Hace décadas desde México importamos un enlatado de tv llamado La carabina de Ambrosio. Tan malo, que la única manera de justificar su costo era transmitirlo a medianoche.
El domingo antepasado a venezolanas y venezolanos se nos entregó otro empaquetado. Lo de “entregó” es un decir porque la verdad es que además de inscribir su candidatura presidencial ante el Consejo Nacional Electoral, Henrique Capriles consignó su “programa” de gobierno casi que vía clandestina: en digital, a la calladita y sin decir nada como para que nadie supiera.
Mientras que el bodrio de Ambrosio tuvo factura azteca, gente bien informada jura por la cruz y los santos clavos que el de Capriles es made in USA.
Rigurosos periodistas apenas lo tuvieron en sus manos, mejor dicho: en sus computadoras, hurgaron buscando qué lugar ocuparían en el “progreso de todos” las misiones sociales creadas por la Revolución y que tantas veces mencionó el alpinista de embajadas en sus solitarios recorridos. Nada. Ni una letra. Ni una tímida mención al asunto. Ni por disimulo pues. Desconcierto total.
Hay quien estima que el amigo de las escaleras empezó mal su aspiración a Miraflores; y que sigue peor porque en lugar de ligar como hacen los panas del barrio cuando juegan barajas, es presa de sus mismas contradicciones y vacíos programáticos. Una especie de insinceridad (para ser sutil) brota y rebrota en torno a él.
El colmo de ese domingo, es que después de decepcionar con el “discurso”, se levantó la franela como lo registró su página aliada www.lapatilla.com.
Suponemos que pretendió demostrar que sí fue franco cuando a todo gañote gritaba que era flaquito, peeeeeero… ¡tampoco en eso fue noble! Al aire quedó evidenciada una masa sobrante que dejó mucho que desear en cuanto a fisicoculturismo se refiere. No es que ser gordito sea malo, pero sí deja una raya en quien presumía figura atlética para captar votos. Olvidó que las mentiras estéticas tampoco se perdonan.
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