquier humano. Pasará la impresión...
─¡No hombre, chico, nada de eso! ─me vuelve a espetar con ojos ardientes─. Es el final del cuento. Las cosas malas casi siempre tienen un final rápido. ¿No ve usted lo que ha hecho con el país? ¡Una loquera! ¡Patas arriba lo tiene! Las cosas hay que hacerlas bien, según la ciencia y el conocimiento. ¡Ahí está el resultado de ponerse a repartir los reales entre esa cantidad de gente pata en el suelo que no sabe ni para qué es la plata! ¡Vamos a estar claros: los ricos son los que saben! Una verdadera revolución le da la plata a quien le corresponde.
─¡Caramba, mujer ─medio desarrollo─, el hombre lo que ha estado es tratando de hacer un poco de justicia social, pagando deudas históricas producto de la explotación del pasado! ¿No está de acuerdo con eso? Que el pueblo aprenda, pues; ¿no puede el que no sabe, como usted dice, tener una oportunidad?
─¡No, que va! La gente que gana la lotería y se hace rica de la noche a la mañana también de la noche a la mañana vuelve a lo mismo, a su pobreza, a comer tierra. El Presidente ha hecho cosas que no tienen ni pies ni cabeza y que debe pagar, como las paga ahora. ¡Dígame eso: cerrar RCTV, romper con los EEUU, apoyar el terrorismo!...
En este punto, confieso, tan rápidamente como los extremos molestan, ya quería yo salir de la señora y su muchachera. Estaba impresionado con las locas cosas del mundo. Y no es porque yo no tolere puntos diferentes a los míos, sino por los ni-pies ni-cabezas que oía, es decir, por lo que a mí me suena así, por las palabras acuñadas de la locura oposicionista. Pero no lo haría, no echaría al polvo de la calle, porque sería yo mismo también un extremo.
─...Fíjese: tengo un hermano que vivía en la parte alta de Petare, pero estudió y estudió y ya bajó, y ahora es abogado, viviendo en una quinta, con carro, casa y una mujer bella. Lo hizo por su cuenta, ascendió, tiene futuro... Ya puede recibir dinero para administrarlo y tener empleados en su casa. De hecho, tiene dos cachifas... Con decirle que ya puede ir a Europa, a los mejores países del mundo... Miré, no se engañe ─me dice, abriendo bastante sus ojos─, aquí donde usted me ve, estudio mercadotecnia en una de las mejores escuelas de Caracas, y le digo, desde el punto de vista de imagen, el Presidente está mal y contamina. Con decirle que sus asesores ya empezaron a despegar sus imágenes de las calles y ministerios porque el hombrecito lo que hace es espantar los votos... Tengo gente allegada que trabaja en Miraflores y me datea...
Me pareció suficiente con los clisés, con lo que tanto me molesta de la gente que argumenta a oidas, gente extrema. Y mi fantasía ─lo vuelvo a confesar─ ya la desalojaba del vehículo y me parecía mirarla de nuevo a través del retrovisor, caminando a la orilla del camino, bajo el sol... En fin, metí el acelerador para descubrir hasta dónde llegaba el empuje locuaz de aquella señora tan descalza como potentada, como suelo llamar a la gente que sigue apostando a perder con la derecha política lo que no tiene ni nunca tuvo.
─Hay mucha gente de la oposición que desea la muerte del Presidente. Usted...
─Le digo, yo no me alegro, pero me entra un fresquito!... ¡Porque debe tanto y ha hecho tanto daño!...
─Caramba, señora, qué modo de hablar ─me atrevo a atacarla por un punto aparentemente muy vulnerable─. Mire, usted tiene hijos..., ¿por que hablar de tal modo? ¿No y que lo que uno desea en mal de los demás lo paga en carne propia y en este mundo?
─¡No hombre, yo no creo en eso! Para el país es saludable que ese hombre se vaya..., a donde quiera, al cielo, a Cuba... ¡Fíjese: tener una madre tan sinvergúenza como la que tiene! Contactos me han dicho que es una rolo de loca. Y debe de serlo: porque una madre que deja que un hombre trabaje tanto por el país, sin dormir, sin cuidar su salud, debe de ser una loca. Mi madre, por ejemplo, que todavía tiene 70 años, nos hala las orejas y nos pone sobre la línea. Ella también...
Y bla, bla, bla. Después de enterarme que el Presidente de la república tenía un hermano satánico que casi lo mata por llegar al poder (según datos de Miraflores), llegué a Caracas, finalmente, con el escozor fantástico de no haber podido poner a la señora con su prole de patitas en la calle. La dejé en una estación del metro y acto seguido me puse a contemplar un rato el Waraira Repano, aunque ─lo confieso, por tercera vez─ seguí sientiendo el martilleo de la pintoresca señora:
─Es cerro El Avila, señor, no Waraira Repano. ¿Qué eso? ¡Caramba, hasta con eso el loco se metió!
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