El Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, se había ido hasta los EEUU a pedir ayuda para su país, Venezuela.
En Florida, rodeado de otros tantos varios alcaldes, expresó que “ahora más que nunca” el pueblo estadounidense debía entender la crisis que enfrentaba su patria, la cual ameritaba una solidaridad fraternal que él profundamente agradecía.
“─Que esa solidaridad sea preventiva, oportuna, y así como se ha planteado la posibilidad de hacer acuerdos de hermanamiento y adelantar trabajos compartiendo experiencias, Venezuela agradecería mucho un pronunciamiento de los alcaldes de Estados Unidos reclamando que se respete la voluntad del pueblo venezolano, reclamando justicia para el pueblo venezolano”
Entonces una prolongada ovación no lo dejó continuar. Los alcaldes se habían levantado como resortes para celebrar sus palabras, preñadas ellas de amabilidad, invitación y democracia. Flotaba en el ambiente un aire de gratitud, de aplausos a rabiar para compensarle la merced de pedir a unos alcaldes regionales lecciones de democracia y solución de problemas nacionales extrafronterizos. Sin duda un generoso tributo de omnipotencia que se agradecía.
Complacido (¡lo aplaudían alcaldes de los EEUU!), el alcalde Ledezma se centró mejor el nudo de su corbata y se apalancó más deciduamente frente al auditorio. Rindió detalles espeluznantes sobre las condiciones de vida en su país, amordazado por la inseguridad y devorado por la pobreza; y lamentó, muy íntimamente, que tan magnífica ocasión y formas discursivas fuesen arruinadas por esas sus domésticas referencias dantescas.
Como a la sazón se conmemoraba el Día Mundial de la Libertad de Prensa, soltó:
“─Si uno va a una marcha encontrará a los periodistas con chalecos antibalas, que andan con cascos. Parece que uno estuviera en Siria ─en este punto miró con detenimiento a la audiencia, como procurando que se entendiese el alcance de su petitorio─, pero no, está en Venezuela. Allá vivimos amenazados, bajo un toque de queda permanente.
“─Vengo a pedir auxilio para la democracia venezolana” ─exclamó finalmente, abrumado por los aplausos, consciente de que cerraba una ínclita pieza oratoria, concebida para mover voluntades.
Había sido un éxito. Tomás Regalado, alcalde de Miami; Luigi Boria, de Doral; George Vallejo, de North Miami Beach, y el comisionado condal José Díaz lo zamaquearon durante varios minutos entre sus brazos y le confirmaron que sí, que estaban de acuerdo, que su país Venezuela era una completa mierda hedionda y que harían lo posible por dar una mano.
─"Que el mundo sepa que Venezuela y Caracas cuenta con solidaridad afuera de sus fronteras. Hay voces para denunciar los hechos impunes que se están cometiendo en la nación suramericana" ─sentenció al cierre Regalado, ya frente al micrófono, formalmente.
El alcalde Antonio Ledezma, pleno de la satisfacción por la obra hecha, regresa entonces a su patria, sonriendo en el avión la ocurrencia de aquellos tan distinguidos alcaldes de llamar a su país “letrina”. Un efecto estético y artístico de su alocución maestra, a no dudar.
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