Justo el día en que empezó el año escolar 2012-2013, Henrique Capriles Randonski pronunció una palabra poco acorde con el momento. “Mi hermano, el culillo es libre”, expresó ese lunes 17 de septiembre, cuando en todo indica que lo que quiso decir fue “el Presidente es un culillúo”. Ello en razón de una cadena de radio y televisión del jefe de Estado que declaraba abierto el año escolar y lo dejaba a él fuera de pantalla.
Sin entrar en consideraciones éticas, se encuentra uno con que el candidato burgués tiene propiedad de sobra para apelar a ese humano derecho que es la cobardía. Es fácil demostrarlo. Atención:
¿Cómo explicar que cuando se refiere al pasado, no acepta que él formó parte de ese pasado nada más y nada menos que en las filas de Copei? ¿Será por culillúo?
Aún no se ha pronunciado sobre el caso del efectivo policial de Baruta que, según se afirma, perdió su carrera por haber cumplido con el deber de levantar un acta donde asocia a Capriles con presuntos actos inmorales en plena vía pública. ¿Qué habrá impedido para que proceda? ¿Culillo de por medio?
En tres ocasiones a lo largo de 10 años, he escuchado a Leopoldo López admitir públicamente que su participación en el golpe de Estado de 2012 fue un error. Si dice la verdad o no allá él, pero no es culillo lo que precisamente demuestra cuando le tocan el asunto. En cambio Henrique, nada de nada. ¿Culillo?
Cuando le tocó enfrentar legalmente la “visita” que hizo a la Embajada de Cuba esa vez, no lo pensó dos veces: hábilmente se enconchó demostrando amplio y brillante culillo.
Finalmente, hablando de palabras irregulares, fue él mismo quien olímpicamente calificó de jalabolas a los trabajadores venezolanos. Así las cosas, reiteramos que el culillo es un derecho humano, por lo que en consecuencia no debe angustiarse. Pero, en sentido contrario, jalar bolas al imperio –más que un derecho– es una aberración indigna de alguien que diga ser venezolano.
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