Recuerdan los días cuando los opositores veían las guerras de almohadas de los precandidatos de la Mesa de la Unidad (debates, les llamaron pomposamente) y decían -muy ufanos y convencidos- que cualquiera que ganara las primarias era mejor que el rival? Algunos afirmaron que "un rato largo" y otros, que "infinitamente".
Se supone que "cualquiera" tendría mejor discurso, más inteligencia, más simpatía, más liderazgo, más capacidad de transmitir sus ideas.
Cuando faltan días para que la campaña electoral arranque formalmente, son bastantes (cada día más) quienes piensan que la cosa no era tan automática. Tanto opositores comunes como figuras destacadas del antichavismo tienen ya rato preguntándose si de verdad este "cualquiera" que escogieron es el apropiado para tan compleja ocasión. Si usted, señor opositor, señora opositora, no se ha paseado por ese quebradero de cabeza merece felicitaciones: es una persona de mucha fe.
Naturalmente, los primeros que se atreven a esbozar la hipótesis de la gran torta son quienes votaron por alguna de las otras opciones: pabloperecistas, maricorinistas, diegoarrieros, pablomedinistas... y hasta leopoldistas, aunque el astuto López supo hacer a tiempo mutis por el foro.
Los pabloperecistas dicen -con parejería maracucha- que el gobernador zuliano no hubiese al menos dado un espectáculo tan deficiente en la tarima. "Un guarapazo, una tamborera y no respondo", habría sido su lema. ¡Pobrecita, Erika!, aunque es de suponer que ella tiene ciertas partes de su cuerpecito amparadas con una póliza contra el vandalismo.
Los maricorinistas admiten que la diputada Machado tampoco iba a lucir muy suelta al estar entarimada en la plaza Caracas, por cuestión de guácala... tú sabes que ella no es cualquiera. Pero juran que ya a estas alturas habría puesto al comandante como Merkel tiene a Rajoy: agachadito, lamiéndole las suelas de sus Manolo Blahnik.
Los diegoarrieros, por su parte, sostienen que si el elegido hubiese sido el delegado interplanetario de los derechos humanos, ya el autócrata estaría con trajecito de rayas en una jaula del Tribunal de La Haya. Los pablomedinistas, en tanto, aseguran que su líder no será así, que se diga, una gran cosota, pero habría puesto en aprietos al comandante. El argumento es incontrovertible: pa'loco, loco y medio.
Pero la crisis de credibilidad en el candidato no se detiene en los adversarios internos. Decenas de caprilistas originales empiezan a reconocer que se metieron un feo embarque, por ahora solo en la intimidad de sus comandos o en medio de sinceridades etílicas. Pero no pasará mucho tiempo antes de que alguien lo grite: "¿Cualquiera?, ¡no, chico, no bastaba con cualquiera!".
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