No me cuento entre quienes se inclinan por la renuncia del candidato de la derecha a su aspiración a la Presidencia de la República. Como cualquiera de nosotros, Henrique Capriles tiene pleno derecho a aspirar a ocupar cargos públicos. De su parte queda captar tanto la atención como el voto de la mayoría. Es preferible verlo encampañado, y no subiendo escaleras para asaltar embajadas o empandillándose para apresar ministros legalmente designados como ocurrió en abril de 2002.
Pero, seamos claros, una cosa es eso y otra que el sueño por la cúspide estatal lo lleve o lleve a su equipo a forjar documentos. ¡Vaya forma de congraciarse con sus seguidores y con quienes pretende enamorar!
A esta hora, la Conchinchina misma está al tanto del affaire de la falsificación de tales documentos el jueves pasado. Y aunque es grave que la derecha se haya antojado de practicar sus marramucias en un mundo como el ámbito militar, igual de espantoso es que su farsa –al mejor estilo de la Cuarta República- hubiese implicado al más humilde y más sencillo de los sectores de nuestra Patria. De allí que Henrique tenga entre sus manos lo que podría ser su última oportunidad.
Públicamente debe asumir el hecho. Rechazarlo, si fue víctima de alguna patraña de su comando. En una contienda en la que uno de los elementos se juega la existencia, no es difícil pensar en que haya sido utilizado y engañado.
Si, por otra parte, él mismo fue parte del montaje, igualmente está a tiempo. Debe dar la cara. Todo el país sabrá agradecerlo. Hoy y mañana la reina de las virtudes, además de la justicia, como pregonó el Libertador, debe ser la verdad. Pedir perdón, de ser necesario, no sólo significaría despertar admiración entre propios y extraños, sino que definitivamente abriría cauce a los niveles de respeto y seriedad de los que abiertamente ha carecido el mundo oposicionista.
No debería Henrique desaprovechar esta nueva oportunidad. Podría ser la última antes de que su campaña cierre como la más gris en la historia electoral de Venezuela.
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