Hace menos de un mes, escribí una nota con el título: “Enfermedad Infantil de la Derecha[i]” y sostenía en esa nota, que muchas de las situaciones que generalmente calificábamos como una consecuencia del proceso de polarización política que vive el país desde inicio de la década de los noventas del siglo pasado, responden más a una enfermedad que padecen los seguidores de los partidos de la oposición que empujan el paquetazo.
Las colas en supermercado, Farmacias, abastos y laboratorios son un espacio o termómetro importante para captar la gravedad de la enfermedad que ya va haciéndose crónica yendémica en un segmento de la población venezolana. Hay colas largas que la gente no hace, pero le molesta porque se suponen que no la merecen y hay colas largas, que mucha gente hace en automercados y clínicas (laboratorios) y farmacias que las personas “gozan” haciéndolas, simplemente porque es parte de la enfermedad que llevan por dentro.
Hay gentes que por su apariencia no hacen una cola en un hospital para una consulta, pero la cuestionan. En tanto hacen una larga cola en plaza mayor (Lechería) para cancelar el ticket de estacionamiento y no lo oyes exigir nada. Son enfermos totalmente crónicos. la cola de un hospital son culpa de Chávez pero la de plaza mayor es un rato de emparcimiento y rumba.
Este sábado próximo pasado, estuve en una cola de Sigo Barcelona para cancelar´productos que había adquirido y como siempre, la cola me permitió darle una nueva lectura a esta enfermedad, cuyo última versión interpretativa fue posible ayer martes (18/09/12), cuando tuve la oportunidad de oír un extracto de la intervención de Juan Carlos Caldera y en la cual dijo haber sido moral y políticamente liquidado, por alguien que no está –según su versión- en Primero Justicia. Dijo “Soy víctima” y al oír esa frase, inmediatamente comprendí la conversa que mantenían dos personas, no muy distinta a mi en apariencia, pero que supongo son parte de ese pequeño segmento de la sociedad venezolana, que siendo clase media baja, sienten gozosamente como suyo, el patrimonio que se llevaron los banqueros estafadores, porque siendo clase media baja, su en su psique llevan un Mezerhane.
A estas dos personas (y a más) les oí decir: “pobrecito Caldera”. Confieso que al principio me dije un: ¡qué bolas!, pero no fui más allá de esa expresión y este martes, al oír en voz de Juan Carlos Caldera, “yo soy victima” de un aniquilamiento moral, entendí que ese “pobrecito caldera” es el producto del tratamiento que reciben los enfermos y que permite activar en su psique el dispositivo para mantenerse como enfermo crónicos.
He oído y visto a personas como las que estaban en esa cola, decir cosas distintas cuando la situación se involucra una madre de un presunto malandro y la madre, intentando defender y justificar la situación (conducta) de su hijo, sostiene que es (o era) “un buen muchacho”. Ahí no hay posibilidad de dudas ni compasión. Rápidamente se emite un juicio drástico y definitivo: ¡Malandros! Los banqueros estafadores, el Ex Magistrado Aponte Aponte y ahora Juan Carlos Caldera, con un abanico de ventajas y privilegios que la sociedad les ofreció y que no tenían ningún justificativos para robar, tienen la condición de pobrecitos. Su condición de enfermo no le permite entender más nada. Oyeron y no oyeron a Capriles y a Julio Borge.
Frentes a situaciones que se parecen, pero que no son iguales por la gravedad de cada una de esas situaciones; los enfermos crónicos de la derecha tienen dos maneras muy distintas de comportarse. El de “Malandros” y el de “pobrecitos”. La dosis de antichavismo que les mantiene su cerebro enfermo y obstruido, no les permite en ambos casos reaccionar igual, aunque si haber vamos; el caso de los “pobrecitos” es un pelo más grave que el de los malandros. Los “pobrecitos” no tenían (aparentemente) motivos para robar más allá de su condición de malandros bien vestidos y sin vergüenza.
Para este tipo de ser que lucen (aparentemente) muy educados y llevan muy orgullosos y orgullosas sus viejos anillos de graduación universitaria; el mundo se ve así: gente podrida pero muy buena y pobrecita como Juan Carlos Caldera y personas, que no habiendo sido favorecida por la vida ni la suerte, tienen otra calificación más despreciable. Para estos últimos no hay posibilidad de nada. No le llega nunca la suerte o nacieron para no tener suerte.
@evaromar
[i] Ver nota en este sitio: http://www.aporrea.org/actualidad/a149837.html